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Una tercera vía es posible en la Eurozona

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Toni Roldán Monés

Hace ya tiempo que vienen sonando las campanas. El dominio de los grandes partidos tradicionales está dejando paso a un nuevo cuadro político, de parlamentos más fragmentados, más euroescépticos y más polarizados que auguran un futuro político más inestable, sobre todo, en el Sur de la Eurozona. Pero hasta ahora ningún partido con propuestas claramente rupturistas había llegado al poder. En 2015, Syriza en Grecia y Podemos en España podrían entrar en el gobierno con claras intenciones de cambiar las reglas del juego.

Es probable que, como explicaba recientemente, ambos partidos lo tengan muy difícil para aplicar las políticas que prometen. La principal razón es que los Estados nación en la Eurozona han cedido gran parte de su soberanía económica a Bruselas y Frankfurt y en un mundo con libre movimiento de capital las naciones muy endeudadas tienen poco margen de maniobra. Pero es un tanto simplista creer que con eso el reto que plantean estos nuevos partidos está solucionado.

El panorama político refleja un desajuste estructural en el corazón del diseño institucional de la Eurozona. En el presente modelo, el coste social de mantener el sistema de tipo de cambio fijo extremo como es la Unión Monetaria está resultando ser excesivamente alto para los países del Sur. El auge de Syriza y Podemos es un reflejo del desequilibrio fundamental entre democracia, que permanece en el Estado nación, y las fuerzas económicas y los instrumentos para gobernarlas que hace tiempo abandonaron las arcaicas fronteras Westfalianas.

Barry Eichengreen, el eminente historiador económico, explica de un modo similar las tensiones entre democracia, globalización y sistema monetario en Globalizing Capital, en tiempos del patrón oro. A finales del siglo diecinueve, cuando la democracia era mucho más débil que ahora, éste era compatible con la globalización porque las autoridades económicas podían priorizar la estabilidad monetaria sobre las demandas de sus ciudadanos. Es decir, enfrentados a la necesidad de devaluar, optaban por imponer tanta austeridad como fuera necesario para mantener la paridad con el oro. Pero las reivindicaciones democráticas y los movimientos sociales de principios de siglo cambiaron las circunstancias. Dejó de darse por descontado que en el choque entre estabilidad monetaria y empleo, las autoridades elegirían la primera. Y el sistema dejó de ser creíble y se derrumbó.

En la Eurozona de hoy puede suceder algo parecido. No podremos mantener eternamente nuestro sistema de tipo de cambio a base de austeridad porque choca con la democracia nacional.

Hace ya más de seis años que empezó la crisis y, aunque los datos macroeconómicos han mejorado en el Sur de la Eurozona, la ciudadanía sigue sin percibir esas mejoras. En España y Grecia el desempleo no bajará de la barrera del 20% en los próximos dos años al menos. Grecia se encuentra al borde de una crisis humanitaria, con casi cuatro millones de personas (de una población de 11 millones) en riesgo de pobreza o exclusión social, según estimaba recientemente la Unión Europea.

Además, existen sólidos argumentos para cuestionar la utilidad de la austeridad en el caso de Grecia. Desde 2010 ha perdido casi una cuarta parte de su economía y a pesar de la extrema austeridad (y los haircuts sobre el principal de la deuda), el ratio deuda pública/PIB excede el 170%. Esto significa que a los griegos todavía les queda probablemente más de una década de austeridad y transferencias permanentes de recursos a sus ricos vecinos acreedores del Norte. Tanto es así que hasta ahora gran parte del esfuerzo de los griegos ha sido precisamente para eso, para pagar deudas. Como se ilustra muy bien en éste muy retwiteado gráfico de Macropolis, del total del dinero recibido en los rescates, solamente el 11% se ha dedicado al sector público. El resto a servir la deuda y el pago de intereses.

Si los ciudadanos perciben que sus demandas democráticas para aliviar el enorme sufrimiento social siguen ignorándose, seguirán dando su voto a opciones que prometen cambios radicales. Y el clash entre la democracia nacional y los dictados de Bruselas y Alemania será cada vez más grande, hasta que la propia democracia acabe con la unión monetaria.

Existen tres posibles soluciones a este problema. La primera es la que proponen algunos partidos como Podemos o Syriza: hacer como si las restricciones económicas no existieran y prometer un futuro dorado, esto es, aumentar el gasto, recortar la edad de jubilación, dejar que los sueldos suban y trabajar menos, y al mismo tiempo mantenerse en la unión monetaria. Esa vía es imposible porque ni sus socios europeos se lo permitirían ni ningún inversor estará dispuesto a financiar sus deudas a un coste razonable como explicaba aquí para el caso de Podemos.

