¿Quién ha ganado en Ucrania?

La imagen que nos está llegando estos días de las protestas en Ucrania, trágicamente marcadas por el elevado número de víctimas, no refleja adecuadamente la complejidad del conflicto. Aunque la narrativa predominante es en parte correcta, se corre el riesgo de omitir otros datos que presentan una realidad mucho más contradictoria, alejada del romanticismo aparente en la lucha para quien se acerca a este país por primera vez.

En primer lugar, al situar el foco sobre la capital (los sucesos en el Maidan y sus inmediaciones) ocultamos la gran diversidad regional, de la que Kiev no es representativa. Recordemos que la sociedad ucraniana está claramente dividida entre un oeste y centro (capital incluida) que identifica la nación ucraniana con esta lengua y vota por la actual oposición; y un este y sur de población rusoparlante, que combina su identidad ucraniana con la cultura rusa y apoya en su mayoría al partido del presidente Viktor Yanukóvich. La distribución territorial del voto (fig. 1) coincide con la división etnolingüística (fig. 2), y se explica en gran parte por ella.

Pese a que el movimiento de protesta ha atraído a manifestantes de fuera de Kiev, y se ha extendido también a otras partes de Ucrania, la fractura geográfica se mantiene. Por ejemplo, las víctimas entre los opositores (según datos de estos, fig. 3) procedían de las regiones occidentales y centrales; mientras que los policías fallecidos eran originarios del centro y este.

Esta polarización no permite, por tanto, hablar de una nación unida frente al gobierno. Gran parte de la sociedad ucraniana se ha opuesto a las demandas del Maidan (un 70% en el este y el 80% en el sur están en contra, en comparación con el 20% en el oeste); aunque el descontento con la gestión de la crisis por el presidente se ha extendido a sus partidarios. El corrupto Yanukóvich (político con escasa propensión al diálogo, curtido en su juventud en las cárceles soviéticas por delitos comunes) es, pese a su responsabilidad en la represión, un presidente elegido democráticamente hace sólo cuatro años por el 49%, en unas elecciones calificadas como limpias por los observadores internacionales. Para la población del este, su Partido de las Regiones representa la defensa de sus intereses frente al oeste, ante el que se han sentido discriminados. Toda solución política al conflicto debería necesariamente contar con la opinión de esta parte de la sociedad, o correr el riesgo de fracturar definitivamente al país.

En el campo opositor, ahora dispuesto a tomar el poder, encontramos actores con objetivos contrapuestos. Como es sabido, la protesta (que rebautizó la plaza de la Independencia o Maidan Nezalezhnosti de Kiev como Euromaidan) tuvo como detonante la decisión del presidente de congelar la firma de un Acuerdo de Asociación y libre comercio con la UE; lo que muchos ciudadanos interpretaron como el fin de sus aspiraciones de prosperidad en un futuro como miembros de la Unión, aunque esto no se había ofrecido en ningún momento por parte de Bruselas. Esta primera movilización representaba sobre todo a una sociedad indignada frente al enriquecimiento obsceno de sus gobernantes, aliados con los oligarcas empresariales para explotar a un país sumido en una grave crisis económica.

Ya entonces, la heterogeneidad del Maidan se hizo evidente entre los partidos que se pusieron a la cabeza de las manifestaciones, con posiciones ideológicas que abarcan desde el centroderecha de Patria o UDAR hasta el ultranacionalismo de Libertad (Svoboda). Así, mientras que Arseni Yatseniuk y el excampeón de boxeo Vitali Kitschkó, líderes de los dos primeros, podrían ofrecer a Occidente una imagen de alternativa democrática, el discurso xenófobo del dirigente de Svoboda Oleh Tyahnybok contradice frontalmente los valores representados por la UE.

El progresivo giro del Maidan hacia la lucha violenta fue resultado de la autoritaria decisión de Yanukóvich de restringir el derecho de manifestación (mediante una ley ahora derogada), que convenció a parte de los manifestantes de la inutilidad de protestar pacíficamente. En este nuevo clima han tenido su auge grupos como el ultraderechista Sector de Derechas (Praviy Sektor), que organizó la unidad paramilitar de “autodefensa” del Maidan; y cuyos líderes han declarado en varias entrevistas que están armados y pretenden tomar el poder por la fuerza, mediante una revolución nacionalista que elimine toda influencia rusa. También se unió a la protesta un grupo tan llamativo como los ultras de los clubes de fútbol, que se presentaron como protección frente a los matones pagados por el gobierno en apoyo de la policía, conocidos como titushki.

Esta minoría de ultranacionalistas se ha aprovechado de las protestas para generalizar las tácticas de guerrilla urbana, como los cócteles Molotov; incluso se han observado algunas armas de fuego entre los manifestantes. Por parte de la policía, la represión brutal e indiscriminada (con francotiradores que han causado las numerosas bajas civiles) ha creado un caldo de cultivo idóneo para esta radicalización, cohesionando a los opositores frente a la tragedia y alentándoles a continuar luchando. Al mismo tiempo, la influencia de los partidos de oposición en el Maidan se ha ido reduciendo, al cobrar el movimiento una dinámica propia que no responde a una planificación desde arriba.

Los escenarios a corto plazo están sujetos a una gran volatilidad. El acuerdo alcanzado con la mediación de varios ministros europeos quedó obsoleto al día siguiente, al huir Yanukóvich y otros altos cargos de la capital, y comenzar la oposición a aprobar reformas en el Parlamento. Pero el gran riesgo es que ninguno de estos actores (tampoco la UE y Rusia, cuya influencia es limitada sobre el terreno) pueda controlar por completo la situación. Un gobierno encabezado por Klitschkó, Yatseniuk o la recién liberada Yulia Timoshenko (quien podría aspirar a recuperar su protagonismo, pese a su enfermedad) no sería necesariamente aceptado por todos los manifestantes: muchos, incluyendo la minoría ultraderechista, no se sienten representados por unos políticos a los que también perciben como corruptos y ajenos a su lucha en las calles.

En cuanto a las regiones rusoparlantes del este, si son marginadas de la toma de decisiones por las nuevas autoridades es muy posible que inicien su propio movimiento de protesta, e incluso decidan avanzar hacia su separación del resto. Un futuro de conflicto civil enquistado que por desgracia, pese a las imágenes que vemos estos días, tendría mucho más de tragedia para todo el país que de victoria épica.