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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

Guantánamo: Es hora de cerrar esa maldita cosa

© AI

Mohamedou Slahi

exprisionero —

Recuerdo ese día que soy incapaz de olvidar, porque está gravado para siempre en mi memoria como si fuera ayer. Fue hace más de 17 años, cuando unos agentes de la policía secreta me llevaron a mi viejo automóvil, que estaba aparcado a la puerta de la casa de mi madre, en Mauritania, y me dijeron que fuera tras el vehículo discreto y sin distinto alguno que utilizaban. Un agente visiblemente avergonzado me estaba esperando para sentarse a mi lado en el automóvil.

Cuando salía por la puerta, mi madre me detuvo. Sospechó por su aspecto que eran agentes. Temía por mí. Incluso una persona apolítica como mi madre podía identificarlos enseguida.

“No quería que te encontraran”, dijo el joven agente sentado a mi lado en el automóvil. Ya lo conocía. En 2000, cuando regresaba a Mauritania de un viaje a Canadá, fui detenido en Senegal por sospechas infundadas y a instancias del gobierno de Estados Unidos. Cuando me llevaron de Senegal a Mauritania, ese joven agente fue mi carcelero. Me habló de las dificultades por las que pasaba porque su trabajo no le daba para vivir. Yo prometí ayudarlo si salía alguna vez de la cárcel. Me dijo que sabía arreglar televisiones y sintonizar los canales, y me propuse buscarle clientes y ayudarle a aprender más. La noche antes de que me secuestraran en casa de mi madre le había dicho que me arreglara la televisión.

Al arrancar vi por el retrovisor los dedos de mi madre, alzados al cielo y contando plegarias. No volví a ver a mi madre ni a mi hermano mayor, porque fallecieron antes de mi liberación.

Entonces no era todavía la prisión de Guantánamo que conocemos ahora. Me entregaron a Jordania y me llevaron luego a la base aérea de Bagram, antes de enviarme al centro de detención de Guantánamo.

A fin de hacerme confesar, los agentes estadounidenses me sometieron a tortura y otros tratos crueles e inhumanos. Como si perder la libertad y mi medio de vida y ser separado a la fuerza de mis seres queridos no fuera lo bastante cruel.

Pasaron años de privaciones, dolor y sufrimiento antes de que me reuniera finalmente con mi familia al final de 2016. Y más de dos años después de mi liberación, sigo estando como un detenido en mi propio país, sin que se me permita recibir fuera de él la atención médica que tanto necesito porque el gobierno estadounidense ha pedido al mauritano que no me conceda el pasaporte.

Todo aquello ocurrió en nombre de la democracia. En nombre de la seguridad. En nombre del pueblo estadounidense.

Con la premisa de que sólo unas cuantas personas merecen el debido proceso, dignidad y derechos humanos y de que la democracia más poderosa del mundo puede hacer lo que le plazca con el resto de la humanidad.

Creo que Estados Unidos tiene el derecho y el deber de proteger a sus ciudadanos, pero que no debe jamás hacerlo al margen del Estado de derecho que ha prometido hacer valer.

Puedo decir con tranquilidad que soy un ejemplo viviente de que las sospechas de un gobierno no pueden ser nunca un motivo para menoscabar el Estado de derecho, por el que generación tras generación ha luchado en Estados Unidos. Soy un ejemplo porque las sospechas del gobierno de que era un delincuente estaban equivocadas totalmente, al cien por cien. Jamás fui acusado formalmente y menos aún declarado culpable de ningún delito. El único juez independiente ante el que comparecí durante mi suplicio ordenó que fuera puesto en libertad, tras ver las pruebas secretas, que ni siquiera a mí me permitieron ver.

Valientes activistas de Amnistía Internacional reconocieron que también quienes no son ciudadanos estadounidenses tienen derecho a ser tratados con dignidad y a acogerse al Estado de derecho. Han estado ayudándome activamente hasta ahora. Ayudaron a dar a conocer al mundo mi versión de lo ocurrido mientras permanecí encarcelado año tras año, reprimido y gritando en la oscuridad. ¡Estaré siempre agradecido por ello!

Jamás ha estado ni está todavía bien visto salir en defensa de los derechos humanos si al acusado se le considera un “oponente”, y mucho menos si la acusación es por terrorismo. Sin embargo, creo que, precisamente por esa razón, no se debe dar rienda suelta a la violencia del gobierno simplemente por la naturaleza de la acusación y los antecedentes del acusado. Los linchamientos se condenaron y se dejaron finalmente de realizar por una razón.

Han transcurrido ya 17 años desde la apertura del infierno infame que es Guantánamo. Es por la dignidad del buen pueblo estadounidense que su gobierno debe cerrar esa maldita cosa.

¡Cierren esa prisión y traten a las personas de acuerdo con el Estado de derecho! ¡Qué Dios les bendiga!

*Mohamedou Slahi estuvo detenido en Guantánamo. En la actualidad es activista de los derechos humanos, residente Mauritania y autor del best seller “Diario de Guantánamo”.Mohamedou Slahi

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