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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Charlie Hebdo y el cobijo de los populismos

Si te atacan con un arma, devuélveselo con un empleo digno, un techo, un médico, una escuela, un plato de comida caliente, una oreja bien abierta para escuchar sus penas y un gran abrazo. Esta mañana un pequeño despiece del periódico La Vanguardia explicaba algo imprescindible para comprender, al menos un poco, por qué alguien puede fanatizarse tanto como para masacrar a sangre fría a unos pobres dibujantes que hacen chistes sobre un tema, por más sagrado que sea.

La palabra clave es una: marginación. Las palabras relacionadas son precariedad, periferia, olvido, dejadez, individualismo... Y, por supuesto, el tema central es una política socio-económica que deja fuera a una parte cada vez más importante de la población, mientras se muestra lo (supuestamente) bien que viven los excesos unos cuantos pocos privilegiados. No son los chistes. Es esa la verdadera provocación.

Dos de los implicados en el atentado a Charlie Hebdo eran hermanos, Chérif y Saïd Kouachi, hijos de padres inmigrantes argelinos que no se sabe si murieron o les abandonaron. Crecieron en un centro de acogida. No tenían más familia que a ellos mismos. Hace un tiempo ni flirteaban con la religión. Chérif era repartidor de pizza. Cometía pequeños hurtos para pagarse su cuota de hachís. “Un chaval perdido”, le describió su antiguo abogado.

El yihadismo atrapó a estos dos tipos sin futuro con una promesa: por fin serían alguien si rezaban y si luchaban por su religión. Por fin, alguien les daría un verdadero cobijo. A Chérif la policía lo atrapó antes de viajar a Damasco. Y el sistema, en vez de ayudarle, le dio dos raciones de humillación. Salió de allí, según su antiguo abogado, mudo, sin poder pronunciar palabra, y habiendo conocido todavía más “hermanos” yihadistas. Estaban “dejados de la mano de dios” y un supuesto dios les tendió la mano.

Hace tiempo estuve en el norte de Marruecos, en una zona de Tanger, en el medio de un lugar que se veía decadente y pobre. Caminaba de la mano de mi compañero y tenía que ir aguantando insultos varios por el hecho de ser mujer e ir vestida como iría normalmente cualquier chica por Barcelona. El alcohol estaba prohibido. En los bares no había una sola mujer. Me fui. Luego pregunté a una conocida marroquí qué había pasado en aquel lugar que otrora había sido centro de libertades. “Allí, justo allí, está muy empobrecido y los fanáticos religiosos van repartiendo comida y dando trabajo”, me respondió. “Están volviendo atrás”.

La marginación y la pobreza, esa misma que muchos europeos están conociendo como no habían conocido en sus vidas (y que sus abuelos sí habían conocido en la Segunda Guerra), es una parte importante de los ingredientes utilizados en el caldo de cultivo de los últra, póngase detrás la palabra musulmán, católico, judío, budista, nacionalista de cualquier nación (incluida, por supuesto, la española, la catalana, la estadounidense y la argentina), comunista, derechista, etc, etc... últras.

Es la misma marginación que hace que suba peligrosamente en las encuestas la populista Marine Le Pen. Y que la escalada de violencia pueda venir de algún afectado por el sistema, que haya caído en las garras de cualquier bando.

En 2006 el jurado que le dió el Premio Nobel de la Paz a Mohamed Yunus decía en un comunicado “No podrá alcanzarse una paz duradera hasta que una parte de la población (mundial) encuentre la manera de salir de la pobreza”.

Si realmente los gobiernos quieren combatir atentados, no deben levantar muros sino ayudar a construir sistemas económicos menos desiguales, más inclusivos y más amables. Si no les dan cobijo, ya les cobijarán otros, y no sabemos cuáles son las consecuencias.

[Este artículo pertenece a la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

Si te atacan con un arma, devuélveselo con un empleo digno, un techo, un médico, una escuela, un plato de comida caliente, una oreja bien abierta para escuchar sus penas y un gran abrazo. Esta mañana un pequeño despiece del periódico La Vanguardia explicaba algo imprescindible para comprender, al menos un poco, por qué alguien puede fanatizarse tanto como para masacrar a sangre fría a unos pobres dibujantes que hacen chistes sobre un tema, por más sagrado que sea.

La palabra clave es una: marginación. Las palabras relacionadas son precariedad, periferia, olvido, dejadez, individualismo... Y, por supuesto, el tema central es una política socio-económica que deja fuera a una parte cada vez más importante de la población, mientras se muestra lo (supuestamente) bien que viven los excesos unos cuantos pocos privilegiados. No son los chistes. Es esa la verdadera provocación.