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Así fluye el petróleo del Estado Islámico
Un día de mayo de 2006, el diario iraquí Az Zaman abría sus páginas con un titular impactante: “Irak es víctima del mayor robo de su producción petrolera en la historia moderna”. Una gruesa denuncia que el periódico fundamentaba en dos razones: la primera, el fraude cometido con los medidores de crudo en las terminales de Basora y Jawr al Amaya, en el sur del país, por las que sale más del 75% del petróleo nacional. La segunda, la apropiación por parte de las nuevas autoridades chíies de los canales y sistemas de contrabando que Uday Husein, el hijo más cruel y excéntrico de Sadam Husein, había usado para vender productos petroleros ilegales durante los seis años que duró el polémico programa de la ONU 'Petróleo por alimentos'.
Según cifras de medios iraquíes y revistas estadounidenses especializadas, cerca de 3.000 millones de dólares se facturaban por esa vía alternativa al año. Alrededor de 1.000 millones más de los que metía Uday en las arcas de su padre. H. C. von Sponeck, uno de los coordinadores del citado programa de la ONU, sacó en 2007 un libro ('Autopsia a Irak', Ediciones del Oriente y el Mediterráneo) en el que aseguraba que el régimen baazista ganaba unos 2.000 millones de dólares anuales con el silencio cómplice de los inspectores y de compañías occidentales que regateaban las sanciones. Más de una década después, aquellas redes de contrabando ideadas por Sadam siguen activas: unas, de la mano de políticos y comerciantes corruptos afines al Gobierno chií de Bagdad; otras, contribuyendo a la financiación y el fortalecimiento del Estado Islámico (EI).
En 2007, el dedo acusador señalaba a las multinacionales estadounidenses Halliburton y Parsons, cuya implantación en Irak data de la década de los sesenta, cuando Bagdad era aliado de Washington. A ambas empresas, la autoridad provisional instalada por la Casa Blanca tras la caída del dictador les había concedido, en un proceso opaco, la gestión de los campos y los puertos petroleros. Una de sus primeras tareas consistía en calibrar los citados contadores, un proyecto fácil en teoría, que cuatro años después no habían puesto en marcha.
En las aguas que rodean Basora, a orillas de la estrecha desembocadura del Éufrates y el Tigris que separa a Irak de Irán, barcos de pesca sin redes salían al amanecer y regresaban al atardecer, tras haber pululado entre los superpetroleros, con un fuerte olor a crudo en sus bodegas. “El contrabando de petróleo es tan viejo como el mismo petróleo en todo el golfo Pérsico”, explica un miembro de los servicios secretos árabes que trabaja en la zona. No sólo a través de la venta ilegal con pesqueros; también con albaranes falsos en los que la cantidad de la carga está miles de barriles por debajo de la realidad. “Sin contadores bien calibrados es fácil”, agrega un empresario del sector que trabajó en la zona. Aún hoy es moneda común, coinciden ambas fuentes, que piden el anonimato por motivos de seguridad.
Técnicas similares se utilizaban para el contrabando en el norte. Desde hace décadas, el petróleo y sus derivados han circulado a través de las porosas fronteras con Siria, Jordania, Turquía e Irán, incluso durante la primera guerra del Golfo (1980-1988). La situación se agravó con la caída de Sadam en 2003 y, sobre todo, con el error mayúsculo cometido por EE UU al desmantelar el Ejército y la Administración del partido Baaz. En aquellos años, para un periodista viajar por el país significaba confiar en chóferes que se levantaban al alba para fajarse en el mercado negro: si estaban bien pagados y eran honestos, compraban gasolina roja iraní, la mejor pero también la más cara. Si no, adquirían la de Al Dura, al sur de Bagdad, amarilla y algo más barata; quienes regateaban con el combustible elegían la transparente, procedente de Beiji. Comprarla en los surtidores locales suponía horas de cola.
Funcionarios corruptos
El tráfico circulaba en ambas direcciones. El crudo salía puro rumbo a Irán y regresaba refinado. Los traficantes eran pequeños comerciantes que a veces no tenían más que un camión cisterna, que llenaban y vendían al mejor postor. O bandas organizadas que vaciaban los depósitos a través de grifos ilegales instalados por los funcionarios corruptos del régimen. Niños en bicicletas o motocicletas, burros derrengados y coches particulares cruzaban cualquier frontera. “Ese contrabando fue una de las principales formas de financiación de la insurgencia” que estalló en 2003, explica el agente. “Enseguida hubo un entendimiento entre los antiguos baazistas y grupos como Al Qaida”, agrega. En marzo de 2007, el diario 'The Wall Street Journal' informó de la misión 'Manos limpias', lanzada por la 82 División Aerotransportada, para conquistar la refinería de Beiji, en la provincia suní de Salahadin, a unos 250 kilómetros al norte de Bagdad.
