A un año de las elecciones europeas, la maquinaria de Bruselas ya se ha puesto en marcha para convencer al mayor número de ciudadanos que, de una vez por todas, alcen su voz en los próximos comicios. ¿Acaso nos jugamos algo que no hayamos tratado ya en cualquiera de nuestras elecciones nacionales? Si lo que queremos es dotar a Europa de los instrumentos suficientes para salvarse, sí. Sin duda. Ya no se puede seguir por la puerta de atrás y de espaldas a la ciudadanía. Hasta ahora, el euro se había construido de forma que se pudiera ceder lo mínimo necesario para que la soberanía nacional no se viera tan socavada que la decisión fuera cuestionada por los ciudadanos. La cesión de soberanía económica no fue acompañada de un control de la soberanía popular a nivel europeo. De esta forma, se creó una política monetaria centralizada con una responsabilidad descentralizada, lo que acabó siendo un fracaso no solo en términos de legitimidad, sino también de eficacia.
Ahora ya no hay duda. Las tareas de unión bancaria, fiscal y económica necesarias para seguir adelante exigen unas instituciones fuertes que se hayan legitimado democráticamente, y esto implica una responsabilidad también por parte de la ciudadanía española, que hasta ahora había vivido más o menos cómoda en un consenso permisivo y acrítico hacia las instituciones europeas. Esto se detecta en la población en general, pero en los jóvenes en particular, aunque dicho desinterés es transversal y no afecta únicamente al tema europeo. Según datos del INJUVE, más de la mitad de los jóvenes españoles siente aburrimiento o desconfianza hacia la política. Pero a la vez, también la gran mayoría considera que el sistema necesita de reformas profundas, de modo que se necesita un sistema que pueda ser ese canalizador que aúne exigencia con necesidad.
Hasta ahora para la mayoría de los jóvenes la indignación era la única manera de exigir a los gobernantes europeos que rindan cuentas. El contrato generacional se ha roto en muchos países y los jóvenes cualificados somos los que más lo estamos sufriendo, viéndonos obligados a salir del país, buscando exasperados prácticas sin remunerar para lograr algo de experiencia, o algún trabajo temporal para poder pagar la injusta subida de las tasas universitarias. Tenemos grandes ventajas competitivas, pero nadie parece apreciarlas. Una de ellas es nuestra visión cosmopolita de Europa, y del mundo. No se entendería parte del actual desgobierno europeo, que impide una solución consensuada de la crisis, sin observar la fragmentación de la política a lo largo de sistemas electorales, donde han resurgido las identidades nacionales y la proliferación de antiguos prejuicios. Pero ahí es donde los jóvenes vamos un paso por delante: tenemos una cultura social rica, adquirida por el mero hecho de haber nacido y crecido en democracia y bajo unas condiciones de prosperidad, globalización, paz garantizada y de la promesa de un futuro brillante. Unas condiciones que se desvanecen cada día. Pero antes de recurrir al populismo o a mensajes nacionalistas y antieuropeos, los jóvenes de hoy, que somos la primera generación comunitarizada, podemos ser capaces de exigir el siguiente paso. Podríamos aprender de esta crisis para no volver a caer en las malas prácticas, políticas y económicas de generaciones anteriores. Y si logramos entender nuestra responsabilidad como país, aceptar que el juego ha cambiado y que debemos mirar más a Europa, habremos demostrado una vez más nuestra capacidad.
El principal problema es que, aunque convivamos diariamente con la innovación tecnológica y social, aún no hemos visto esta innovación política. Utilizamos dispositivos que hace sólo cuatro años serían ciencia ficción, nos comunicamos de una manera que evoluciona constantemente y nos dicen que tenemos que innovar y ser creativos en nuestro día a día si queremos garantizarnos un futuro profesional. Pero nada de eso ha llegado a la política, y afecta al modo en que los jóvenes se relacionan con sus instituciones, y también con Europa. Hay un gran sector consciente de su importancia: Disfrutar de un Erasmus, los viajes low-cost a lo largo del continente o participar en asociaciones ayuda a impregnarse de esa idea. Pero todavía un considerable número de jóvenes, un 67% de los que no piensan ir a votar, creen que estas elecciones no servirán para nada.
De hecho, según datos recientes de la Comisión, un 58% de los jóvenes españoles sí cree que irá a votar en las elecciones europeas, más que en las elecciones de 2009 pero aún seis puntos por debajo de la media europea y muy por detrás de países como Italia o Alemania. Del otro 42% que está más o menos indeciso, más del 60% consideran que no están bien informados y que estas elecciones no tratarán los temas que verdaderamente le interesan, concepciones que afectan sobre todo a los jóvenes del Sur de Europa. En definitiva, la mayoría de los jóvenes han entendido la importancia de Europa pero hay un gran número que todavía no lo ve relevante aún cuando Bruselas está en todas las conversaciones.
