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Lecciones de Octubre de 1917

Josep Fontana (Barcelona, 1931) es uno de los grandes historiadores de nuestro tiempo, con una erudición y profundidad fuera de lo común y gran capacidad para interrelacionar y explicar de forma didáctica fenómenos complejos con herramientas interdisciplinares. Aunque especializado en el siglo XIX, en los últimos años ha ido centrando cada vez más su atención en el XX, como hizo también el fallecido historiador británico Eric Hobsbawm, del que Fontana es sin duda uno de sus más destacados herederos, con su compartida adscripción a la tradición marxista, pero de espíritu libre, heterodoxa y máxima profesionalidad.

En su último libro, El siglo de la revolución (Crítica), Fontana repasa el último siglo tomando como referencia el impacto de la Revolución de Octubre y la toma del poder de los bolcheviques de Lenin en Rusia, ahora hace cien años. Obviamente, no se trata de un ejercicio de nostalgia, sino que es una aportación imprescindible para entender de verdad el último siglo e incluso lo que llevamos de XXI, marcado por la crisis económica para las clases populares, la explosión de la desigualdad y el terrorismo yihadista globalizado.

Con las luces largas que aporta Fontana, es evidente que los efectos de la Revolución de Octubre van mucho más allá de la revolución social vivida en Rusia y hasta de las acciones que durante décadas emprendieron revolucionarios en el mundo entero inspirados por la toma de poder bolchevique. En realidad, es difícil aproximarse a los fenómenos clave del último siglo —incluso los que definen la década actual— sin tomar en consideración los efectos que tuvieron para el mundo la Revolución de Octubre y la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), disuelta en 1991: desde el auge y caída de los fascismos, que encuadraron los miedos que generaba Moscú y en cuya derrota militar en la II Guerra Mundial fue determinante el Ejército Rojo, hasta el pacto social mismo que explica el Estado de bienestar en el que todavía vivimos, estimulado en origen también por el miedo rojo y ahora progresivamente debilitado por la desaparición de la amenaza comunista; pasando por el terrorismo global de raíz yihadista, que fue alimentado sin miramientos por Occidente en la década de 1970 como fuerza de choque para debilitar a la URSS en Afganistán.

El terror yihadista que golpea ahora las sociedades occidentales tiene, claro está, muchas causas y muy complejas, y ha tenido varios episodios importantes que explican sus sucesivos saltos de nivel y extensión —desde el drama palestino hasta la guerra de Irak—, pero es importante recordar cómo EE UU armó, mimó y protegió a las unidades afganas antisoviéticas que ya tenían un proyecto de instauración de regímenes basados en una interpretación rigorista del islam medieval y de extensión de la Yihad. De los huevos de esta lucha contra el “comunismo” surgido en la Revolución de Octubre salieron directamente Bin Laden y muchas de las serpientes que hoy atormentan a los ciudadanos de Occidente, que a su vez sufren en carne propia la descomposición de los sistemas de protección social y laboral nacidos también en buena parte del miedo a Moscú.

La paradoja que subraya Fontana es que las múltiples luchas emprendidas por Occidente durante buena parte del siglo XX para frenar a la URSS y asegurarse la hegemonía no estaban justificadas desde el punto de vista de la amenaza soviética, que en realidad estaba derrotada como alternativa real por lo menos desde la década de 1950. Es decir, no había peligro ninguno; sólo un buen pretexto para los intereses de las oligarquías dominantes en el capitalismo occidental y del complejo militar-industrial que el propio Dwight Eisenhower acabó señalando al abandonar la presidencia de EE UU, en 1961.

“El gran conflicto global que dominó la segunda mitad del siglo XX no fue el enfrentamiento del ‘mundo libre’ contra el ‘comunismo’, como se nos ha contado, sino el de las fuerzas armadas de la ‘libertad de empresa’ contra todo aquello que podía oponerse a sus intereses, disfrazado como una cruzada contra los restos del viejo proyecto socialista soviético, que no era ya capaz de llevar más adelante la transformación de la sociedad, y aspiraba a poco más que a sobrevivir a las amenazas externas y a mantener el orden social interno con métodos autoritarios”, sostiene Fontana.

El historiador es siempre un buen complemento del economista, y al revés. Thomas Piketty ha explicado muy bien cómo aumenta la desigualdad, pero las razones no pueden explicarse sólo por la economía aislada. El libro de Fontana ayuda a entender mucho mejor el porqué.

[Este artículo ha sido publicado en el número de septiembre de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

Josep Fontana (Barcelona, 1931) es uno de los grandes historiadores de nuestro tiempo, con una erudición y profundidad fuera de lo común y gran capacidad para interrelacionar y explicar de forma didáctica fenómenos complejos con herramientas interdisciplinares. Aunque especializado en el siglo XIX, en los últimos años ha ido centrando cada vez más su atención en el XX, como hizo también el fallecido historiador británico Eric Hobsbawm, del que Fontana es sin duda uno de sus más destacados herederos, con su compartida adscripción a la tradición marxista, pero de espíritu libre, heterodoxa y máxima profesionalidad.

En su último libro, El siglo de la revolución (Crítica), Fontana repasa el último siglo tomando como referencia el impacto de la Revolución de Octubre y la toma del poder de los bolcheviques de Lenin en Rusia, ahora hace cien años. Obviamente, no se trata de un ejercicio de nostalgia, sino que es una aportación imprescindible para entender de verdad el último siglo e incluso lo que llevamos de XXI, marcado por la crisis económica para las clases populares, la explosión de la desigualdad y el terrorismo yihadista globalizado.