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“Si salir de la precariedad es difícil, salir de la violencia machista aún lo es más”

La Fundación Surt, que preside Fina Rubio, lleva más de un cuarto de siglo trabajando en la inserción laboral de las mujeres, especialmente las que se encuentran en situación de riesgo de exclusión. Rubio es una destacada feminista y activista social. Licenciada en Antropología Social y Cultural, pilota una institución con un centenar de trabajadores y por la que, de media, al año pasan entre 800 y 1.000 personas. Su campo de trabajo es la inserción laboral y el empoderamiento de las mujeres. Como la mayoría de las entidades sociales, su financiación es principalmente pública y parcialmente privada. En esta entrevista, realizada en su casa, Rubio reflexiona sobre los límites de los avances de las mujeres, y también sobre la dura realidad laboral actual. 

Después de estos más de 25 años, ¿sigue siendo más difícil que la inserción de los hombres?

Hoy la inserción de las mujeres en el mercado laboral sigue siendo infinitamente más difícil que la de los hombres. Es evidente que en estos 25 años hemos avanzado en la conquista de algunos derechos, traducida en leyes en materia de igualdad, violencia machista o dependencia. Pero estas leyes son conquistas que no están bien cerradas. En la realidad, y también en la realidad del mercado laboral, la posición de las mujeres ha variado muy poco en este tiempo. Los cambios son mínimos. 

¿También para las generaciones más jóvenes?

Mi afirmación vale también para las jóvenes. Las mujeres jóvenes están más formadas que los chicos, pero su nivel de paro es más elevado. La clave es la persistencia del dominio del sistema patriarcal. Ya sé que parece un discurso hecho, pero lo cierto es que este sistema de desigualdad está tan arraigado que sigue determinando qué lugares ocupan las mujeres en el mercado laboral y en la sociedad.

¿El género determina más en la desigualdad que otros factores, como el origen o la falta de formación?

Existen desigualdades múltiples que configuran situaciones diferentes. Pero el género determina mucho la posición de una persona, y sí, la determina más que la educación. Recuerde que las mujeres somos el 60% de universitarias y licenciadas. Pero las catedráticas universitarias suponen un porcentaje muy inferior, y lo mismo sucede con las decanas. El sistema patriarcal crea un embudo, y ahí sigue por mucho que ampliemos la base de mujeres. 

Sí hemos asistido a la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral...

En el mercado laboral, seguimos en los sectores feminizados con los empleos más precarios, con mayores niveles de contratos a tiempo parcial y con brecha salarial. Y las desigualdades de género se dan en todos los estratos sociales, también en los lugares de dirección. En la práctica, no estamos tan lejos de la situación de hace 25 años. La igualdad es formal, aunque, como decía, hemos avanzado en muchas leyes.

Durante la crisis, el paro entre los trabajadores superó el de las trabajadoras...

La crisis tuvo efectos contradictorios. Los grandes sectores productivos de este país se desplomaron, empezando por la construcción. Y también de rebote, la industria. Pensemos en el automóvil. Son sectores muy masculinizados. La lectura que se hizo, muy androcéntrica, era que las mujeres resistían mejor la crisis, como si la situación laboral respecto de los hombres se estuviera equiparando, pero era un espejismo. Pasado el primer momento, el paro entre las mujeres volvió a incrementarse. En seguida volvió a haber menos contrataciones entre mujeres y más precariedad, más paradas de larga duración. El impacto de la crisis ha sido brutal, fortísimo, en detrimento de las mujeres.  

¿En qué medida los recortes afectaron de distinto a modo a hombres y a mujeres?

En 2009 y 2010 la Fundación Surt hizo un informe sobre esta cuestión, porque nos dimos cuenta enseguida de que la precarización provocaba que el gasto familiar se retrajera. A resultas de ello, las mujeres cargan aún más con las tareas de mantenimiento de la casa y de cuidados. Muchas mujeres que externalizaban estas tareas ya no se lo pudieron permitir. Ello se ha visto de forma muy clara en el caso de los recortes a la dependencia.

Externalizar tampoco indica avances en la corresponsabilización en materia de cuidados. ¿Tampoco aquí hay avances?

