Los representantes – no olvidemos- democráticos de los gobiernos que conforman el Eurogrupo han tomado actitudes dispares respecto a Grecia y el controvertido gobierno de Alexis Tsipras. Las negociaciones del tercer rescate han durado meses, con innumerables cumbres y reuniones de urgencia, a menudo de muy corta duración y protagonizadas por la falta de flexibilidad de buena parte de los acreedores. En ese contexto, mucho se ha escrito sobre la dura y conservadora posición de Alemania (especialmente de su ministro de finanzas, Schaüble) o del tímido apoyo que los griegos recibían de, a priori, países con posiciones más cercanas como Francia o Italia. Sin embargo, el rígido comportamiento de otros estados de reciente adhesión al euro, como Letonia, Lituania o Eslovaquia, alineados con los intereses germanos, no había sido analizado, hasta ahora.
En una lúcida entrada publicada en su blog, Branko Milanovic (exjefe de investigación del Banco Mundial) intenta dar respuesta a esta cuestión a través del siguiente razonamiento, que intentaré interpretar: gracias a la teoría económica podemos medir, a través de una función, el bienestar de los distintos países. Esta función depende positivamente del nivel de renta, por lo que cuanto mayor sea ésta, mayor será el bienestar de dicho país. Siguiendo esta intuición, un país con una renta per cápita más alta que el resto disfrutará, por tanto, de un mayor bienestar. Ahora, imaginemos una situación en la que un país relativamente más pobre debe realizar una transferencia de renta a un país más rico. ¿Tiene lógica que dicha decisión genere tensiones internas? ¿Es justo que los habitantes de un país más pobre paguen parte de la deuda contraída por un país más rico? Bueno, esto es lo que ha sucedido, precisamente, entre Letonia, Lituania o Eslovaquia (países relativamente más pobres), y Grecia (país más rico). Observando el gráfico inferior podemos comprobar que desde 1990 y hasta 2013, la renta per cápita del país heleno ha sido muy superior a la del resto del grupo de países comparados.
De la misma forma se evidencia en el gráfico que, en la actualidad, y como consecuencia de la enorme caída del PIB per cápita en Grecia, tanto Eslovaquia como Lituania la han sobrepasado en renta. Es el momento de recordar aquí que estos dos últimos países, junto a Letonia, emprendieron profundas reformas económicas e institucionales con el objetivo de cumplir las condiciones de adhesión al euro que se habían marcado desde instancias europeas. Teniendo en cuenta lo expuesto, sería justificable la posición adoptada por estos países relativamente más pobres. Mientras ellos, pensarán, “han hecho los deberes”, otros “quieren darse un festín”, como declaró la presidenta lituana tras una reunión extraordinaria del eurogrupo. Y sobre todo: se ven forzados a realizar una transferencia de renta a un país con un nivel de vida históricamente superior.
Siguiendo el argumento de Milanovic, la posición de los gobiernos de los países más pobres se fundamenta en el rechazo a que sus habitantes realicen transferencias de renta regresivas, es decir, de alguien más pobre a alguien más rico. Si un habitante medio eslovaco, letón o lituano se fijara en los niveles de renta de todos estos países durante los últimos 24 años (gráfico superior), podría concluir que los griegos se encuentran en mejor situación y con un mayor nivel de bienestar que ellos. Sería lógico, por tanto, el rechazo de los mismos a las mencionadas transferencias.
Sin embargo, ¿es posible encontrar una justificación económica a estas, en principio, injustas transferencias? En su entrada, Milanovic propone tener en cuenta no sólo los niveles absolutos, sino la infelicidad derivada de una caída sustancial de renta en un país, de modo que a mayor caída en renta, mayor infelicidad. Planteado en estos términos podríamos argumentar, a partir de lo que observamos en el gráfico inferior, que lo que antes hemos presentado como una transferencia regresiva de renta es ahora una transferencia progresiva de bienestar. A pesar de tener los griegos mayores niveles absolutos de renta per cápita, la infelicidad asociada a la pérdida de un 25% de la misma desde 2007 los coloca por debajo de los otros países en la escala de bienestar. Estas transferencias de renta dejarían de ser económicamente injustas para convertirse en una clara mejora en el sentir de la población griega.
A pesar de todo, argumenta Milanovic, esta lógica conduce al absurdo si imaginamos que la misma puede aplicarse a un banquero de Wall Street que ha perdido millones de dólares en bolsa y, a cuenta de su felicidad, pudiera apelar a la transferencia de renta de un empleado a él mismo al ser la de aquel más estable, y siempre inferior, a la suya.
¿Se puede pedir a países como los aquí contemplados que asuman de buen grado la obligación de realizar transferencias de renta a alguien más rico? Pero, ¿no se interponen estas actitudes en el imprescindible avance de la construcción europea?