Beiji, ubicada casi a la misma distancia de Mosul, capital yihadista en Irak, fue asaltada por las tropas del EI en 2013, y recuperada en junio de 2014 por el Ejército iraquí. En la batalla, que duró semanas, también tomaron parte las Unidades de Movilización Popular, una poderosa milicia de voluntarios chiíes vinculada a Irán que también expulsó a las huestes del califa del yacimiento de Ayil, pequeño pero importante para las finanzas de los fanáticos (producía entonces unos 10.000 barriles diarios). Pocos meses antes, fuerzas kurdas habían retomado el control de uno de los campos que componen el gran yacimiento de Kirkuk, capital petrolera del norte de Irak. Los peshmerga (milicianos kurdos), apoyados por la aviación de EE UU, expulsaron a los secuaces de Abu Bakr el Baghdadi horas después de que éstos asaltaran la instalación y secuestraran a 24 trabajadores. Fueron tres contundentes golpes a la estrategia del EI, que en los meses previos había logrado avanzar sin apenas oposición en la mayor parte de las provincias suníes de Irak y el este de la vecina Siria.
Calidad variable
Aunque el EI destina la mayor parte de su producción de crudo al consumo interno, también se beneficia de esa red ilegal que heredó de la insurgencia y Al Qaida. La organización yihadista controla la mayor parte de los yacimientos petroleros de Siria, en particular los que saltean la región de Deir Ezzor, que producen unos 30.000 barriles al día. También domina el yacimiento de Qayyara, vecino de Mosul, que genera cerca de 8.000 barriles diarios de crudo pesado. La calidad es variable, y por ello el precio varía, según los expertos, el EI vendería su producto a entre 20 y 30 euros la unidad en el mercado local, e incluso más bajo que el de contrabando.
Este último ha sufrido un retroceso en los últimos meses debido a los bombardeos de Estados Unidos y la caída del precio del barril. El sistema es el mismo que en tiempos de Sadam Husein: quien tiene un camión cisterna se acerca al yacimiento o a la refinería y hace cola para llenar. Después, parte en busca de clientes. Las largas filas eran un objetivo fácil para los cazabombarderos norteamericanos y franceses; según fuentes de inteligencia occidentales, quienes gestionan ahora esas instalaciones han establecido un sistema de turnos para evitar esperas.
El producto llega igualmente a pequeños comerciantes que lo distribuyen en todas direcciones. La mayor parte se destina al parque móvil de las milicias y grupos que componen las huestes de califa, señores de la guerra que tienen sus propios negocios y necesitan gasolina para sus vehículos. Otra porción acaba, a través de intermediarios, en las propias fuerzas armadas sirias e incluso en los grupos de oposición, tanto islamistas como laicos, que tienen difícil acceso al mercado regular o que prefieren abaratar costes. Y una parte menor sale a través de la frontera con Turquía, en burros, sobre la cabeza de adolescentes o través de tuberías pirata, como se hacía en tiempos del programa 'Petróleo por alimentos'. En muchas ocasiones son los mismos funcionarios de Sadam los que promueven el tráfico, y las mismas familias de aquel tiempo las que lo transportan, asidas por generaciones a un negocio tan tradicional como lucrativo.
*Javier Martín es delegado de la Agencia EFE en Túnez y autor de 'Estado Islámico. Geopolítica del caos', publicado por la editorial Catarata.Javier Martín
[Este artículo ha sido publicado en el número de febrero de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
Un día de mayo de 2006, el diario iraquí Az Zaman abría sus páginas con un titular impactante: “Irak es víctima del mayor robo de su producción petrolera en la historia moderna”. Una gruesa denuncia que el periódico fundamentaba en dos razones: la primera, el fraude cometido con los medidores de crudo en las terminales de Basora y Jawr al Amaya, en el sur del país, por las que sale más del 75% del petróleo nacional. La segunda, la apropiación por parte de las nuevas autoridades chíies de los canales y sistemas de contrabando que Uday Husein, el hijo más cruel y excéntrico de Sadam Husein, había usado para vender productos petroleros ilegales durante los seis años que duró el polémico programa de la ONU 'Petróleo por alimentos'.
Según cifras de medios iraquíes y revistas estadounidenses especializadas, cerca de 3.000 millones de dólares se facturaban por esa vía alternativa al año. Alrededor de 1.000 millones más de los que metía Uday en las arcas de su padre. H. C. von Sponeck, uno de los coordinadores del citado programa de la ONU, sacó en 2007 un libro ('Autopsia a Irak', Ediciones del Oriente y el Mediterráneo) en el que aseguraba que el régimen baazista ganaba unos 2.000 millones de dólares anuales con el silencio cómplice de los inspectores y de compañías occidentales que regateaban las sanciones. Más de una década después, aquellas redes de contrabando ideadas por Sadam siguen activas: unas, de la mano de políticos y comerciantes corruptos afines al Gobierno chií de Bagdad; otras, contribuyendo a la financiación y el fortalecimiento del Estado Islámico (EI).