Hay datos interesantes que reflejan lo que pasa. Entre chicos y chicas jóvenes, la diferencia es escasa, de apenas una hora a la semana. Queda claro que están en una fase de la vida en la que ni  unos ni otras dedican mucho tiempo a los cuidados o al hogar. Más tarde, la cosa cambia si hablamos de personas solas. Las mujeres solas dedican ya más tiempo a estas actividades que los hombres solos, pero la diferencia no es abismal. Ahora bien, cuando observas las familias con hijos pequeños, las mujeres le dedican 36 horas a la semana, cifra que baja a 19 horas en el caso de los hombres. Es decir, que cuando se es joven se dedica poco tiempo a los ciudados, pero cuando se tiene la responsabilidad, la diferencia es abismal, y más cuando las criaturas tienen entre 0 y 12 años. Eso no ha cambiado. Vamos, ha cambiado cinco minutos de diferencia en los últimos 15 años.

Entonces, ¿la movilización del 8 de marzo para qué sirve?

El 8 de marzo del año pasado marcó un cambio de ciclo, además de ser un subidón de energía. Expresa la toma de conciencia de las mujeres, a través de un movimiento que es muy transversal, que se escenifica entre las mujeres jóvenes y mayores, de distintos estratos sociales. Veníamos del #metoo, de las protestas contra el juicio la manada. No se soporta la violencia machista y la falta de respuesta de los jueces. Las denuncias en los juzgados a menudo se desestiman y la posición de la judicatura no es favorable a las mujeres. El sistema judicial está atravesado por el sistema patriarcal. Nos matan. Y la extrema derecha dice que la violencia machista nos la inventamos con denuncias falsas. La estructura social no ha cambiado, aunque por suerte algunas mentalidades, sí.

Si las leyes no acaban de cambiar las cosas, el arma principal es la educación.

La vacuna es la educación, sí, pero hay que tomar la calle y decir basta contra la desigualdad. Soy demasiado mayor para pensar que puedo esperar 100 años más para ver la igualdad real. Y las jóvenes no pueden esperar más de 100 años para ver acabar la brecha salarial.

El empleo ha dejado de ser garantía para salir de la precariedad y aumenta el porcentaje de población trabajadora pobre.

El trabajo ha sido hasta hace un tiempo la fuente de una vida digna en la sociedad. Esto se tambalea. Hoy puedes tener un empleo pero no poder acceder a una vivienda, ni tener confianza o seguridad, ni tener garantizado que alimentarás a tu familia. Eso es un problema tanto para hombres como para mujeres, claro. Pero los procesos de inserción tienen sus particularidades.

La inserción laboral para personas víctimas de violencia de género debe ser especialmente delicada...

Lo es. Por eso en la Fundación Surt nuestro enfoque pasa por el empoderamiento económico y personal de las supervivientes. La intervención se basa es que se sientan fuertes.

¿Cómo se trabaja para lograr esa autonomía? Va más allá de un empleo, entiendo.

Las personas analizan su situación y trabajamos con ellas para que identifiquen, tomen conciencia y valoren sus competencias, de las capacidades y fortalezas que tienen pero que no saben que tienen, y las ponemos en valor. Muchas mujeres supervivientes de violencia machista pueden creer que no saben hacer nada. Pero salir de esta situación implica una enorme fuerza de voluntad que les ha ayudado a ser supervivientes. Y, además, ha sabido gestionar una logística, un sistema de organización, una familia. El reconocimiento de las propias capacidades, y también de los puntos débiles que pueden ayudarlas a mejorar, es clave para poder definir un proyecto personal propio, sabiendo qué quieren hacer, qué pueden hacer y qué van a hacer. Son procesos que pueden durar meses. No somos un servicio de empleo al uso. Trabajamos en procesos integrales que suponen un trabajo personal para definir un proyecto propio. 

El mercado laboral impone ciertas limitaciones a esos proyectos...

Los proyectos también deben ser realistas. Es importante analizar el mercado para valorar qué estrategias se deben utilizar. Sirve para conocerlo, y también para para desculpabilizar a las mujeres, porque es segregador, penaliza a las mujeres. 

 ¿Y las empresas ayudan a la inserción de mujeres supervivientes de violencia?

