Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.
Somos muchas, pero necesitamos ser más aún
Aunque llevo muchos años de mi vida luchando por mis derechos y los de otras mujeres, si me preguntaban hace tiempo decía que no era feminista. Había trabajado en economía social y destacaba los casos donde las mujeres habían podido defenderse y empoderarse; había trabajado por los derechos humanos de mujeres y niñas en Centroamérica y en América Latina. Había discutido una y mil veces con hombres. Había sentido una y mil veces la bronca de ser maltratada por ser mujer, de ser tratada como niña, de no ser escuchada en una reunión, de ser insultada en la calle por hombres que no respetaban mi cuerpo… Sigo trabajando en Alternativas Económicas, intentando dar (darnos) voz.
Pero hasta hace tiempo identificaba el feminismo como algo donde premiaba la rabia. Donde unas mujeres acusaban a otras mujeres de no ser lo suficientemente luchadoras. Me sentía señalada con el dedo. De hecho, en ciertas feministas todavía siento el dedo acusador… y la rabia.
Sin embargo, hace tiempo que veo que una buena parte del feminismo ha logrado romper esa barrera: incluirnos a todas sin acusar. La marcha del 8 de marzo, y las últimas marchas son la prueba de que el feminismo está rompiendo muchísimas barreras: vamos mujeres de todos los colores, de todas las edades, con niños, sin niños, niñas de 15 años, abuelas… También se nota en el mundo publicitario, que muchas feministas acusarán de oportunista o de frívolo. Pero es la prueba de que el feminismo ha roto barreras y que está llegando a muchísima más gente. Como me explicaba la secretaria general iberoamericana, Rebeca Grysnpan, en una entrevista, aunque sea solo una cuestión de que está mal visto un hombre machista, eso no existía hace unos años. Es un gran paso que se ha conseguido. Y no tiene vuelta atrás. Se irá contagiando hasta llegar mucho más lejos.
Como bien dice la economista feminista María Pazos Morán, en su libro imprescindible Contra el Patriarcado, hay mujeres que incluso no se dan cuenta del maltrato recibido; sufren una suerte de síndrome de Estocolmo y no quieren saber nada de cambios. ¿Vamos también a culpabilizarlas? ¿Les ponemos una carga más? ¿O más bien las hacemos sentir parte y les mostramos por qué es importante que se liberen?
Necesitamos seguir explicando los porqués, desde la economía feminista, desde el entendimiento y desde la sensibilidad. No hay que perder el sentido del cuidado y del cariño. Eso que nos han enseñado a las mujeres debe ser enseñado también a los hombres, no dejar de hacerlo las mujeres. Necesitamos que los cuidados sean el centro de las políticas públicas.
Frente a un grupo de hombres encolerizados, aterrados, que todavía no entienden que perder sus privilegios les conviene porque a su vez les suma muchos más derechos como personas, necesitamos estar unidas y ser muchas más.
Necesitamos a las actrices que dicen #metoo, y a las abuelas, y a las jóvenes, e incluso a las “frívolas” y a las oportunistas. Necesitamos todo eso. Pero sobre todo, todavía, necesitamos llegar a muchas más mujeres que siguen viendo en el feminismo a un grupo de mujeres con el dedo acusador.
Aunque llevo muchos años de mi vida luchando por mis derechos y los de otras mujeres, si me preguntaban hace tiempo decía que no era feminista. Había trabajado en economía social y destacaba los casos donde las mujeres habían podido defenderse y empoderarse; había trabajado por los derechos humanos de mujeres y niñas en Centroamérica y en América Latina. Había discutido una y mil veces con hombres. Había sentido una y mil veces la bronca de ser maltratada por ser mujer, de ser tratada como niña, de no ser escuchada en una reunión, de ser insultada en la calle por hombres que no respetaban mi cuerpo… Sigo trabajando en Alternativas Económicas, intentando dar (darnos) voz.
Pero hasta hace tiempo identificaba el feminismo como algo donde premiaba la rabia. Donde unas mujeres acusaban a otras mujeres de no ser lo suficientemente luchadoras. Me sentía señalada con el dedo. De hecho, en ciertas feministas todavía siento el dedo acusador… y la rabia.