¿El uso de internet aumenta las dudas sobre el voto?
Estas elecciones europeas han dejado unas cuantas preguntas sobre la mesa. Tras el brutal batacazo sufrido por el bipartidismo y el poco previsible auge de Podemos, una de estas preguntas se refiere a la estabilidad del voto. En un post reciente, Juan Rodríguez Teruel abordaba esta cuestión, y utilizaba para ello datos de encuestas pre-electorales del CIS. En su análisis, hallaba que la estabilidad del voto está muy asociada a la edad (cuanto más joven, más propenso a cambiar el voto), que la volatilidad ha aumentado en la última década (cualquiera de nosotros está hoy más predispuesto a cambiar el voto que hace diez años) y que el voto de izquierda es más volátil que el de derecha (nada diré en este post sobre esto).
El primer hallazgo no es muy sorprendente. Gracias al trabajo de Converse y sus colaboradores, sabemos que la edad es un poderoso determinante de la identificación partidaria. Parece que con los años y ayudados por la experiencia de votar en elecciones sucesivas nos vamos haciendo más fieles a un partido. En todo caso, es curioso constatar que esta relación se mantiene a lo largo del tiempo y en diferentes países, lo que la convierte en una potente regularidad empírica.
El segundo hallazgo, en cambio, nos invita a hacernos las siguientes preguntas: ¿qué ha cambiado en los últimos años para que haya aumentado la volatilidad?, ¿tiene el aumento de información algo que ver con este fenómeno? Concretamente, en la medida en que Internet contribuye decisivamente al aumento en la oferta de información, ¿cómo afecta su uso a la volatilidad?
Para contestar a esta pregunta podemos hacer uso de dos relatos que surgen de la literatura académica. El primero se basa en la idea de que un aumento en la oferta de información facilita lo que en la literatura se conoce como exposición selectiva, que es la exposición a contenidos que están línea con nuestras creencias, lo que contribuiría a reforzar nuestras predisposiciones ideológicas y partidarias. El segundo pone el énfasis en que Internet, además del volumen, aumenta la diversidad de fuentes de información y de puntos de vista, lo que junto a otra de sus características -el hipertexto-, aumenta la probabilidad de exposición a contenidos que van en contra de nuestras creencias.
Estas tesis llevan a predicciones diferentes sobre cómo el consumo de información política a través de Internet afecta el voto. Por un lado, si Internet aumenta la exposición selectiva, podemos esperar que su uso refuerce las opiniones y aumente el voto partidista; por otro, si nos expone a contenidos que atentan contra nuestras creencias, podemos esperar que aumente la ambivalencia y reduzca el voto de partido.
Los resultados no son nada concluyentes. En la tabla se muestran los resultados de algunos estudios que han examinado esta cuestión.
Como podemos observar, todos los estudios encuentran que hay un efecto del consumo de información a través de Internet en la opinión y/o el voto de partido, aunque difieren en la dirección de este efecto. El principal contraste está entre los resultados que Markus Prior encuentra para Estados Unidos y los que el resto de los estudios encuentran para el ámbito de los países europeos, concretamente, para España e Irlanda. Mientras que Prior encuentra que en Estados Unidos el consumo de información política, principalmente a través de la televisión por cable, refuerza las opiniones previas y aumenta el voto de partido, los estudios centrados en los países europeos encuentran que el consumo de información política a través de Internet aumenta la abstención, la incertidumbre sobre el voto, y el voto a partidos minoritarios.
Estos estudios tienen algunas pegas. La primera es que sólo demuestran que existe una asociación entre el uso de Internet y el voto partidista, no que la relación sea causal. Por el tipo de datos y el diseño no podemos saber si el uso de Internet es lo que aumenta las dudas sobre la opción de voto, o son las dudas las que empujan al individuo a buscar en Internet. Tampoco podemos descartar que haya algún tercer factor que explique ambas cosas a la vez – la propensión a dudar y a buscar información a través de Internet. Para abordar este problema, Sudulich et al. (2014) hacen uso de un experimento natural: utilizan el hecho azaroso de que en Irlanda la banda ancha no llega a todos los distritos electorales para estimar el efecto del uso de Internet en el voto. Descubren que los individuos que viven en los distritos con banda ancha, como promedio, dudan más sobre su opción de voto que los que viven en distritos no conectados.
Otra pega de estos estudios es que ni refutan ni validan las hipótesis apuntadas porque (con la excepción del de Prior) no informan sobre cómo el uso de Internet afecta la opinión. Las diferencias entre Estados Unidos y Europa se podrían explicar por las variaciones en el sistema de partidos, y no por las hipótesis planteadas. Por ejemplo, consumir información política a través de Internet podría tener siempre el efecto de reforzar la opinión, pero debido a las diferencias en el sistema de partidos, tendría consecuencias distintas en el voto. En un sistema de dos partidos, como el americano, donde la correlación entre ideología y voto de partido es casi perfecta, un refuerzo de la opinión se observaría en un aumento del voto partidista. En cambio, en un sistema multipartidista, donde la correlación entre ideología y voto de partido es más débil (sencillamente porque más de un partido compite en un mismo espacio ideológico), un refuerzo de la opinión no tendría por qué observarse en un aumento del voto partidista. Es más, en sistemas multipartidistas, la contribución de Internet a la volatilidad o a la fragmentación del voto podría estar en que hace más visible la oferta política existente, y no en que aumenta la ambivalencia o debilita la opinión.
Resumiendo, aún sabemos muy poco sobre cómo el consumo de información política a través de Internet afecta el voto. Una propuesta para avanzar es investigando el efecto de la exposición a Internet en la formación de opinión. No sabemos si el uso de Internet fomenta la incomunicación entre grupos con opiniones distintas a través de facilitar la exposición selectiva, o si promueve la deliberación a través de exponernos a opiniones distintas y forzarnos a dialogar con ellas. Estas cuestiones necesitan respuesta y no sólo porque es previsible que afecten el voto sino también muchos otros aspectos del funcionamiento de nuestras democracias.