La tarea de sensibilizar a las empresas es importante, porque si salir de la precariedad es difícil para todo el mundo, cuando se sale de la violencia machista aún lo es más. Es una situación muy dolorosa, y a la vez hay que rehacer toda una vida, romper con todo, dejar una casa. Se necesita un entramado de apoyos, no solo apoyo emocional. También medios económicos para salir adelante. Apoyo laboral y una vivienda. La persona lo ha dejado todo, y eso la afecta en muchos ámbitos. Hace falta vivienda para mujeres que salen de violencia machista, apoyos laborales y recursos económicos para sostener a sus hijos. Hace falta todo un sistema de apoyo institucionalizado. Las mujeres que salen demuestran que son muy valientes, que tienen muchas capacidades. Sí que encontramos empresas dispuestas a incorporar a supervivientes, pero su incorporación laboral no es automática. No se trata solo de ofrecerles un lugar de trabajo.

Cada vez se incide más en las carencias personales para ser o no empleable. ¿El paro sigue siendo un problema colectivo?

La ideología ultraliberal se traduce en el ultraindividualismo en el terreno personal. El paro es un problema social. El mercado marca el paso, es una base que te coloca en una posición. A partir de aquí, puedes tener más o menos estudios, mayor o menor capacidad. Es importante conocer el contexto externo. Porque la gente cree no tener trabajo es culpa suya. Pero, por supuesto, es conveniente realizar un trabajo personal para mejorar las competencias técnicas y, sobre todo, las cosas que sabemos hacer y que no sabemos que las sabemos hacer. 

Ponga un ejemplo.

Cuando empezamos a trabajar con el sector de la hostelería, nos sorprendió el hecho de que hicimos dinámicas de trabajo y vimos las competencias que se valoraban tanto por parte de las empresas como de las personas trabajadoras. Estas últimas nos decían, por ejemplo, que lo más importante para una camarera era ser capaz de darse cuenta de lo que estaba pasando en una sala con solo echar un vistazo. Pero curiosamente, eso era también lo que señalaban las empresas como más importante. En la Fundación Intermedia, que coimpulsa Surt con la Fundación IRAS y con la cooperativa Suara, aparejamos a personas con ofertas [como agencia de colocación] por competencias.   

Si tuviera que elegir la competencia más importante para este siglo, ¿con cuál se quedaría?

Quedarse solo con una no se puede, pero si tuviera que elegir diría que la capacidad de aprendizaje. Estar abierto a aprender es crucial ante nuevas situaciones. Pero también importan la capacidad relacional, que tiene que ver con el trabajo en equipo y las relaciones interpersonales y la gestión del estrés. Y aunque el carácter y la personalidad influyen, son competencias que pueden desarrollarse. No son algo genético. El contexto social tiene que ver con el modo en que te has manejado en la vida en distintas situaciones. Se pueden cambiar muchas cosas, muchas vidas. 

¿Qué opina del emprendimiento?

En la Fundación Surt tenemos un servicio de emprendimiento y funciona bien. Es positivo potenciarlo, porque moviliza muchas capacidades. Pero tiene límites. No todo el mundo puede ser emprendedor. No porque personalmente unos puedan y otros no. Montar una empresa cuesta mucho, es algo complicado. El sistema habla mucho de emprendimiento, que se presenta como algo fácil, como si bastara una idea genial, pero no lo favorece tanto como dice. En medio hay una cantidad de gente que nunca llega. Y el tejido empresarial de aquí está hecho de microempresa. Sostenerlas en el tiempo es muy difícil. No hay apoyos, el contexto económico es muy competitivo. Las posibilidades reales de emprender son pocas. Emprender no es la gran solución. Hay cierto abuso en el discurso. El autoempleo suele ser superprecario y muy duro. 

¿Todo el mundo es insertable? Hay políticos que opinan que más de la mitad de parados no volverán a trabajar.

Si estamos construyendo una sociedad en la que dos tercios de los parados son desechables y los consideramos excluidos para siempre, yo me apeo. Cambiemos de sociedad. Porque no puede ser. Es cierto que algunas personas será difícil que puedan trabajar, que no encuentren opciones en el mercado. Pero ¿no es cierto que hemos creado empresas para personas con discapacidades y que hacen algo importante? Pues si el sistema no funciona pensando en cómo solventar las necesidades de las personas, sino solo en cómo generar el máximo del beneficio, cambiemos el modelo. Merece la pena. Como se apunta desde la economía feminista, pongamos a las personas en el centro. Si no, quizá sobrará mucha gente.

¿Apuesta por la renta básica universal?

