La portada de mañana
Acceder
El PP explota la división parlamentaria para tumbar los impuestos a banca y rentas más altas
La vuelta a la rutina de las familias de los desaparecidos en la DANA
OPINIÓN | Feijóo y el cinismo de ‘Inside Out’, por Lucía Taboada

¿Por qué los líderes europeos son irresponsables?

Hace unas semanas los editores de Agenda Pública tuvimos un encuentro con Luuk Van Middelaar aprovechando que estaba en España para presentar su libro, recién traducido al español, El paso hacia Europa: Historia de un comienzo (Galaxia Gutenberg, 2013). Van Middelaar nos habló de su obra a la luz de la Gran Recesión y de los efectos que la misma ha tenido sobre el proceso de construcción europea. En este post queremos contaros algunos de los temas de discusión y de los argumentos más interesantes que Van Middelaar desgranó durante la entrevista.

El primer tema importante que le planteamos al autor hace referencia a un argumento central del libro según el cual los gobiernos de los países miembro de la UE desempeñan un doble papel: el de Estados miembros fundadores por separado y el de Estados miembros de forma conjunta. Como Estados miembros por separado, los gobiernos nacionales representan a —y son responsables ante— sus respectivos electorados nacionales y su objetivo principal es la defensa de los intereses nacionales; como Estados miembros de forma conjunta, tienen la responsabilidad de asumir las decisiones tomadas junto a sus socios europeos en el Consejo Europeo de Jefes de Estado y de Gobierno ante su electorado nacional, y de obtener el consentimiento de sus respectivas ciudadanías (o al menos de sus parlamentos) a dichas decisiones europeas. En otras palabras, los gobiernos nacionales de la UE tienen dos caras, la de sus Estados respectivos y la de Europa.

Según afirma Van Middelaar, la Gran Recesión ha mostrado hasta qué punto es difícil para los gobiernos nacionales funcionar con esta especie de doble personalidad en tiempos de crisis, cuando la tensión entre los intereses nacionales y los europeos alcanza niveles elevados de intensidad. Según el entrevistado, las decisiones europeas siempre son el resultado de un tira y afloja entre los gobiernos nacionales y entre éstos y la Comisión (también presente en el Consejo, representada por su Presidente) que termina en compromisos en los que todos ganan algo y pierden algo para poder llegar a un acuerdo. Así, un primer ministro que se limita a afirmar después de una reunión del Consejo Europeo que el resultado ha sido muy bueno para su país (o, alternativamente, que le han obligado a hacer lo que no quería) está faltando a su responsabilidad en tanto que líder europeo y nacional, ya que no está explicando a su ciudadanía la realidad de lo sucedido. No está explicando que la participación como Estado miembro en el Consejo viene acompañada de la necesidad de gestionar la tensión entre los intereses nacionales y europeos y que, por tanto, las decisiones conjuntas necesariamente implican concesiones a otros socios por el bien de Europa.

A este respecto, nosotros nos preguntamos lo siguiente: Si es tan importante que los líderes de los gobiernos nacionales se muestren responsables ante sus respectivas ciudadanías por las decisiones que se toman en el Consejo y que, cuando están participando en el Consejo, no piensen sólo en sus intereses nacionales sino en el interés de Europa en su conjunto, ¿por qué sucede tan a menudo que los líderes nacionales son irresponsables? Durante la crisis hemos visto dos tipos de comportamiento por parte de los líderes nacionales europeos. Por un lado, participar en el Consejo Europeo con la mirada puesta en la opinión pública nacional y volver a casa presentando las medidas europeas aprobadas como triunfos nacionales; por otro lado, evadir la responsabilidad por medidas impopulares en casa afirmando que la decisión ha venido impuesta por Bruselas (o por los otros socios). De lo primero ha dado muestras de sobra conocidas la canciller alemana, Ángela Merkel; de lo segundo, nuestro Presidente, Mariano Rajoy, sin ir más lejos.

Van Middelaar nos explica esta irresponsabilidad como un problema de incentivos democráticos. Los líderes nacionales son elegidos por sus respectivas ciudadanías y es ahí donde reside su legitimidad democrática. Ningún líder nacional ha sido jamás premiado por sus electores en casa por comportarse como un gran líder europeo en contra de los intereses de su propio país; los premios y los castigos se reparten en base al comportamiento del gobierno nacional en la defensa de los intereses nacionales. En palabras de Van Middelaar refiriéndose a su propio país de origen, “los votantes holandeses no buscan en su primer ministro un gran estadista europeo; lo que quieren es que sea un buen primer ministro holandés”. Nosotros creemos que esto nos debería hacer reflexionar sobre lo siguiente: mientras el ámbito de la democracia representativa sea exclusiva o fundamentalmente nacional, y el proceso político europeo descanse sobre todo en los hombros del Consejo, los líderes políticos nacionales tendrán pocos incentivos para ser responsables en tanto que líderes europeos, particularmente en tiempos de crisis, cuando más difícil es alinear los divergentes intereses nacionales entre sí y con los de Europa en su conjunto. Por la misma razón, los avances que se hagan (y que se han hecho) en la construcción europea se harán a trompicones, dos pasos adelante y uno hacia atrás, y les faltará siempre la coherencia necesaria, la visión de conjunto, tal y como el diseño del euro (en gran parte, un tira y afloja entre Francia y Alemania) ha puesto claramente en evidencia.

