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La soja desata la fiebre del 'oro verde' en Paraguay

Francisco Javier Sancho Mas

Mientras crece económicamente a un ritmo espectacular, Paraguay revive una historia muy conocida en América Latina durante el siglo pasado: depender de un monocultivo. En este caso, el de la soja, con muchas propiedades alimenticias, pero cuyos cultivos sufren una sobrecarga de pesticidas. El país suramericano es el cuarto exportador mundial y entre el 60% y el 80% de su tierra está entregada a la fiebre del oro verde. El resto se dedica al ganado, y ya queda poco espacio para nada ni nadie más. ¿Qué presente y fututo le espera al país guaraní con este modelo y un tercio de sus siete millones de habitantes en la pobreza?

La fortaleza de Paraguay está en sus recursos naturales. El agua alimenta las centrales hidroeléctricas de Itaipú y Yacyretá, que comparte con Brasil y Argentina, respectivamente. Pero alrededor del 60% de la riqueza proviene de la agroindustria. Básicamente, la soja y, en menor medida, el ganado, con Rusia y la Unión Europea como sus primeros clientes. 

En Asunción, la pujante avenida Santa Teresa experimenta un boom inmobiliario de oficinas, viviendas y centros comerciales. Según el Banco Mundial, durante la última década la economía paraguaya creció a un ritmo anual del 5%, uno de los más altos de la región.  La CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) pronostica que Paraguay gozará del segundo crecimiento más alto el próximo año.

Por otro lado, junto al flamante paseo fluvial de la Costanera, a espaldas del Palacio Legislativo y la catedral, se extienden cientos y cientos de chabolas que evidencian la otra cara de un Paraguay muy desigual. Sólo en Los Bañados, en los barrios inundables de la orilla del río, viven 120.000 personas a lo largo de 17 kilómetros. Muchos sobreviven en casas que no aguantan ese nombre. 

Allí vive el Pa’i Oliva (padre Oliva), un jesuita hispanoparaguayo a quien el dictador Alfredo Stroessner forzó al exilio por trabajar junto a los jóvenes en la formación en valores y la transformación de su realidad. Cuenta que la primera generación que fue a vivir allí estuvo, en su gran mayoría, formada por campesinos. Venían del interior de este país pequeño y sin mar, pero pionero y próspero en algunos momentos de su historia, frente a sus enormes vecinos Brasil, Argentina y Bolivia.  Actualmente viven tres generaciones de familias en Los Bañados y, como dice el Pa’i, “ya no se trata de una cultura campesina, ni tampoco urbana, porque la ciudad no termina de aceptar o integrar a los bañadenses. La ciudad quiere mirar al río desde el paseo, pero no a los pobres del río.” 

Hoy en día, los desalojos violentos continúan siendo una sangrienta realidad en la zona rural del país. El cultivo del oro verde supone una presión enorme contra comunidades que apenas pueden defenderse ante la avalancha de los propietarios de grandes latifundios. 

El trabajo de la soja está altamente mecanizado, por lo que apenas genera mano de obra directa. Junto al ganado, este sector requiere grandes extensiones de terreno (más de 3,3 millones de hectáreas se dedican a la soja), pasto y agua. 

Según el informe de la distribución de la tierra en Paraguay, realizado por Oxfam, este es el país más desigual del mundo en este aspecto. Se estima que menos del 2% de la población paraguaya tiene la propiedad del 80% de las tierras del país. Es una cifra alarmante que constata, de nuevo, la vieja historia. 

Un modelo de crecimiento basado en el monocultivo ocurrió de forma similar en los países latinoamericanos que dedicaron la tierra a la producción del algodón durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Cuando el producto perdió su valor, aquellos países dejaron unas cuantas familias enriquecidas y cientos de miles sin tierra ni futuro. 

Actualmente, casi un tercio de la población paraguaya sigue sin poder cubrir sus necesidades más básicas, según cifras oficiales. El análisis del intercambio comercial entre los países de la Unión Europea y de Mercosur (Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela) revela lo difícil que supone buscar alternativas cuando el negocio consiste en que se fortalezca el statu quo basado en las exportaciones de materia prima desde el Mercosur, y de las de maquinaria, productos químicos, farmacéuticos y vehículos desde la UE. 

