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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

“Me quedé ciega de un ojo [...] pero el amor salvó mi vida.”

Leidy Natalia Cadena Torres, activista por los derechos humanos colombiana durante la filmación del vídeo "Protejamos la protesta", en Londres
26 de julio de 2024 11:54 h

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Leidy fue la primera persona que perdió un ojo a manos de la policía en Colombia durante el Paro Nacional de ese año. Tras el ataque presentó una denuncia ante la policía, fue interrogada sobre lo sucedido en al menos 10 ocasiones y recibió amenazas a través de las redes sociales que finalmente la obligaron a abandonar su país.

La joven de 24 años comparte aquí la historia de lo que le sucedió, cómo rehízo su vida y por qué sigue sin tener miedo a protestar.

Fui a mi primera protesta en 2016. Era una manifestación contra las corridas de toros en Bogotá. Al poco tiempo se suspendieron las corridas de toros en la ciudad. ¡Había funcionado!

Para mí protestar era muy importante y sentía que era mi deber participar. Era una forma de cambiar las cosas. Por eso empecé a estudiar ciencias políticas.

Justo antes de la pandemia, la policía mató a Dylan Cruz durante una protesta. Esto indignó a la gente. Cuando todo volvió a la normalidad después de la pandemia, los precios comenzaron a subir, no había trabajo. Hubo una gran crisis económica en Colombia y la gente volvió a salir a la calle.

Donde yo vivía no teníamos nada que comer. Sebastián, mi novio, y yo tuvimos que pagarnos los estudios, cuando deberían haber sido gratuitos. Eso fue lo que nos hizo salir a protestar en 2021.

Recuerdo que el 28 de abril me levanté temprano. Hice varios videos de Instagram invitando a la gente a sumarse a nuestra protesta. Después fui en bici a casa de mi novio y salimos sin un rumbo concreto, sólo queríamos manifestarnos. Estaba lloviendo. Nos juntamos con amigos y fuimos a la plaza de Bolívar, donde suele congregarse la gente.

Estaba muy concurrida, así que dejamos las bicis en el parque.

La policía comenzó a disparar gas lacrimógeno

Estábamos manifestándonos pacíficamente, cantando y coreando consignas, cuando la policía comenzó a disparar gas lacrimógeno y la gente echó a correr. Yo dije: “Tranquilos. Vamos andando, sin correr”. En ese momento estábamos cerca de donde yo trabajaba, y pensamos que esa zona estaría más tranquila. Solo había que cruzar un puente para llegar allí, pero no se podía porque la policía estaba lanzando gases lacrimógenos para impedirlo. Dije a mis amigos: “Vamos a levantar las manos y a cruzar con calma, no nos atacarán”. Sin embargo, cuando estábamos cruzando el puente, un agente de policía empezó a gritarnos y a burlarse de nosotros.

Yo les dije que sólo queríamos pasar al otro lado, que queríamos volver a casa pero teníamos que recuperar nuestras bicis. Un policía nos dijo que era demasiado peligroso intentar llegar hasta ellas y que era mejor rodear el barrio.

Fue entonces cuando recibí el disparo.

Sólo me detuve un instante, junto con Sebastián, mis amigos Camilo y Karina, y un periodista de guerra chileno que estaba documentando la protesta. Uno de los amigos de Sebastián se acercó a la policía para preguntar si podíamos salir de esa calle y los agentes empezaron a decir cosas horribles. Él intentó alejarse pero lo agarraron y golpearon.

El agente nos dijo de malos modos: “No deberíais estar aquí”. Yo estaba cerca y le dije: “No hemos hecho nada”. Y entonces, bum... se hizo la oscuridad.

Me llevé las manos a la cara y noté algo húmedo. Comencé a gritar llamando a Sebastián. El vino y me agarró por los brazos. Yo no veía nada. Me dijo que mantuviera la calma, que no pasaba nada. Pero yo tenía la sensación de que se me había salido el ojo.

Tomé una foto con mi teléfono móvil, pero en ese momento no podía ver nada. Sebastián me soltó y se fue. Más tarde supe que había ido a tomar el número de identificación del agente de policía que me había agredido; era importante identificarlo.

Yo sabía que estaba ciega de un ojo

En la ambulancia, podía notar los nervios de Sebastián. Él veía la gravedad de mi lesión. Yo sabía que estaba ciega de un ojo.

Intenté mantener la calma. Sebastián me dijo que íbamos a un médico y que estaría bien.

Cuando llegamos al hospital, el médico me dijo que el ojo había explotado por el impacto directo de un objeto contundente.

