Artículo en colaboración con Economistas Frente a la Crisis y Líneas RojasEconomistas Frente a la CrisisLíneas Rojas
Se abren las puertas y entran los tres jueces con sus togas y gorros rojas. Los abogados, fiscales y los testigos se preparan mientras el acusado observa en la distancia: no es un criminal común, es el Banco Central Europeo. Esta escena no pertenece a una película de Hollywood. Es real y ocurrió los días 11 y 12 de junio en el Tribunal Constitucional Alemán, en la localidad de Karlsruhe. Se trataba de la vista oral por una demanda colectiva interpuesta en ese país contra el BCE por extralimitarse supuestamente en su mandato. Aunque en España ha pasado casi desapercibido, es un juicio trascendental y en juego está nada a más y nada menos que el papel del Banco Central como prestamista de última instancia, es decir su capacidad para salvar al euro haciendo “whatever it takes”.
No deja de sorprender que, pese a lo aparentemente técnico del asunto, haya habido ¡35.000 demandantes! Hay que imaginarlos a todos ellos, manifestándose ante la sede del BCE en Frankfurt, con sus trajes elegantes y sus maletines negros. En efecto, en lugar de perroflautas son seguramente banqueros, financieros, especuladores, extesoreros de algún partido. Indignados, alzan unidos sus pancartas “¡Acabemos con las compras de bonos del BCE!”, “¡No al rescate de países!”.
El juicio comienza y el abogado acusador realiza su exposición de motivos: el Tratado de Lisboa prohíbe al BCE salir al rescate de gobiernos en apuros, no puede pagar las deudas de griegos, italianos, españoles. Su mandato es claro y único: mantener la inflación baja. Según estos nuevos indignados el programa de Operaciones Monetarias Directas o OMT, que el gobernador del BCE, Marió Draghi anunció en septiembre pasado, implica la posibilidad de compras ilimitadas de deuda pública de países en dificultades violando así el Tratado. Culpable, claman.
Jens Weindmann, presidente del poderoso Bundesbank y miembro díscolo del Consejo del BCE declara como testigo de cargo de la acusación. Es contundente: “la compra de bonos por parte del BCE supone una peligrosa mezcla de política monetaria y fiscal, libera a los gobiernos de la necesidad de reformarse y podría poner en riesgo a los contribuyentes alemanes”. E insiste, el OMT “amenaza con anular el papel disciplinador de los tipos de interés de los mercados, debilitando así la responsabilidad financiera”. Más claro, imposible.
Para Weindmann y sus seguidores las reformas acometidas, los enormes recortes al gasto público producidos en muchos países no significan gran cosa. Da igual que el gobierno de Merkel no les apoye en su demanda. Tampoco parece importar que el BCE no haya tenido que soltar ni un solo Euro, o que gracias al OMT se hayan calmado los mercados financieros, alejando el fantasma de la ruptura del Euro y reduciendo las primas de riesgo que asfixiaban las arcas públicas de varios países. Ni siquiera son coherentes, pues el BCE ya se ha extralimitado en su mandato en el pasado, o ¿acaso enviar cartas a gobiernos conminándolos a cercenar derechos laborales y a recortar pensiones está en sus Estatutos? Eso no pareció molestar a estos indignados. Para ellos, lo verdaderamente grave es rescatar a gobiernos derrochadores, y atreverse a cuestionar las reglas del mercado.
Evidentemente la mayor estabilidad y menores tipos de interés han reducido substancialmente las posibilidades de ataques especulativos contra el Euro. Quizás sea esto lo que les tiene tan alterados; sus enormes ganancias financieras han caído y creen haber encontrado un resquicio para que las cosas vuelvan a ser como antes.
La sentencia se conocerá en unos meses, después de las elecciones alemanas. Lo lógico sería que se desestime o se remita al Tribunal de Luxemburgo, el único que puede juzgar al BCE, que es un organismo independiente de los gobiernos e instituciones nacionales. Poco importa, los 35.000 indignados ya han ganado. Con esta tragicomedia nos recuerdan quien manda en Europa, su tribunal constitucional juzga nuestras instituciones europeas. Un intento a la vuelta de la Europa Alemana que tanto teme Ulrich Beck.
Lo que subyace a esta contienda son dos formas de entender Europa; los ortodoxos ordoliberales alemanes para quienes solo el sometimiento a las reglas y disciplina de los mercados nos sacará de esta crisis, frente a los que pensamos que la UE es algo más que una gran plaza financiera, y que la solidaridad entre pueblos y ciudadanos forma parte del ADN europeo. Hasta ahora los primeros han llevado la voz cantante, pero el viento de los tiempos está cambiando.
Quizás algún día a esos falsos indignados alemanes que claman rabiosos contra el BCE, les hagan frente no 35.000, sino decenas de millones de ciudadanos europeos, quienes también se unan en una demanda colectiva contra las políticas neoliberales seguidas por la UE, y lideradas por Merkel y su gobierno. Las pruebas contra este “austericidio” está vez sí serán sólidas, millones de nuevos parados, estados rescatados y quebrados, pensionistas empobrecidos, jóvenes sin futuro. No nos resignemos, otra Europa es posible.