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Miedo y aversión en Kirkuk, en el corazón del polvorín de Irak

Donatella Rovera

asesora general sobre respuesta a las crisis de Amnistía Internacional —

Un peón de 19 años, un conductor de autobús de 27, un enfermero de 28, un taxista de 30 años, un líder tribal, un ex oficial del ejército, un abogado; la lista de muertos continúa. Estos hombres y varios más han perdido la vida en las últimas dos semanas en la ciudad rica en petróleo de Kirkuk, a 240 kilómetros al norte de la capital iraquí, Bagdad.

La mayoría de las víctimas son musulmanes suníes, turcomanos y árabes. Muchas personas en su comunidad creen que los secuestraron y mataron como venganza por un triple atentado con bomba dirigido contra fuerzas kurdas en Kirkuk el 23 de agosto, cuya autoría ha sido reivindicada por el Estado Islámico.

Algunos fueron secuestrados cerca de sus hogares y sus cuerpos fueron abandonados en las proximidades, cada uno con una bala en la cabeza. Otros fueron abatidos por disparos realizados desde vehículos en marcha. En los dos casos los homicidios parecieron obra de “profesionales”. Un único disparo mortal en la cabeza a los secuestrados, una ráfaga de balas a los blancos de los ataques desde vehículos.

El padre de una de las víctimas me dijo: “Mi hijo salió de casa a las 9.30 de la noche y un poco después mi otro hijo me llamó para decirme que fuera al hospital. Cuando llegué allí encontré a mi hijo muerto. Le habían disparado en la nuca. Habían encontrado su cuerpo y los cuerpos de otros dos jóvenes en un vertedero de basura en la orilla sur del wadi (cauce seco de un río), enfrente del mercado de animales”.

Los padres y los familiares de los otros dos jóvenes secuestrados en la misma zona más o menos a la misma hora también me dijeron que sus familiares habían recibido un disparo en la nuca.

Uno de ellos, conductor de autobús, fue secuestrado delante de su casa mientras reparaba el autobús que conducía. Al otro, enfermero, los secuestraron cuando se dirigía a ayudar a un pariente enfermo que vivía cerca de su casa. El padre de otra de las tres víctimas dijo que había encontrado el cuerpo de su hijo en el depósito de cadáveres. “Le habían disparado en la nuca, y en las muñecas había señales de que había tenido las manos esposadas”, dijo.

Un joven que resultó herido pero sobrevivió a un ataque con disparos la noche del 25 de agosto, en el que murieron su tío y otro hombre, me dijo: “Estábamos a la puerta de la panadería, esperando que se restableciera el suministro eléctrico, cuando nos alcanzó una ráfaga de balas disparada desde un automóvil en marcha. Mi tío y el panadero murieron en el acto, y mi sobrina y yo resultamos heridos”.

Se teme que también estén muertos otros hombres que fueron secuestrados en las últimas dos semanas y de los que no se ha vuelto a saber.

Estos secuestros y asesinatos tienen lugar en un marco de tensiones sectarias en aumento entre los principales grupos étnicos de Kirkuk –kurdos, turcomanos y árabes–, que luchan desde hace tiempo por el control de la ciudad y sus grandes recursos petroleros.

¿Quién es responsable de estos brutales asesinatos? ¿Qué ha sido de las personas secuestradas?

Abundan los rumores y las teorías conspiratorias acerca de quiénes podrían ser los autores.

Las divisiones sectarias que existen desde hace tiempo en Irak se han agudizado aún más desde que el Estado Islámico tomó el control de extensas zonas del norte de Irak el pasado mes de junio. Desde entonces han aumentado las divisiones y la desconfianza entre comunidades suníes y chiíes turcomanas y árabes, y entre árabes y kurdos. Acusaciones como “los suníes [turcomanos y árabes] cooperan con el Estado Islámico” y “los chiíes [turcomanos] y los kurdos cooperan con milicias chiíes respaldadas por Irán” son habituales.

“Este asunto del Estado Islámico y la guerra que ha causado ha envenenado las relaciones entre comunidades y dentro de las comunidades. Antes no importaba si eras suní o chií, ahora algunas personas están explotando la situación y causando divisiones peligrosas”, me dijo un residente de la ciudad.

En ausencia de todo recurso a la justicia, las familias de las víctimas tienen pocas esperanzas de averiguar la verdad acerca de quién está detrás de los ataques. Desde que el ejército y las fuerzas de seguridad iraquíes abandonaron todo el norte de Irak el pasado mes de junio, Kirkuk está bajo el control de las fuerzas del Gobierno Regional del Kurdistán. Este gobierno autónomo reivindica desde hace tiempo la soberanía sobre Kirkuk y ha reiterado con frecuencia esa reclamación en las últimas semanas.

En teoría, la administración de justicia sigue siendo responsabilidad del gobierno central iraquí en Bagdad. En la práctica, no parece que el gobierno tenga ni voluntad ni capacidad para hacer cumplir la ley en Kirkuk. Las familias de las víctimas no sólo han abandonado la esperanza de obtener justicia y resarcimiento, sino que también tienen miedo. “¿Quién sabe quién será el siguiente? No hay Estado de derecho, ni protección”, me dijo un familiar de una de las víctimas.

“Las fuerzas del Gobierno Regional del Kurdistán controlan Kirkuk, pero no impidieron que milicias armadas chiíes desfilaran por la ciudad exhibiendo sus armas hace unas semanas, mientras que a nosotros los suníes nos miran con recelo y nos tratan como si todos fuéramos miembros del Estado Islámico”, me dijo otro residente.

Cuando me despedía de la familia de otra víctima antes de salir de Kirkuk, otra bomba explotó en la ciudad, a modo de pertinente recordatorio de la violencia que ha envuelto la ciudad.

Otro signo más trivial de la profundidad que han alcanzado las divisiones entre árabes y kurdos fue visible cuando me acercaba a un punto de control kurdo en el camino de regreso de Kirkuk a Erbil. El taxista me recordó: “No hable en árabe, por favor, los peshmerga [fuerzas del Gobierno Regional del Kurdistán] nos demorarán”.

Un peón de 19 años, un conductor de autobús de 27, un enfermero de 28, un taxista de 30 años, un líder tribal, un ex oficial del ejército, un abogado; la lista de muertos continúa. Estos hombres y varios más han perdido la vida en las últimas dos semanas en la ciudad rica en petróleo de Kirkuk, a 240 kilómetros al norte de la capital iraquí, Bagdad.

La mayoría de las víctimas son musulmanes suníes, turcomanos y árabes. Muchas personas en su comunidad creen que los secuestraron y mataron como venganza por un triple atentado con bomba dirigido contra fuerzas kurdas en Kirkuk el 23 de agosto, cuya autoría ha sido reivindicada por el Estado Islámico.