La segunda opción es terminar de construir la prometida unión fiscal y política en la Eurozona y convertir la unión monetaria en un Estado Federal. De esa manera los ciudadanos enfadados del Sur podrían imponer, por la vía democrática, un cambio en la política económica que les sea menos perjudicial. Por ejemplo eligiendo a políticos en Europa que prometan un ajuste fiscal más gradual en el Sur y un ambicioso programa de inversiones a cargo de un presupuesto común. En esa solución, el Trilema (planteado por el Profesor Dani Rodrik) entre democracia, globalización y Estado nación del que hablaba aquí podría solucionarse en Europa, sacrificando al Estado nación y construyendo una verdadera democracia transnacional.

Por esa vía, funcionando como un solo país, es como Japón pudo sobrevivir más de una década de deflación y bajísimo crecimiento económico. El equilibrio político deflacionario funcionó porque el paro se mantuvo en niveles mucho más bajos que en el Sur de la Eurozona ahora, a través de una política fiscal anti-cíclica agresiva (y también una regulación laboral más flexible) que era el reflejo de las preferencias de los votantes japoneses. En Japón, ese equilibrio llevó a que la deuda pública aumentara por encima del 200%, algo que sería imposible en la Eurozona, porque la deuda de Japón tiene la particularidad de financiarse principalmente con ahorros nacionales. Pero esa es otra cuestión.

En Europa, a diferencia de Japón, las preferencias de los votantes de los países acreedores y deudores difieren enormemente y el mecanismo intergubernamental de toma de decisiones sobre el que he hablado aquí o aquí en tiempos de crisis favorece las preferencias de los acreedores. La prueba es que, como muestra el siguiente gráfico, mientras que la popularidad de Merkel se encuentra en niveles históricos, los partidos tradicionales en el Sur de Europa se encuentran en caída libre y nuevas opciones rupturistas han pasado a ser actores políticos centrales.

La cuestión de fondo es que el problema de la Eurozona es un problema de herencia común. Como dice siempre el Profesor Paul de Grauwe, “it takes two to tango”. La situación en Grecia es responsabilidad tanto del excesivo gasto público en Grecia en los años anteriores a la crisis como de la actitud irresponsable de los bancos del Norte de la Eurozona que estaban dispuestos a prestar sin preocuparse por si los bancos griegos podrían pagar de vuelta los préstamos.

En cualquier caso, como resultado del espectacular auge euroescéptico, Europa se encuentra más alejada que nunca de lograr el consenso político necesario para sacar una opción federalista adelante.

Pero hay una tercera vía que pasa por actuar en un frente común en los países deudores para llevar adelante las reformas mínimas necesarias y políticamente aceptables para que la Eurozona no termine siendo víctima de su propio diseño disfuncional. Esas reformas deberán incluir un acuerdo entre deudores y acreedores para abordar una restructuración ordenada de parte de la deuda en la Eurozona (siguiendo un modelo como éste o éste) y la creación de un fondo permanente para la lucha contra el desempleo que permita reducir el enorme sufrimiento. Y, en el corto plazo, una acción decidida sobre los tres pilares que Draghi sugirió en Jackson Hole hace ya seis meses para volver al crecimiento: un política monetaria mucho más agresiva para cambiar las expectativas de inflación (QE que incluya la compra masiva de bonos soberanos, algo que sucederá pronto), un ajuste fiscal más gradual en el Sur acompañado de políticas de inversión en aquellos países que tengan espacio fiscal, y un compromiso parar avanzar en reformas estructurales de una forma más gradual.

El problema de esta vía es que no hay visos de que el sesgo ideológico en la política económica en la Eurozona en favor de los acreedores vaya a cambiar. Es más, es probable que el año que viene el poder hegemónico de Alemania en Europa sea más fuerte que nunca por la debilidad del resto de los grandes en Europa ¿Y por qué iba Merkel a cambiar su estrategia si en casa – que no olvidemos es donde resulta elegida - si le da tan buenos resultados?

Paradójicamente la victoria de Syriza en Grecia podría forzar ese cambio necesario. Pero existe el riesgo de que la cuerda se tense demasiado. Syriza puede amenazar con “Grexit” pero en realidad no quiere salir del Euro y para quedarse depende del Norte para su financiación (17.000 millones este año que vendrán, no sin condiciones, del último tramo de un rescate anterior y de un probable nuevo rescate en forma de línea de crédito del MES). Además, el miedo a “Grexit” es menor para los acreedores puesto que creen que el contagio sería mucho más manejable que en 2012, lo que les da mayor poder de negociación frente a Syriza…

La Eurozona se encuentra en una encrucijada histórica. O es capaz de rediseñar su ineficiente arreglo institucional o acabará vencida por sus propios límites democráticos. En su forma presente es intrínsecamente inestable. O logramos movernos hacia un modelo en el que las preferencias de los ciudadanos del Sur estén mejor representadas, o estaremos condenados a enfrentarnos a crisis permanentes.

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