Para evitarlo, el Parlamento Europeo está empeñado en demostrar que usará sus nuevos poderes otorgados por el Tratado de Lisboa para que sean los ciudadanos los que elijan al nuevo Presidente de la Comisión. “La campaña electoral de 2014 será más interesante, más europea y más política que las elecciones anteriores” señala una resolución recién salida del Comité de Asuntos Constitucionales. El objetivo, en definitiva, es motivar a los medios de comunicación y partidos políticos a que fomenten unas elecciones europeas verdaderamente europeas, de forma que ciudadanos puedan tomar decisiones serias sobre los asuntos políticos importantes. A nivel europeo, los partidos políticos parecen estar dispuestos y presentarán sus candidatos a la Comisión a principios de 2014, pero si a nivel nacional se repiten bajo el prisma del castigo o apoyo al gobierno de turno se correrá el riesgo de desmotivar a la ciudadanía y agravar la tendencia de abstención que tenían estas elecciones. Y sin duda, sería el mayor fracaso de Europa y de los europeos, pues si el proyecto descarrila será por el aumento de las protestas capitaneadas por una masa de jóvenes desempleados y sin nada que perder.
Pero un Presidente de la Comisión elegido con un gran apoyo ciudadano tendría la legitimidad suficiente para enfrentarse a la toma de decisiones de los Estados más fuertes y evitar sus perspectivas electoralistas. Estaría mucho más atado y controlado por el Parlamento Europeo de lo que haya estado cualquier comisario, de forma que sería más sensible a los intereses de los ciudadanos ya que la relación entre su elección y el electorado será más directa que hasta ahora. Para los jóvenes, debería venir acompañado de medidas que nos beneficien a corto plazo, demostrando que los gobiernos están dispuestos a rescatar a los jóvenes del desempleo tan firmemente como en su día lo estuvieron para rescatar a los bancos.
Los ciudadanos no debemos olvidar que la UE es más un experimento político y estratégico que económico, y que Europa todavía tiene mucho que decir en un mundo multipolar donde las nuevas potencias están al acecho para conseguir su cuota de poder a costa de los europeos. Para mediados de siglo habrá diez asiáticos y tres africanos por cada uno de los europeos, así que la conclusión es sencilla: si los jóvenes no nos esforzamos por llevar la voz cantante y gritar que la UE es el mejor instrumento para luchar contra la inestabilidad y la desigualdad en el continente y en el mundo, seguiremos anclados en el desánimo, sin esperanzas y convertidos en una generación apática y con poca capacidad de innovación ni influencia. Por su parte, los dirigentes tienen que entender que una juventud a la que el 70% le interesa poco o nada la política necesita de un mayor reclamo que escuche, de prestaciones y empodere al ciudadano para volver a crear ilusión, y el Estado-Nación no está en condiciones de proporcionárselo. Para la gran mayoría de nosotros, el camino entre la indignación y el compromiso pasa por Europa.
¿Y cómo podemos lograrlo? Antaño, la generación que puso en marcha el proyecto europeo aseguró la paz y la prosperidad de un continente históricamente enfrentado y ha recibido un Premio Nobel de la Paz por ello. De forma que si queremos conseguir nuestro propio Nobel dentro de cincuenta años, su victoria es nuestro reto. Nos toca a nosotros exigir un mayor papel de la ciudadanía en la UE porque la democracia que viene, esa gran tarea pendiente, es una democracia de naturaleza posnacional. No debemos olvidar que la Unión Europea es un experimento único en el mundo y que, en definitiva, su futuro está en nuestras manos ya que el riesgo de romper el euro está en la tensión social y el malestar ciudadano. Pero si nos encontramos con una UE mucho más influyente que tendremos que atender, no podremos manejarla adecuadamente con 17 gobiernos, 17 parlamentos y un Banco Central que tiene una mano atada a la espalda, como muchos dirigentes todavía creen. Al igual que estamos sufriendo esta crisis injustamente, los jóvenes también sufriremos las consecuencias de no explotar el potencial que nos permita adaptarnos al Siglo XXI. Nos queda poco tiempo para decidirlo, pero todavía podemos ser una superpotencia si nosotros lo deseamos y estas elecciones pueden ser un buen momento para demostrarlo.