Entre los grandes beneficiados de las exportaciones de materia prima de un país como Paraguay, sin duda, están los terratenientes. Según el estudio Campesino rape, realizado por el economista Luis Rojas en noviembre del pasado año, el presidente paraguayo, Horacio Cartes, o un entorno vinculado a él, sería el segundo mayor propietario de tierras, tras la secta Moon, en Paraguay. Rojas aclara que es muy difícil, “casi imposible” a veces, comprobar la verdadera propiedad de algunos latifundios “porque los registros no son muy transparentes o porque los verdaderos dueños los adquieren a nombre de segundos o terceros”. 

Matanza de campesinos

A mediados de 2012, un grupo de campesinos que reclamaban su derecho a la tierra fueron acorralados por fuerzas policiales fuertemente armadas. Once campesinos resultaron muertos y (más extraño) también murieron seis policías, sin haberse aclarado todavía cómo pudo ocurrir eso frente a campesinos sin capacidad de fuego semejante. Varios campesinos han sido condenados por muchos años, de manera totalmente injusta, según un consenso mayoritario de analistas. El juicio se caracterizó por irregularidades graves y pruebas perdidas

La masacre produjo además la destitución del entonces presidente, Fernando Lugo, pese a que había significado el primer intento real y democrático de alejarse de las esferas de poder de la anterior dictadura de Stroessner. Hoy ha vuelto al gobierno el partido Colorado, que sostuvo a la dictadura.

¿Está Paraguay repitiendo la historia fallida de muchos países de América Latina? Mientras crezca al ritmo de la soja y el ganado, la riqueza concentrada en los latifundistas y productores dejará algunas migajas entre los más pobres.  

En marzo de 1999, miles de jóvenes se lanzaron a las calles y consiguieron dar un giro democrático a Paraguay. Costó mucha sangre. El Pa’i Oliva fue uno de los sacerdotes que oficiaron misas multitudinarias durante el llamado Marzo Paraguayo, frente a las amenazas de carga del ejército y la policía. 

A día de hoy, cabe la pregunta: ¿valió la pena todo aquel sacrificio? El Pa’i siempre contesta con el lema de un revolucionario: “venceremos”.  Cuando dice eso, se fija en las caras de incredulidad que le pone la gente. “Entiendo que esa victoria no es un momento, sino una lucha continua, toda una vida. Mientras, riendo o llorando, pero siempre caminando”, dice convencido.

Son historias, palabras y luchas enraizadas en el pasado de América Latina y que, sin embargo, reviven hoy frente a un mundo para el que Paraguay, de momento, es un buen negocio. El país crece, pero basta mirar gran parte de su pueblo y de su tierra para exigir que se responda al menos a esto: ¿a costa de qué y de quién? 

[Este artículo ha sido publicado en el número de septiembre de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

 

Mientras crece económicamente a un ritmo espectacular, Paraguay revive una historia muy conocida en América Latina durante el siglo pasado: depender de un monocultivo. En este caso, el de la soja, con muchas propiedades alimenticias, pero cuyos cultivos sufren una sobrecarga de pesticidas. El país suramericano es el cuarto exportador mundial y entre el 60% y el 80% de su tierra está entregada a la fiebre del oro verde. El resto se dedica al ganado, y ya queda poco espacio para nada ni nadie más. ¿Qué presente y fututo le espera al país guaraní con este modelo y un tercio de sus siete millones de habitantes en la pobreza?

La fortaleza de Paraguay está en sus recursos naturales. El agua alimenta las centrales hidroeléctricas de Itaipú y Yacyretá, que comparte con Brasil y Argentina, respectivamente. Pero alrededor del 60% de la riqueza proviene de la agroindustria. Básicamente, la soja y, en menor medida, el ganado, con Rusia y la Unión Europea como sus primeros clientes.