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El ‘momento populista’

Our Moment

Eduard Güell

We live in a populist moment”. Así es como empieza el texto de presentación de un movimiento decidido a influir en el partido demócrata de los EE.UU para que se adapte a este nuevo momento en el que dicen estar viviendo. Su objetivo es que los demócratas sean más sensibles a las preocupaciones de los ciudadanos, elaborando propuestas orientadas a paliar las desigualdades que alarmantemente se acrecientan más allá del río Bravo -sobretodo en las zonas suburbanas- y revistiendo el núcleo ideológico del partido de una mayor conciencia social. Esto es, se trata de acercarlo a la cotidianidad de una manera creíble y, sobre todo, comprensible. Este grupo de interés, el Populist Majority, pretende situarse en el polo opuesto del Tea Party pero desmarcándose del maniqueísmo y de los discursos incendiarios de baja estofa que tanta cancha han dado a la facción situada a la derecha de los republicanos. La idea subyacente es no regalar el campo de acción política “populista” al partido del elefante.

No es una iniciativa novedosa. En el seno del Labour británico se emprendió también una campaña similar a la americana para tornar el partido de Miliband en una alternativa más atractiva al votante tradicional socialdemócrata -muchos de los cuales hoy reniegan del partido que cambió el país bajo el gobierno de Atlee, Bevan y la influencia de Beveridge. ¿Es imprescindible abrazar el populismo para que los partidos progresistas puedan llegar a tener alguna opción de éxito electoral? Lo cierto es que en cada contexto este ‘momento populista’ ha afectado al sistema de partidos de una manera distinta. Sin embargo, sí que existe una fuerte corriente de fondo en la Unión Europea, y ahora también en los EE.UU. Determinar qué es y qué no es populismo forma parte de la confrontación política actual, partiendo de la base, eso sí, de que ya ha adquirido un uso social generalizado.

En España, el curso 2014-2015 promete, quizá demasiado. Si en el curso anterior pocos esperaban la exitosa cristalización en candidaturas electorales de la ebullición social bautizada con el nombre de “15-M” (para simplificar), este curso pocos no esperan que su irrupción afecte y condicione cualquier acontecimiento político. Yendo al hueso, el último barómetro del CIS otorga a Podemos un 15,3% de estimación de voto, siendo esta joven formación la tercera opción política de la ciudadanía española.

Mientras que en el Reino Unido y en EE.UU laboristas y demócratas están siendo sacudidos por movimientos que pretenden orientarlos hacia un perfil más populista, el PSOE ha perdido cualquier opción en este sentido y los ciudadanos parece que ya han escogido un nuevo vehículo para hacer visible su indignación. Podemos, anticipándose, parece ganarle la partida y pretende configurar el espacio donde puedan llegar a confluir ‘prácticas de corte populista’ y devenir alternativa real de gobierno.

Acusados de demagogia, populismo, utopismo, incitación a la rebelión, amistades peligrosas… Eppur si muove. Y se mueve hacia arriba, partiendo (como ellos se esmeran en recordar) siempre desde abajo.

Con toda la intención, Íñigo Errejón -responsable de campaña de Podemos el pasado mayo- recientemente decía en televisión que los ciudadanos no van a seguir resignados a votar lo de siempre, sino que el éxito electoral de un partido va a depender de que sea capaz de seducir. El mismo Errejón a menudo señala que la confrontación política se libra en el campo del lenguaje, en la capacidad de imponer a través de la acción comunicativa un conjunto de valores que marquen los vértices de un marco conceptual que responda a un interés concreto. El momento político español actual sería un momento complejo en el que ya no bastaría con articular los acontecimientos, hay que narrarlos y hay que narrarlos de una manera seductora. Hay que situarse pues en el contexto de una lucha en el campo ideológico y cultural -de una ‘guerra de posiciones’. Del bipartidismo del patriotismo constitucional mal entendido, al patriotismo de raíz popular anti-casta, esa es la dialéctica que proponen. Podemos se presenta así como el mañana pero hoy, mientras que el bipartidismo sería el hoy pero ayer.

Destruir es siempre mucho más espectacular que construir y movimientos como Podemos son conscientes de ello. El riesgo de que el dominio de la retórica que desmesuradamente exponen devenga en sofistería es demasiado elevado como para no sospechar que después de rascar en el contenido concreto de sus propuestas no haya nada. De ahí, quizá, su obsesión por presentar baterías de ellas, moviéndose muchas entre la fina línea que separa lo factible de lo ingenuo considerando el contexto institucional actual.

En conclusión, en la cultura política española el populismo como concepto no describe nada, sino que juzga. Probablemente tan sólo sea otro lugar común en el que verter miedo ante aquellos que aparentan ir contra lo establecido. Pero al mismo tiempo el populismo es ya lo establecido. Puede ser que en pocos años Podemos no sea más que un caso de estudio en las facultades de ciencias políticas por aquello del “what easy comes, easy goes”. De momento, es un actor cierto que incide en lo real. Tal vez no más (¡ni menos!) que una construcción estética, pero su atractivo relato dibuja nuestro particular ‘momento populista’.

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