Soy partidaria de una renta garantizada para todo el mundo, y creo que, al menos en las sociedades del bienestar, es posible y necesario. Tal vez no sea posible en sociedades ultraliberales.  Debería sustituir a sistemas que generan dependencia y relaciones, digamos, de caridad, paternalistas. Debería ser un derecho inherente a la persona, y es lógico pensar, a partir de aquí, que mucha gente quiera realizar actividades y ganar más dinero. En Cataluña no acaba de funcionar la renta mínima de ciudadanía. Los mecanismos institucionales no están bien engrasados. Pero no es lo mismo que la renta universal. Es la renta garantizada para los pobres.

¿El teletrabajo ayuda a conciliar?

Es cierto que el teletrabajo facilita la conciliación. Es más cómodo trabajar en casa. Pero entraña riesgos para las mujeres: quedarse en casa y seguir encargándose de los cuidados. Sería más interesante trabajar en casa si las condiciones de igualdad fueran las mismas para hombres y mujeres. Prefiero hablar de corresponsabilidad que de conciliación. Las mujeres tenemos que imponer la corresponsabilidad. Porque conciliar significa que las mujeres tenemos que hacerlo todo compatible. Si somos corresponsables estaremos en igualdad de condiciones. En el teletrabajo, escribes y paras para poner la lavadora. Trabajas y paras para cuidar al niño. Pringas seguro. Trabajas muchas más horas para hacerlo todo compatible. Tras la revolución industrial y las grandes conquistas obreras, la visión de ocho horas para el ocio, ocho para el trabajo y ocho para el descanso era muy androcéntrica. Era una distribución de tiempo pensado para los hombres. ¿Dónde metes los cuidados? Significa menos descanso y menos ocio para las mujeres.  Sería interesante analizar las diferencias entre las circunstancias del teletrabajo en el caso de hombres y mujeres. 

¿Pero qué oportunidades presenta la industria 4.0 para las mujeres?

Para que la industria 4.0 sea una oportunidad para las mujeres, debería cambiar la estructura social. Porque los avances tecnológicos pueden ayudar a mejorar la vida de las personas. Pero sin ese cambio, puede ser una trampa. A priori puede ser una gran mejora, pero en el marco de un modelo productivo machista y androcéntrico, acabará de ser una vuelta de tuerca para las mujeres. La tecnología en sí no es mala, es buena. 

¿Trabajan con otros colectivos?

A las entidades que trabajan con personas con alguna discapacidad no les preguntan si se plantean trabajar con personas no discapacitadas. Tienen un foco de acción. Pues Surt, como opción, trabaja prioritariamente con mujeres, porque queremos corregir desigualdades específicas que requieren acciones específicas. Pero tenemos otra dimensión comunitaria, en actividades en las que hay mujeres y hombres, desde la perspectiva de género. Y tenemos una parte de consultora y procesos de formación.

¿Cómo miden el éxito de la inserción?

Los procesos de empoderamiento son muy personales y difíciles de evaluar. Un proyecto vital va más allá de la inserción laboral inmediata. Pero en el caso de personas con un proyecto profesional la inserción es un indicador. En algunos programas es del 50% y hasta el 60%. En otros, del 30%. 

¿Eso es mucho o poco?

¡Es mucho, muchísimo! Hablamos de personas con dificultades de inserción. Pero insisto, valoramos el proceso de empoderamiento personal, y eso se refleja en la percepción de las propias mujeres. La gran mayoría siente que al final del proceso ha aumentado sus capacidades y su empoderamiento, y eso nos llena de satisfacción.

[Esta entrevista ha sido publicada en el número de 68 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

La Fundación Surt, que preside Fina Rubio, lleva más de un cuarto de siglo trabajando en la inserción laboral de las mujeres, especialmente las que se encuentran en situación de riesgo de exclusión. Rubio es una destacada feminista y activista social. Licenciada en Antropología Social y Cultural, pilota una institución con un centenar de trabajadores y por la que, de media, al año pasan entre 800 y 1.000 personas. Su campo de trabajo es la inserción laboral y el empoderamiento de las mujeres. Como la mayoría de las entidades sociales, su financiación es principalmente pública y parcialmente privada. En esta entrevista, realizada en su casa, Rubio reflexiona sobre los límites de los avances de las mujeres, y también sobre la dura realidad laboral actual. 

Después de estos más de 25 años, ¿sigue siendo más difícil que la inserción de los hombres?