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Nace un nuevo europeísmo en Atenas
La primera sorpresa positiva después del amplio triunfo de Syriza en Grecia es que el partido de la nueva izquierda no quiere abandonar el euro por nada del mundo. Su líder, el ingeniero civil Alexis Tsipras, no pierde ocasión para hablar desde una perspectiva europea. Para él lo que ha ocurrido en su país es “la victoria de los europeos que luchan contra la austeridad”. La realidad es mucho más compleja que una batalla entre europeístas a favor del euro y antieuropeístas contra la moneda única.
La creación del euro estuvo llena de defectos que algunos países están pagando muy caro. La moneda única ha dividido Europa entre países acreedores y deudores y estos últimos se encuentran asfixiados por altas tasas de paro, pobreza y endeudamiento. Los remiendos del euro efectuados a partir de 2010, sobre todo otorgando más competencias al BCE, han resultado muy insuficientes para superar la crisis. Pero los griegos, los españoles, los portugueses, los irlandeses y los italianos han aprendido que una vez adoptada la moneda única salirse del club todavía sería más costoso.
El nuevo Gobierno griego ha puesto sobre la mesa la conveniencia de reestructurar la deuda pública, que actualmente representa el 177% del PIB. La cuestión ha suscitado un amplio debate en el que han participado economistas de todas las tendencias con posiciones muy sugerentes. En este contexto cobra fuerza el compromiso sobre la deuda “por motivos éticos y prácticos” adoptado por reconocidos expertos como los premios Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Chris Pissarides, los profesores Charles Goodhart (London School of Economics), Marcus Miller y una larga lista de académicos. Desde una perspectiva ética estos expertos rechazan “el dogma que insiste en pagar completamente la deuda sin tener en cuenta las consecuencias sociales y políticas, un dogma que ya está dividiendo Europa”.
Desde un punto de vista práctico, Stiglitz y sus colegas sugieren un aumento condicional del periodo de gracia, durante el cual Grecia no tendría de realizar ningún pago por la deuda, por ejemplo, durante los próximos cinco años, y a partir de entonces sólo si Grecia crece al 3% o más y hasta que el país haya recuperado al menos el 50% del PIB que ha perdido desde 2008. Grecia ha perdido el 25% del PIB durante la crisis, una destrucción que en la historia sólo han sufrido los países que han pasado por una guerra. Los economistas indican que existen ejemplos de su propuesta como la cláusula bisque (modificación parcial que permite al país deudor posponer el pago de intereses y principal por un periodo determinado de tiempo cuando hay dificultades de balanza de pagos). Recuerdan en este sentido el precedente del préstamo de Estados Unidos al Reino Unido negociado por J. M. Keynes, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Inglaterra no pagó la deuda hasta que su economía cumplió ciertas condiciones.
La cuestión de fondo es el tipo de Unión Europea que se ha construido. Una unión que obliga a un país miembro a pagar la deuda a sus socios aunque sea a costa de no atender a una parte de su población condenada al hambre y al frío. De lo que está hablando Syriza es de repartir vales de comida y pagar la electricidad a los cientos de miles de familias que viven en casas que son auténticas neveras. Esto no es sólo un problema de Grecia. También en España y Portugal hay colectivos en estas situaciones. Una Europa que no haga valer los derechos humanitarios carece de sentido y cada vez habrá menos que la apoyen incluso en Alemania.
En la crisis de Grecia y del euro en general se manejan muchos tópicos que no se corresponden con la realidad. Existe, por ejemplo, la percepción de que en Grecia no se pagan impuestos. Pues bien según Eurostat, los ingresos fiscales de los griegos han pasado de representar el 38,4% del PIB en 2009 al 47% en 2013. En el mismo periodo en Alemania han pasado del 48,3% al 44,3% del PIB y en España del 35,1% al 37,5% del PIB. El problema es que el incremento del esfuerzo fiscal de los griegos lo soportan sobre todo las clases populares con impuestos sobre sus viviendas mientras continúa una gran evasión fiscal .
El desafío real de la Unión Europea no lo plantea Grecia sino que se encuentra en el Reino Unido y en Francia, donde crecen con fuerza los partidos anti europeos. Europa debería aprovechar el impulso social griego para forjar una nueva Unión sobre la base de derechos ciudadanos comunes (salario mínimo, pensión mínima, desempleo mínimo europeo...), establecer una fiscalidad homogénea, erradicar los paraísos fiscales y potenciar un verdadero plan de inversiones común.
No va a ser una tarea fácil. Dentro de la propia coalición de Syriza hay posiciones muy distantes. Pero parece que el nuevo movimiento griego ha aprendido como nadie la necesidad de unir fuerzas para lograr una salida política que garantice unos derechos humanos mínimos. Esta es una oportunidad y una lección que no debería perder ningún país.
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La primera sorpresa positiva después del amplio triunfo de Syriza en Grecia es que el partido de la nueva izquierda no quiere abandonar el euro por nada del mundo. Su líder, el ingeniero civil Alexis Tsipras, no pierde ocasión para hablar desde una perspectiva europea. Para él lo que ha ocurrido en su país es “la victoria de los europeos que luchan contra la austeridad”. La realidad es mucho más compleja que una batalla entre europeístas a favor del euro y antieuropeístas contra la moneda única.
La creación del euro estuvo llena de defectos que algunos países están pagando muy caro. La moneda única ha dividido Europa entre países acreedores y deudores y estos últimos se encuentran asfixiados por altas tasas de paro, pobreza y endeudamiento. Los remiendos del euro efectuados a partir de 2010, sobre todo otorgando más competencias al BCE, han resultado muy insuficientes para superar la crisis. Pero los griegos, los españoles, los portugueses, los irlandeses y los italianos han aprendido que una vez adoptada la moneda única salirse del club todavía sería más costoso.