El segundo tema importante que tratamos con Luuk Van Middelaar se refería a la siguiente paradoja: mientras que las decisiones europeas que se han tomado para hacer frente a la Gran Recesión han sido eminentemente políticas y han favorecido claramente a unos países más que a otros, se han presentado a la opinión pública, y ésta así las ha entendido, como decisiones tecnocráticas, impuestas por las circunstancias de la mano de oscuros funcionarios de Bruselas sin legitimidad democrática alguna y sin alternativa posible (el “no hay alternativa a la austeridad” tan repetido durante los peores momentos de la crisis). Van Middelaar nos explica esta paradoja como resultado del miedo que existe entre los líderes nacionales de Europa a “politizar” el ámbito de decisión europeo.

Por razones históricas de todos conocidas, afirma Van Middelaar, la concepción de la democracia europea que defienden las élites políticas nacionales es formalista y tecnocrática, no es la democracia del conflicto entre proyectos políticos opuestos que se dirime mediante elecciones, sino la del consenso necesario para evitar un regreso a los traumas del pasado. Es decir, las élites políticas nacionales en Europa no buscan una pelea abierta, a la vista de todos, entre opciones contrapuestas; buscan los acuerdos a puerta cerrada que después se presentan como resultado de una deliberación alejada de las pasiones de la política y, por ello, supuestamente superior desde un punto de vista normativo. Según Van Middelaar, lo fundamental para los líderes nacionales que se sientan a la mesa del Consejo a negociar es evitar el conflicto abierto, la ruptura; el fracaso viene dado por el abandono de la mesa de negociación. Este es el resultado a evitar, nadie debe salir de las reuniones del Consejo sintiéndose un total perdedor, no se deben tratar los temas a decidir en términos de ganadores y perdedores. Para ello, se cubren las decisiones con un velo de tecnocracia, se niega la existencia de caminos alternativos, se enfantiza el consenso, se esconde la lucha política.

En nuestra opinión, el problema de esta concepción formalista y tecnocrática de la democracia es que, especialmente en momentos de crisis como el que atravesamos ahora, se vacía de contenido y pierde legitimidad a pasos agigantados. La ciudadanía europea, sobre todo en los países deudores del Euro, no acepta el mantra de que no hay alternativa a la austeridad y entiende que, si realmente no hay alternativa, entonces tampoco hay democracia. Es comprensible el miedo de los políticos europeos al conflicto entre Estados miembro ganadores y perdedores. Sin embargo, cubrir este conflicto -que existe y es visible por todos- de un halo de tecnocracia sin alternativas no es la mejor manera de evitar sus peores consecuencias. Al contrario, podría ser la receta perfecta para convocarlas. Por el contrario, una lucha abierta, demócratica, en la arena electoral, entre proyectos alternativos de sociedad (y no entre estados-nación) podría ser lo que salvara la democracia europea y le devolviera legitimidad a los ojos de la ciudadanía.

Las próximas elecciones europeas del 25 de mayo deberían servir para “politizar” y, por tanto, “democratizar”, el ámbito de decisión europeo. Las confederaciones de partidos europeos están presentando plataformas políticas distintas, proyectos alternativos, liderados por primera vez por candidatos concretos comprometidos, en caso de ser elegidos, a defender dichos proyectos. Por primera vez estamos presenciando debates televisados de los proyectos políticos en liza. En estas elecciones europeas estamos viendo un atisbo de la democracia del conflicto en el ámbito europeo, de la competición abierta y libre entre proyectos alternativos de sociedad que es el alma de la democracia representativa. Éstas serán las elecciones de la Gran Recesión, en las que se dirime si la ciudadanía europea quiere continuar con la austeridad o si quiere una política alternativa. Por eso, los ciudadanos europeos haríamos bien en tomarlas en serio y en pensar en ellas como elecciones europeas, y no como un ensayo de las próximas elecciones nacionales. Los momentos democráticos de la UE son pocos, aprovechémoslos y mostremos a las élites políticas nacionales que no tenemos miedo a los conflictos que se airean en la arena electoral, no a puerta cerrada. Mostrémosles que creemos que la solución para Europa es más, no menos, democracia.

Por último, hablamos con Van Middelaar de la creciente brecha entre el Norte (acreedores) y el Sur (deudores) y de hasta qué punto esta brecha podría poner en peligro el proyecto europeo a largo plazo. El autor de El paso hacia Europa nos respondió que quedan por delante años muy difíciles pero que la Gran Recesión no va a ser el principio del fin del proyecto europeo. La brecha Norte-Sur no permanecerá para siempre porque la rueda de la historia siempre gira y quienes están hoy arriba pueden estar mañana abajo, y viceversa. Ahora son los países deudores los que están haciendo sus deberes y otros países europeos, como Alemania, están empezando a arrastrar los pies. Van Middelaar nos propone que pensemos en el proyecto europeo como en un puente. A un lado del puente están los estados-nación; al otro, la visión de una Europa unida. Tal vez nunca lleguemos al otro lado del puente, pero vamos avanzando mientras caminamos sobre él. El paso hacia Europa nos cuenta la historia de ese caminar sobre el puente y, para Van Middelaar, estar a mitad de camino en el puente no es tan mal sitio como nos pueda parecer.