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La elección de Juncker, ¿un triunfo de la democracia europea?

Las elecciones europeas de Mayo las ganó el Partido Popular Europeo, con 221 escaños y más de 40 millones de sufragios. El pasado 27 de junio, su candidato, Jean-Claude Juncker, recibió el apoyo de 26 de los 28 Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión para ser elegido Presidente de la Comisión. En unas semanas deberá ser el Parlamento quien vote su elección.

Juncker ha sido elegido por los líderes nacionales, pero por primera vez su elección ha sido condicionada por los partidos políticos europeos, que decidieron en 2013 presentar candidatos comunes a la presidencia de la Comisión.

El Tratado de la Unión Europea, tras su última reforma firmada en Lisboa, establece que el Presidente de la Comisión deberá ser elegido por el Consejo Europeo “teniendo en cuenta los resultados de las elecciones europeas” y deberá recibir el apoyo de una mayoría de diputados del Parlamento Europeo. Para ello, el Tratado deja claro que deberá producirse un período de consultas entre ambas instituciones para acordar el candidato. Pero en ningún artículo establece que antes de las elecciones los partidos políticos europeos presentarán candidatos a la presidencia de la Comisión que ejerzan de “cabezas de lista” -Spitzenkandidaten, en alemán.

Ahí radica la gran novedad de la elección de Juncker. Y por ello no sólo el PPE ha apoyado su elección sino también el Partido de los Socialistas Europeos (PSE) y la Alianza de los Liberales (ALDE). Incluso los Verdes, que no lo apoyarán, han recibido positivamente su elección, al considerar que representa “un triunfo de la democracia europea”.

¿Por qué los 4 principales partidos políticos europeos consideran un triunfo la elección de Juncker? Porque hace más de un año todos apostaron por “politizar” la elección del Presidente de la Comisión, convirtiendo las elecciones europeas en unas auténticas “elecciones parlamentarias” de una “democracia representativa normal”, en las que los distintos partidos presentan a sus candidatos a la presidencia del gobierno y todos aceptan que el ganador sea el elegido.

Esta “politización” de las elecciones, que pretende “democratizar” las instituciones comunitarias, ha condicionado la elección del Presidente de la Comisión por parte del Consejo Europeo, más allá de la letra de los Tratados. Por ello, se podría decir que la elección de Juncker es un triunfo de los partidos políticos europeos.

Juncker fue elegido por los líderes nacionales porque antes fue elegido candidato del Partido Popular Europeo, a pesar de las reticencias de Angela Merkel -y de la mayoría de los 13 jefes de Estado y de Gobierno de la familia popular europea- a nombrar un candidato antes de las elecciones. El PPE fue el último partido en elegir a su candidato, el 7 de marzo en Dublín, y sólo lo hizo forzado por la elección de candidatos por parte de socialistas, liberales, verdes y la izquierda europea. Merkel sólo cedió a nombrar un candidato del PPE tras la elección de Martin Schulz por parte de los socialistas.

Merkel se vio arrastrada por la dinámica generada por los partidos políticos europeos, incluido el suyo, y tuvo que renunciar a su candidata preferida para ocupar la presidencia de la Comisión, la directora-gerente del FMI Christine Lagarde. Juncker fue su second best, e incluso lo tuvo que defender en el seno del PPE, cuando surgió un candidato alternativo, el comisario Michel Barnier, que a punto estuvo de poner en jaque la candidatura de Juncker.

Pero una vez elegido, Merkel jugó a fondo la carta de los Spitzenkandidaten. Alemania fue el país donde los debates entre los dos principales candidatos tuvieron mayor eco -Juncker y Schulz protagonizaron dos debates en alemán y en prime time - y donde la prensa realizó una cobertura mediática más amplia de sus campañas electorales, como podemos ver en el siguiente gráfico.

En Alemania la campaña fue más europea que en cualquier otro país de la Unión, y quizás por ello también aumentó notablemente la participación. Los electores alemanes tuvieron claro que en sus manos estaba la elección del próximo Presidente de la Comisión, gracias a la cobertura de sus medios, y por ello cuando tras las elecciones David Cameron -con el apoyo de los primeros ministros sueco y holandés- quiso poner en duda la legitimidad de Juncker, Merkel no pudo ceder. Se había comprometido con sus electores -y ante la prensa alemana- a que el ganador de la contienda sería el elegido. Y así ha sido.

Por consiguiente, la elección de Juncker se puede considerar una victoria de la política frente a la tecnocracia, de los partidos políticos europeos frente a los líderes nacionales, y de la opinión pública alemana frente al resto de opiniones públicas nacionales. Las elecciones europeas de 2014, con dos candidatos alemanes y otros dos que hablan perfectamente alemán, nos ofrecen un nuevo interrogante: ¿la democracia europea será una democracia alemana?

La democratización de la UE implica que las opiniones públicas nacionales se impliquen en los debates políticos europeos. Y estas elecciones han puesto en evidencia -una vez más- que Alemania lidera porque quizás es el único gran país que se toma en serio la construcción europea. En 2019, en lugar de lamentarnos, quizás deberíamos proponer candidatos franceses, españoles e italianos, y tomarnos más en serio las elecciones europeas. Sólo así conseguiremos ser más influyentes y condicionar la política europea.