En las proximidades de Derabon, cerca de la frontera de Irak con Turquía y Siria, un grupo de familias desplazadas ha encontrado simplemente un terreno desocupado junto a vías públicas y ha construido refugios sumamente básicos con madera y paja. Se abastecen de agua –apenas potable, según sus palabras– en un manantial que dista casi un kilómetro, y no disponen de ningún tipo de energía eléctrica.
Mientras estamos allí, llega un camión que entrega colchones donados, pero no hay suficientes para todos. Un grupo de niños lucha por el último colchón; la disputa termina con lágrimas en los ojos de los que pasarán otra noche sobre el duro suelo. Muchos niños no tienen zapatos, y los adultos nos piden que hagamos fotografías de la piel hinchada, desgarrada y dura de sus pies, para que el mundo vea lo que están pasando.
Esta escena no es más que una pequeña instantánea de las penalidades que miles de personas se ven obligadas a soportar ahora.
La celeridad y la magnitud del movimiento de personas tras la entrada del Estado Islámico en Sinjar a principios de agosto fueron tales que, en cuestión de días, cientos de miles de personas –en su mayoría pertenecientes a la comunidad minoritaria yazidí– huyeron cruzando la frontera de Siria para regresar al norte de Irak.cientos de miles de personas –en su mayoría pertenecientes a la comunidad minoritaria yazidí– huyeron cruzando la frontera de Siria para regresar al norte de Irak. Un mes más tarde sigue sin haber alojamientos suficientes, y mucho menos servicios básicos. Los campamentos que se han construido están llenos. Para las personas que se refugian en escuelas, edificios sin terminar o a la intemperie, las condiciones de vida pueden ser ciertamente terribles.
En Khanke, una pequeña ciudad no muy lejos del frente, 91 personas internamente desplazadas por el conflicto se hacinan en un edificio de hormigón sin terminar en una concurrida calle comercial. La profunda conmoción de haber sido expulsadas de forma súbita y violenta de sus ciudades de origen es palpable. Un hombre está sentado con la espalda apoyada en la pared, sin poder hablar, al parecer como consecuencia de la experiencia traumática que ha vivido.
El propietario del edificio dice que les deja usar el espacio porque se siente horrorizado y conmovido por su situación. El comienzo del invierno dentro de sólo un par de meses es la primera preocupación de todos.
“La temperatura baja de cero grados en invierno y no hay paredes que impidan que el frío entre en este lugar. Estoy muy preocupado por sus niños, que pueden enfermar si se quedan aquí”, dijo.
Después de un comienzo lento, la ONU y el gobierno regional están construyendo ahora nuevos campamentos para tratar de evitar una nueva catástrofe cuando lleguen los meses más fríos. Pero parece probable que sean las 129.000 personas que viven en las escuelas de Dohuk las primeras en trasladarse a ellos, para que pueda comenzar el curso escolar para los niños y niñas de la región.
La crisis de desplazamiento de Irak, que se ha agravado progresivamente en 2014 a medida que el conflicto estallaba en Anbar, Mosul y Sinjar, ha afectado a personas de casi todas las comunidades étnicas y religiosas de Irak; entre las más profundamente afectadas se cuentan los cristianos asirios, los chiíes turcomanos, los chiíes shabak, los miembros de la fe yazidí, los kakai y los mandeos sabeos. Hay aproximadamente 1,5 millones de personas desplazadas en todo el país; las organizaciones humanitarias están desbordadas y se esfuerzan por hacer llegar la ayuda a las personas que están en zonas consideradas demasiado peligrosas para que su personal viaje a ellas.
En todas partes reinan la frustración y la confusión entre los afectados, que se preguntan por qué la ayuda no llega con mayor rapidez. Un grupo de cristianos desplazados que vive en los terrenos de una iglesia de Erbil ha recibido la visita de dignatarios extranjeros, entre ellos el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, pero a pesar de esta atención siguen teniendo agua sólo de manera intermitente, y hasta 60 personas duermen en una tienda de campaña.
Mientras el mundo centra la atención en cómo hacer frente a la amenaza del Estado Islámico, las personas desplazadas por el conflicto se preguntan qué opciones tienen para el futuro. Nadie espera un rápido final de los combates pero, en cualquier caso, muchas personas están convencidas de que, aunque se expulse finalmente al Estado Islámico de sus ciudades, nunca podrán regresar a sus hogares. Dicen que su confianza en que las fuerzas kurdas o iraquíes las protejan de ataques futuros ha quedado quebrantada.
Muchas personas desplazadas dicen que quieren salir de Irak y encontrar otro país donde vivir. Un hombre culto y padre de tres hijos que vive ahora en la ciudad de Sharia dice que está pensando en llevar a su familia a Turquía, para intentar cruzar ilegalmente la frontera de Grecia y la Unión Europea. Le explicamos los peligros que entraña cruzar esa frontera, y cómo el viaje podría no conducir a una vida mejor para su familia. Pero él se pregunta qué opciones le quedan:
“¿Qué otra cosa podemos hacer? No podemos regresar a casa, sabemos que nadie nos protegerá. Y aquí no hay muchas esperanzas. Mi esposa está embarazada de nueve meses, así que pienso que deberíamos partir unas semanas después de que nazca el bebé, para poder cruzar las montañas antes de que llegue el invierno.”
En las proximidades de Derabon, cerca de la frontera de Irak con Turquía y Siria, un grupo de familias desplazadas ha encontrado simplemente un terreno desocupado junto a vías públicas y ha construido refugios sumamente básicos con madera y paja. Se abastecen de agua –apenas potable, según sus palabras– en un manantial que dista casi un kilómetro, y no disponen de ningún tipo de energía eléctrica.
Mientras estamos allí, llega un camión que entrega colchones donados, pero no hay suficientes para todos. Un grupo de niños lucha por el último colchón; la disputa termina con lágrimas en los ojos de los que pasarán otra noche sobre el duro suelo. Muchos niños no tienen zapatos, y los adultos nos piden que hagamos fotografías de la piel hinchada, desgarrada y dura de sus pies, para que el mundo vea lo que están pasando.