El racismo no existe. Eso, desde luego, es lo que se desprendería de las declaraciones de la agencia de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, la UNESCO. Ha manifestado que ‘todos los hombres que viven hoy día pertenecen a la misma especie y descienden del mismo tronco’, y que ‘la división de la especie humana en ‘razas’ es en parte convencional y en parte arbitraria, y no implica ninguna jerarquía en absoluto. [...]’.
Para la UNESCO, pues, solo hay una raza, la humana. No es adecuado hablar de raza para referirnos a lo que son grupos étnicos (si ponemos el acento en la cultura) o poblaciones (si ponemos el acento en lo geográfico). El término raza pues, aunque se siga usando de forma popular o coloquial, es cada vez más desaconsejado en el lenguaje científico.
La expresión discriminación racial trae a la memoria la lucha por la igualdad en Estados Unidos. Es una lucha que por un lado podría parecer superada, pues en algo menos de cincuenta años, se ha llegado a elegir como Presidente a un hombre afroamericano. Visto un poco más de cerca sin embargo vemos, por ejemplo, cómo ser de una raza inferior puede costarte la vida. Hemos visto en televisión cómo hasta una supuesta infracción de tráfico puede acabar en un homicidio a manos de la policía. Los afroamericanas, aproximadamente un 13% de la población en Estados Unidos, representaban en 2017 casi el 23% de las víctimas de homicidio ilegal a manos de las fuerzas de seguridad en un clima de impunidad casi absoluta. Sólo otro ejemplo: es mucho más probable que la fiscalía pida pena de muerte para un negro acusado de matar a un blanco que viceversa.
Hay clamorosísimos casos de racismo de plena actualidad. Mientras escribo estas líneas, siguen huyendo Rohingyá desde Myanmar a Bangladesh, donde desde agosto se han hacinado ya más de 700,000 refugiados, acampados malamente en unos bancos de arena en las orillas del río Naf. De los tres millones de Rohingyá que vivían en Myanmar hace tan sólo cincuenta años, ahora queda tan sólo medio millón, todo gracias a una campaña de odio que, simplemente por ser quienes son, les privó primero del derecho a la nacionalidad y por ende a acceder a los estudios superiores y circular libremente por su país, luego al derecho al voto y a presentar candidaturas, y finalmente a su mera existencia.
Desde finales de agosto del año pasado se ha llevado a cabo una campaña sistemática orquestrada por el estamento militar en la que han participado incluso sus propios conciudadanos. Han arrasado con el fuego sus pueblos y aldeas, violando a las mujeres y niñas y arrojando a la hoguera a bebés y ancianos.
La historia se repite. Durante los años de lucha por la independencia de Zimbabue, dos grupos autóctonos se enfrentaron en la guerra contra el apartheid: los partidarios de Robert Mugabe, mayoritariamente Shona, y los partidarios de Joshua Nkomo, Ndebeles. Cuando Mugabe ascendió al poder, el gobierno llevó a cabo un asalto masivo de Ndebeles que dejó un saldo de entre 20.000 y 30.000 muertos Ndebeles. Hasta la fecha, nadie ha sido imputado ni juzgado por estos crímenes.
En nuestro proprio continente, algunos casos de racismo, como el de los gitanos, excluidos en algunos países de su derecho al acceso a la educación o a la vivienda, son bien conocidos.
Otros mucho menos. Los Tártaros, un grupo de musulmanes suníes que vivían tradicionalmente en la península de Crimea, fueron acusados de traición y deportados por el gobierno soviético de Stalin en 1944 y autorizados a volver tras la independencia de Ucrania en 1991. Desde la ocupación y anexión de la península por Rusia en 2014, se han producido varias desapariciones forzosas de personas de esta comunidad, que cuenta con entre 200.000 y 300.000 miembros. Ninguna de las desapariciones ha sido investigada de manera efectiva. La campaña de intimidación contra ellos les hace sufrir el acoso de las autoridades de facto de la península.
Tampoco se salva España. A finales del pasado mes de febrero, el Grupo de Trabajo de Expertos sobre Afrodescendientes de la ONU finalizó su visita oficial a nuestro país y, junto a la Comisión Europea Contra el Racismo y la Intolerancia del Consejo de Europa, criticó el uso generalizado de perfiles étnicos o raciales por parte de la policía, una práctica discriminatoria e ilegal que repercuta de forma desproporcionada en las personas que no son blancas.
Hoy, para celebrar el día Internacional contra la Discriminación Racial, probablemente lo mejor que podamos hacer es un gesto, por pequeño que sea, para plantarle cara. Por los que no pueden celebrar, ahí estamos nosotros.
El racismo no existe. Eso, desde luego, es lo que se desprendería de las declaraciones de la agencia de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, la UNESCO. Ha manifestado que ‘todos los hombres que viven hoy día pertenecen a la misma especie y descienden del mismo tronco’, y que ‘la división de la especie humana en ‘razas’ es en parte convencional y en parte arbitraria, y no implica ninguna jerarquía en absoluto. [...]’.
Para la UNESCO, pues, solo hay una raza, la humana. No es adecuado hablar de raza para referirnos a lo que son grupos étnicos (si ponemos el acento en la cultura) o poblaciones (si ponemos el acento en lo geográfico). El término raza pues, aunque se siga usando de forma popular o coloquial, es cada vez más desaconsejado en el lenguaje científico.