La primera llamada telefónica que hice fue a mi madre, para contarle lo sucedido. Mientras estaba en el hospital, mis amigos me llamaron para contarme que personas que habían participado en la protesta estaban desapareciendo. Me dijeron que hiciera público lo que me había pasado. Así que hablé en directo en una página llamada Primera Línea Col. Dije que un agente de policía me había agredido y conté mi historia. Muchas personas compartieron el directo, incluidos influencers y actores, como Julián Román. Hacia las dos de la madrugada, cinco millones de personas habían compartido lo que yo había publicado. Para entonces, mis cuentas de Facebook e Instagram ya se habían cerrado. Intenté ponerme en contacto con Instagram pero nadie respondió. Tengo suerte de que sólo hayan desaparecido mis plataformas de redes sociales, y no yo.

Fue violencia policial

Al salir del hospital, al fin logré encontrar un abogado. La policía se reunió conmigo en su despacho para presentar mi denuncia. Los agentes no dejaron de interrumpirme durante mi testimonio y, finalmente, me dijeron que presentara denuncia por una agresión personal y no por violencia policial. Mi abogado y yo dijimos: “No, es violencia policial y abuso de autoridad”. Pero no nos hicieron caso. Después de eso, varios departamentos de policía me interrogaron acerca de lo sucedido en al menos 10 ocasiones.

Durante toda mi recuperación me sentí muy agradecida a mi familia, y a la de Sebastián. Como mi madre trabajaba de noche y estaba preocupada por mí, le pidió a Sebastián que viniera a vivir con nosotras. Una vecina empezó a notar la presencia de diversos coches en el exterior de mi casa. Intenté que no me afectara, pero al final me fui a vivir a casa de Sebastián. Poco después, mi madre me llamó llorando. Habían echado una sustancia en polvo a través de la puerta que empezó a quemar la alfombra mientras mi familia estaba en casa.

Entonces comprendí que tenía que irme de Colombia. Me puse en contacto con Amnistía Internacional y les conté todo. No tenía pasaporte, así que me ayudaron a conseguirlo. Vendí mis cosas y me fui a Noruega, con Sebastián y mi madre. Al llegar a Noruega fui internada en un centro de detención, pero Amnistía estuvo allí para apoyarme y ayudarme a comunicarme.

Recuperando la confianza

Después de dos años, al fin me siento cómoda en Noruega, y puedo ver algunas ventajas de estar fuera de Colombia. Puedo hablar libremente y dedicarme al activismo. Estoy aprendiendo noruego y trabajo a tiempo parcial en una guardería, que me encanta.

Al principio quería volver a casa y cambiar las cosas a mejor. Pero ahora sé que mi vida está en Noruega, y por eso decidí traer a mis gatos. Estoy aprendiendo el idioma y he aceptado por razones de seguridad que éste es el mejor sitio para mí.

Aunque estamos solos en esta ciudad, estoy empezando a encontrar la felicidad en las cosas pequeñas; mis gatos me hacen feliz, y puedo viajar y ver cosas nuevas. Hace poco tuve mi primer encuentro con mi sobrina; conocerla y verla dar sus primeros pasos me ha motivado para crear un mundo mejor para ella.

En cuanto a Colombia, ya no hay tantas protestas ahora. Hay mucha gente joven en prisión y personas desaparecidas, y hasta la fecha, más de 100 personas han sufrido lesiones oculares. La gente tiene miedo de protestar, pero sé que está centrada en lograr justicia y obligar al gobierno a rendir cuentas. Igualmente deben ser obligados a rendir cuentas los gobiernos de países como Estados Unidos y Brasil que están permitiendo la venta de estas armas “menos letales” a las fuerzas de seguridad colombianas. Poner estas armas en manos de unas fuerzas de seguridad abusivas pone a las personas en peligro de sufrir tortura y mutilación, como me pasó a mí.

A pesar de mi lesión, todavía me apasiona el activismo. Protestar es la mejor forma de unirnos y mostrar al mundo nuestra disconformidad. Tenemos derecho a salir a la calle para apoderarnos del espacio público y decir: “No estoy de acuerdo con eso”. No siento odio hacia nadie. Después de todo, el amor me salvó la vida. El amor de las personas que me rodean. Y quiero que haya más. Todos cometemos errores, pero si podemos unirnos como comunidades, respetarnos y amarnos mutuamente, el mundo será un lugar mejor.

Amnistía Internacional pide a los gobiernos que respalden sin demora un tratado para regular el comercio de material de control policial con el fin de garantizar que no termina en manos de fuerzas policiales abusivas. Lo que le pasó a Leidy no debería pasarle a nadie más. Todo el mundo debe poder participar en protestas con seguridad y sin miedo.

Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

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