En marzo de 1982 el general Efraín Ríos Montt accedió al poder en Guatemala. Se inauguraba así un periodo especialmente cruel en la dramática historia del conflicto armado guatemalteco. El mandato de Ríos Montt duró menos de un año y medio (marzo de 1982 – agosto de 1983), pero dejó un saldo de decenas de miles de muertos y desaparecidos. Uno de ellos era Carlos, el hermano de Ana Lucía Cuevas. Casi treinta años después, ella sigue buscando verdad, justicia y reparación.
A la guatemalteca Ana Lucía Cuevas le hicieron falta casi 20 años y un artículo periodístico para averiguar que su hermano había sido asesinado.
Una mañana de 2008 encontró en Internet un artículo que describía un documento del ejército guatemalteco que se había filtrado y en el que se incluía una lista de más de 170 activistas secuestrados, torturados y asesinados por el ejército y la policía de Guatemala entre agosto de 1983 y marzo de 1984; el hermano de Lucía, Carlos, era uno de ellos.
“Buscando en Internet encontré el nombre de Carlos con los datos de cuando había sido desaparecido y una entrada en lápiz con un código, 300, y una fecha. Eso significaba que había sido ejecutado tres meses después de su captura”, cuenta Ana Lucía desde su casa en Manchester, Inglaterra, en donde vive desde hace 20 años.
Al activista estudiantil Carlos Cuevas, de 24 años, se le vio por última vez la mañana del 15 de mayo de 1984. Iba en su motocicleta por la ciudad de Guatemala cuando fue interceptado por dos automóviles y obligado a entrar en un furgón policial. No se le ha vuelto a ver.
La familia de Carlos empezó a buscarlo de inmediato. Su esposa, Rosario, actuó con valentía y salió a la calle para exigir la vuelta de Carlos, convirtiéndose en cofundadora del GAM (Grupo de Apoyo Mutuo), junto con familiares de otras personas desaparecidas. Ana Lucía –que se había visto obligada a abandonar Guatemala dos meses antes a causa de las amenazas contra su familia– inició una infatigable campaña para alertar al mundo sobre una situación tan habitual en la turbulenta nación centroamericana.

“Rosario, cuando vio que Carlos no regresaba, empezó a buscarlo en hospitales, en morgues y nos avisaba qué estaba pasando. Para mí esos días fueron particularmente difíciles porque yo sabía que lo estaban torturando [los militares].”
Un año después de la desaparición de Carlos, Rosario y el hijo de ambos, Augusto Rafael, de dos años, fueron secuestrados junto con el hermano de Rosario. Hallaron sus cadáveres esa misma noche. Las autoridades aseguraron que se trataba de un accidente automovilístico. Rosario había recibido amenazas de muerte. El día anterior había asistido al funeral de un compañero del GAM asesinado.
La historia de Carlos y Rosario se ha repetido una y otra vez en Guatemala.
Más de 200.000 hombres, mujeres, niños y niñas fueron asesinados o desaparecieron durante los 36 años de sangriento conflicto armado interno en el país, que finalizó en 1996 con la firma de un Acuerdo de Paz en el que el gobierno se comprometió a aclarar la verdad sobre lo ocurrido en aquellos días aciagos.
En 1999, un informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, auspiciada por la ONU, concluyó que el Estado de Guatemala era responsable del 93 por ciento de los abusos.
En 2005 se descubrieron por casualidad los archivos del antiguo servicio policial, que contenían información sobre operaciones policiales y militares en las que se secuestró e hizo desaparecer a numerosos activistas y se mostraban los posibles paraderos de algunos de sus restos.
Sin embargo, hasta la fecha sigue siendo un misterio la suerte que han corrido miles de hombres, mujeres, niños y niñas, ya que la información incluida en los archivos policiales sólo abarca hasta el momento en que se entregaba a las víctimas al ejército. El ejército guatemalteco se ha negado a proporcionar documentación o asistencia significativa que permita aclarar lo ocurrido a las víctimas.
En los casi 30 años transcurridos desde la desaparición de su hermano, Lucía no ha perdido la esperanza de averiguar exactamente lo que ocurrió y en dónde están sus restos.
Recientemente, su búsqueda la llevó de nuevo desde Inglaterra a su Guatemala natal; allí se encontró con muchos otros familiares que visitan periódicamente los lugares de exhumación en los que trabaja un equipo de antropólogos forenses locales, con la esperanza de averiguar dónde se encuentran sus seres queridos y por fin darles sepultura. Documentó su viaje en una película, El eco del dolor de mucha gente.
Durante los últimos años, algunos militares han rendido cuentas por su responsabilidad en los abusos contra los derechos humanos cometidos en el pasado; y en 2011, el entonces presidente de Guatemala Álvaro Colom pidió perdón públicamente por la desaparición de Carlos Cuevas. Sin embargo, las personas responsables de su desaparición y asesinato nunca han sido procesadas.
A pesar de las decenas de años transcurridas, Lucía no va a cejar en su empeño por encontrar a Carlos.
“Durante la mayor parte del tiempo hubo una actitud muy arrogante [de parte de las autoridades], de mucho insulto. Hasta hace poco nos trataban de delincuentes. Se dice muy frecuentemente que después de 30 años uno debería olvidar; sin embargo, cuando han ocurrido hechos que uno sabe que son profundamente injustos, uno no puede dejarlo, no puede dejar de buscar respuestas”, ha afirmado Lucía.