El próximo sábado día 1 de noviembre comienza el mandato de la nueva Comisión Europea (2014-2019) calificada por su propio Presidente, Jean-Claude Juncker como la “de la última oportunidad”. Pero, ¿la última oportunidad para quién? Para la gran coalición europea conformada, junto con los liberales, por el Partido Popular y el Partido Socialista europeos.
El nuevo Colegio de Comisarios es, según su Presidente, un “equipo”, compuesto por 14 miembros del Partido Popular Europeo, 8 del Partido Socialista Europeo, 5 liberales y 1 conservador británico. Destaca el perfil político de sus miembros: 9 han sido primeros o viceprimeros ministros; 8, europarlamentarios; 19 tienen experiencia ministerial; y 7 repiten como comisarios europeos.
Resulta novedosa también su estructura. Juncker ha señalado un primer vicepresidente, el socialdemócrata holandés Frans Timmermans, quien además de ser la mano en este caso izquierda del primero, como los otros 6 vicepresidentes, es responsable de coordinar/supervisar comisarios de inferior rango.
Las carteras de los vicepresidentes están pensadas para impulsar las grandes líneas que Juncker presentó en julio al Parlamento para su elección como Presidente de la Comisión. El portafolio de Timmermans se denomina “Mejor regulación, relaciones interinstitucionales, estado de derecho, carta de derechos fundamentales”; y las otras vicepresidencias: “Presupuesto y recursos humanos”, “Unión energética”, “Empleo, crecimiento, inversiones y competitividad”, “El euro y diálogo social” y “Mercado único digital”. También es vicepresidenta, como indican los Tratados, la Alta Representante para la Política Exterior y la Política de Seguridad, la socialdemócrata, exministra italiana, Federica Mogherini.
Además del mayor perfil político y una estructura que debiera facilitar la eficiencia en la persecución de grandes objetivos horizontales, el tercer elemento destacable de la nueva Comisión es su desequilibrio de género. Cuando en julio el candidato Juncker pedía al Parlamento su confirmación como Presidente de la Comisión, aseguraba que haría todo lo posible para conformar un equipo paritario, y emplazaba a los gobiernos estatales a proponer candidatas a Comisarias.
El pasado miércoles, cuando se dirigía la eurocámara para pedir la aprobación de su Colegio, reconocía su fracaso calificando de “patético” que solo 9 de sus 28 miembros fuesen mujeres. Cierto es que premió con mejores carteras a los países que apuntaron candidatas, y cierto es asimismo que penalizó a algunos de los que no tuvieron a bien ajustar su oferta al perfil requerido (claro está que no únicamente en lo relativo al género, aunque también). En cualquier caso, no creemos que este fiasco se arregle con una palabra gruesa y un par de chistes ante el Parlamento.
El objetivo no alcanzado del equilibrio de género en el nuevo Colegio de comisarios debiera al menos servirnos para reflexionar sobre la oportunidad de reformar su procedimiento de composición de cara a las elecciones europeas de 2019. Si al frente de la Comisión se sitúa ahora un político que cuando inicia las entrevistas a los candidatos a Comisarios para componer una propuesta de Colegio ya ha obtenido el respaldo de las urnas y ha sido formalmente elegido por el Parlamento para ese puesto, quizás haya llegado la hora de otorgarle la capacidad de proponer directamente candidatos a comisarios.
Recapitulemos. Las elecciones europeas de 2014, como decía el eslogan del propio Parlamento Europeo y con razón, han sido diferentes. En primer lugar, porque al tratarse de los primeros comicios celebrados tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa (diciembre de 2009), por primera vez los europarlamentarios “elegían” al Presidente de la Comisión, de acuerdo con los resultados electorales. Esta previsión fue “estirada” por los partidos políticos a escala europea, quienes nombraron candidatos (Spitzenkandidaten) antes de la campaña, decisión que contribuyó a dar mayor difusión a los mensajes políticos de las distintas fuerzas y en definitiva a que un mayor número de ciudadanos europeos emitiésemos en estos comicios un voto más informado.
Pero, la principal divergencia entre las elecciones europeas de 2014 y las anteriores ha sido la sombra de la crisis económica iniciada en 2007, y que despertó bruscamente a muchos europeos de aquel sueño protagonizado por una hada madrina llamada Europa que repartía por doquier beneficios económicos y estabilidad democrática. El hada madrina de ayer se ha transformado en la troika de hoy, una bruja tan malvada que no solo nos ha arrebatado la ilusión del nuevo proyecto compartido de prosperidad solidaria sino que pretende llevarse los Estados del bienestar incluso de países en los que no había llegado a florecer.
La Comisión de la “última oportunidad”, la primera que tiene un Presidente “elegido” por el Parlamento, el candidato del partido más votado en las elecciones europeas, quien ha presentado para su elección unas prioridades políticas de acuerdo con el programa de su partido a escala europea, cuyas grandes líneas pueden consultarse aquí, está llamada sobre todo y con urgencia a impedir que la UE entre de nuevo en recesión, para que el 11,5% de ciudadanos que en los países de la eurozona quieren trabajar y no pueden (24,4% en España) al menos se reduzca hasta aproximarse al 5,9% estadounidense.
Para ello, debe gestionar con inteligencia las diferencias en los intereses a corto plazo de los países con mayores dificultades para cumplir el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y otros como los germanos, quienes todavía no se animan a entender que la única receta que existe en este mundo para poder ganar de verdad es asumir riesgos razonables.
Se dice de Mario Draghi que es especialista en intuir cuando Alemania aceptará dar un pequeño paso al frente; todo indica que Jean-Claude Juncker comparte esa misma capacidad. Veremos si consigue agendar sus propuestas menos ortodoxas como el establecimiento de un salario mínimo en todos los Estados miembros, estudios de impacto social en futuros programas de rescate, y sobre todo la toma del control por parte de la Comisión y el Eurogrupo del diseño de la política monetaria en detrimento del Banco Central Europeo.
Para salir de la crisis y recuperar a los ciudadanos el nuevo Presidente de la Comisión tendrá que demostrar sus habilidades políticas en el juego interinstitucional, que condiciona los tiempos y las decisiones europeas. Juncker ha dicho el miércoles que hace falta “redescubrir” el método comunitario, que es su manera de denunciar su perversión durante los años de la crisis, en lo que el Consejo Europeo ha asumido por las bravas, como iniciador informal, una función cuasi legislativa que menoscaba de facto el monopolio de la iniciativa por parte de la Comisión Europea.
En su terapia para redescubrir el método comunitario, o lo que es lo mismo frenar a los gobiernos estatales que pretenden, y en estos años de crisis han conseguido, controlar la agenda política europea, se juega Juncker buena parte del éxito o el fracaso de su Comisión “de la última oportunidad”.
La nueva Comisión sabe que no está sola ante esta última oportunidad porque es en realidad la gran coalición europea en su conjunto quien se la juega. Si en los próximos cinco años Europa no consigue crear empleo y revertir el aumento de las desigualdades y la pobreza, o lo que es lo mismo, si la gran coalición europea no consigue cuando menos defender los intereses de la mayoría de sus votantes en los países más castigados por la crisis, más ciudadanos, conscientes de que su voto en las europeas sí importa, buscará una alternativa para defender sus preferencias en Estrasburgo y Bruselas, y la encontrarán.