Pete Dorey también es autor de este artículo
La elección de Corbyn como líder del partido laborista ha sorprendido a observadores y protagonistas de la política británica. Uno de los supuestos comúnmente aceptados por todos solía ser que los ‘outsiders’ no tenían ninguna posibilidad de convertirse en líderes de los grandes partidos británicos. Así, se consideraba que los candidatos con un largo historial de rebeldía y desobediencia hacia su propio partido, aquellos que no disponían de experiencia práctica de gobierno o de gestión en el partido, y aquellos que apenas suscitaban apoyo entre los diputados de su grupo parlamentario, carecían de opciones para aspirar al liderazgo.
Por el contrario, tal como Stark argumentaba en su excelente libro Choosing the leader Choosing the leader (1996), los vencedores en la disputa por el liderazgo de los partidos británicos suelen ser aquellos considerados mejor equipados en tres aspectos: unidad (capacidad para mantener o restaurar la unidad del partido; elegibilidad (capacidad para ganar una elección general), y competencia, que permita aplicar con eficacia una agenda de gobierno y así dirigir con éxito una administración. Según estos criterios, de los seis dirigentes laboristas elegidos entre 1963 y 1994, dos de ellos fueron elegidos sobre la base del primer criterio referido a la unidad del partido (Michael Foot y Neil Kinnock), mientras que los otros cuatro (Harold Wilson, James Callaghan, John Smith y Tony Blair) fueron elegidos por su combinación de habilidades en los tres aspectos, como también le sucedería a Gordon Brown, el único candidato aspirante a la sucesión de Blair.
De 1963 a 2007, la mayoría de los nuevos líderes laboristas recién elegidos eran favoritos desde el primer momento, y la campaña interna apenas deparó diferencias para el resultado final. Esto cambió en 2010, cuando Ed Miliband derrotó a su hermano mayor, David Miliband, en una ajustada carrera por el cargo. David era el candidato preferido de la mayoría de diputados y miembros ordinarios del partido. Pero el apoyo superior del que gozaba Ed entre los escasos miembros del sindicato que se preocuparon por ir a votar resultó más decisivo que las opciones claramente superiores que David tenía en cuanto a su elegibilidad y su competencia, según las encuestas.
En 2014 la controversia generada en la selección del candidato laborista para la elección parcial en la circunscripción de Falkirk ocasionó una revisión de varias normas internas de la organización, incluyendo el sistema de selección de los líderes de partido en el futuro. Hasta ese momento existía un Colegio Electoral compuesto por tres secciones del partido: diputados nacionales y europeos, miembros de los sindicatos y otras organizaciones vinculadas al partido, y el resto de afiliados. En un intento por diluir la influencia de los líderes y cargos sindicales en futuras elecciones del líder, la reforma de 2014 abolió el Colegio Electoral, y lo sustituyó por tres tipos de categorías diferentes de electores: los afiliados del partido de pleno derecho, los simpatizantes “afiliados” y los simpatizantes “registrados”. Los simpatizantes afiliados eran aquellos que pertenecían a un sindicato u otras organizaciones afiliadas al partido, y que ahora tendrían que inscribirse, sin coste extra, como simpatizantes del partido para poder votar. Por su parte, los simpatizantes “registrados” eran aquellos que habían declarado su apoyo al partido y a sus valores, pero sin convertirse en miembros de pleno derecho. A partir de ahora, podrían inscribirse como simpatizantes, por una cuota puntual de sólo tres libras, y así poder participar en la elección del líder del partido. Este nuevo sistema se basaba en el principio de un miembro-un voto, superando definitivamente el tradicional reproche de los Conservadores de que el líder laborista debía su elección al poder de los dirigentes sindicales.
Corbyn tuvo que sufrir mucho para asegurarse las 36 nominaciones por parte de los diputados, que le permitían convertirse en candidato, en comparación con las 68 que recibió Andy Burnham, los 59 que apoyaron a Yvette Cooper, y los 41 que optaron por Liz Kendall. Habiendo iniciado la campaña como outisder sin opciones, y siendo Burnham el candidato con mayor probabilidad de ganar, la popularidad de Corbyn no paró de crecer entre los miembros y simpatizantes del partido. Así, cuantos más dinosaurios del antiguo New Labour, incluido el propio Blair, alertaban del gran daño que una victoria de Corbyn podría infligir al partido, mayor era su popularidad, como evidenciaban todas las encuestas y la elevada asistencia de público a los mítines que daba a lo largo del país.
Cuando se anunció el resultado el 12 de septiembre, era evidente que Corbyn se había hecho con una gran victoria. La elección interna utilizaba el sistema de Voto Alternativo (VA). En este mecanismo, los votantes señalan en la papeleta de voto el orden de su preferencia por los distintos candidatos. Si ningún candidato gana más del 50% de los votos en la primera preferencia, se elimina el candidato que recibe menos apoyos (como primera preferencia), y entonces pasa a contabilizarse la segunda preferencia de los que habían votado de entrada por este candidato eliminado, distribuyendo esos votos entre el resto de candidatos, y así sucesivamente hasta que uno de ellos consigue la mayoría absoluta. Fue tal el apoyo que recibió Corbyn, que alcanzó la mayoría en la primera ronda, sin necesidad de tener que contabilizar la segunda preferencia de los votantes.
Curiosamente, la popularidad de Corbyn entre los miembros del partido en todo el país es inversamente proporcional al apoyo que tiene entre los diputados laboristas de Westminster, como indicaba el bajo número de nominaciones que había obtenido. En consecuencia, el anuncio de su victoria provocó inmediatamente la renuncia de varios diputados que estaban al frente del grupo parlamentario, y al anuncio posterior de otras figuras destacadas del partido de que no aceptarían servir en el gabinete a la sombra que Corbyn se disponía a formar.
Evidentemente, muchos de los que votaron por Corbyn querían manifestar su oposición a la política de austeridad y rescatar el partido de las manos de los ‘Blairitas’, considerados en realidad ‘Tory-litas’ por parte de muchos en la izquierda. Frente a los que consideran que la victoria conservadora en la elección general de mayo de 2015 demostraba el apoyo del electorado británico a la austeridad, aceptada como una desafortunada necesidad, los partidarios de Corbyn replican que esta victoria se debía en realidad a que los argumentos políticos contra la austeridad no habían sido defendidos con el vigor y la convicción suficientes por parte de los líderes del partido laborista durante la campaña. En definitiva, Corbyn es visto por los que le apoyaron como el candidato mejor equipado para desafiar el consenso neoliberal en favor de la austeridad, que los principales partidos y líderes políticos británicos han venido compartiendo hasta el momento.
Otro factor que explica la popularidad de Corby es que, para muchos en la izquierda británica, una oposición basada en los principios es preferible a lo que fue considerado ‘la traición’ de los gobiernos laboristas anteriores. Mientras que algunos partidarios de Corbyn esperan que puedan conducir el partido a una victoria en 2020 a partir de un programa populista de izquierdas, otros, en cambio, están más preocupados por que el partido redescubra y reafirme sus valores tradicionales, oponiéndose de forma consistente y vigorosa a las políticas conservadoras. Frente a muchos que consideran que con Corbyn el Laborismo pasará de ser partido de gobierno a uno de protesta, muchos de sus partidarios se inclina por responder que esto sigue siendo preferible a abrazar la agenda neoliberal, como hizo el New Labour, por razones de oportunismo político.