Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.
Economía: mi aprendizaje particular
Empezaré confesando que, aunque he tenido la fortuna de poder estudiar hasta recibir varios títulos de educación superior, no he tomado un solo curso de Economía. Tampoco me lo han ofrecido. Imagino que no debo de ser el único en esta situación entre los lectores de Alternativas Económicas. Es obvio que los currículos educativos a los que se nos ha sometido, como mínimo a los de mi generación, tenían un agujero preocupante en cuanto a su idoneidad para prepararnos para la vida real.
En materia de economía soy, pues, un completo autodidacta, guiado por un principio básico. Si algo me parece importante, me interesa y no lo entiendo, consulto una fuente experta. Y si, como ocurre en general con los economistas y los libros de economía, la respuesta me parece demasiado complicada, busco una fuente lo menos convencional posible.
El libelo La economía no existe, del periodista Antonio Baños, es un buen ejemplo, en tanto que constata que la economía, “si fuera una ciencia, sería la ciencia del ya veremos”. Se espera de la ciencia y de las teorías científicas que tengan poder predictivo. Cuando se vio que la mayoría de los economistas no previeron la crisis de 2007, o no quisieron preverla, o hicieron como si no la hubieran previsto, el poder predictivo de la economía quedó seriamente en entredicho. Para el muy recomendable Economía para el 99% de la población, de Ha-Joon Chang, “la economía nunca podrá ser una ciencia en el sentido en que lo son la química o la física […] en particular porque los seres humanos —a diferencia de las moléculas químicas o los objetos físicos— tienen voluntad propia y libre albedrío”.
En la misma línea, reconforta la lectura de ¿Para qué sirve realmente la economía?, de la catedrática Miren Etxezarreta, que empieza distinguiendo oportunamente entre la Economía con mayúscula, el dominio de la autodenominada Ciencia Económica, y la economía con minúscula, que corresponde al ámbito de la organización económica.
Para los ciudadanos de a pie, la consecuencia de esta distinción bien podría ser desentenderse de la Economía y centrarse en las cuestiones que influyen en la organización económica, incluyendo la política. El problema, sin embargo, es que constatamos que son los expertos en Economía quienes tienen mayor influencia en las cuestiones prácticas de la organización económica.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? En parte como consecuencia de que nuestra época sobrevalora el poder de lo racional e infravalora los resultados de las emociones, la imaginación y la intuición. A diferencia de los tratados modernos de Economía, La riqueza de las naciones, de Adam Smith, no contiene ni una sola fórmula matemática.
La aceptación de la Economía como ciencia tiene que ver con la incorporación a esta disciplina de modelos matemáticos cada vez más sofisticados (1). Como modelar matemáticamente el comportamiento humano presenta dificultades no banales, los economistas matemáticos introdujeron en sus modelos algunas hipótesis simplificadoras, injustificadas pero muy influyentes en la práctica. Por ejemplo, que somos homo economicus, que tomamos decisiones económicas basadas en criterios de estricta racionalidad (2), o que los mercados son el mecanismo más eficiente para asignar recursos (3).
Mi conclusión es que el discurso convencional de la Economía tiene tanto o más de ideología que de ciencia. Y que, por tanto, el acercamiento a la economía, con minúsculas, requiere una mirada más cercana a las ciencias sociales y a las ciencias de la complejidad que a las matemáticas abstractas.
Algo de ello hará falta, por ejemplo, para establecer directrices convincentes acerca de cómo generar riqueza de una forma socialmente sostenible. Para el lector ambicioso interesado en la cuestión, recomendaría The Origin of Wealth: Evolution, Complexity and the Radical Remaking of Economics, aunque sea de un consultor de McKinsey ocupado también en la redefinición del capitalismo (4).
(1). Bien explicado, por ejemplo, en How Markets Fail: The Logic of Economic Calamities, del periodista John Cassidy, columnista habitual de The New Yorker.
(2). Animal Spirits: Cómo influye la psicología humana en la economía, de Akerloff y Schiller, es una referencia obligada y accesible sobre este último punto.
(3). El rey desnudo: cuatro verdades sobre el mercado, de Luis de Sebastián, es muy clarificador.
(4). E. Beinhocker, “Redefining Capitalism”, McKinsey Quaterly, septiembre de 2014.
[Este artículo ha sido publicado publicado en el número de mayo de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
Empezaré confesando que, aunque he tenido la fortuna de poder estudiar hasta recibir varios títulos de educación superior, no he tomado un solo curso de Economía. Tampoco me lo han ofrecido. Imagino que no debo de ser el único en esta situación entre los lectores de Alternativas Económicas. Es obvio que los currículos educativos a los que se nos ha sometido, como mínimo a los de mi generación, tenían un agujero preocupante en cuanto a su idoneidad para prepararnos para la vida real.
En materia de economía soy, pues, un completo autodidacta, guiado por un principio básico. Si algo me parece importante, me interesa y no lo entiendo, consulto una fuente experta. Y si, como ocurre en general con los economistas y los libros de economía, la respuesta me parece demasiado complicada, busco una fuente lo menos convencional posible.