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Secretos que matan la Esperanza

Ana Gómez

periodista de Amnistía Internacional —

Son 72 metros de eslora. Es lo que oímos decir en las películas sobre los barcos: palabras como eslora. Y nos imaginamos: esas ventanillas redondas y enmarcadas en madera típicas de un camarote, el viento azotando los abrigos y la melena de quienes pasean mirando al mar infinito por cubierta. No es cualquier buque, es uno que navega “salvando vidas”, librando un tipo de batalla contra la que algunos pretenden mirar hacia otro lado. Es el Esperanza, el barco de Greenpeace que recorre estos días la costa norte española y que hoy se ha detenido en Bilbao para denunciar, junto a Amnistía Internacional, Oxfam Intermón y FundiPau, el secretismo y la falta de control por parte del gobierno de España en la venta de armas.

Muy lejos, a seis mil kilómetros de distancia, a tres mares si contamos el que baña los alrededores de Bilbao, está Yemen. Un país de 24 millones de habitantes que ha perdido al menos a 5.144 de ellos y ellas desde que comenzó en 2015 un conflicto en el que ambas partes enfrentadas han cometido graves violaciones del derecho internacional, y que parece algo más olvidado que el de Siria, especialmente para las autoridades españolas.

¿Por qué? Porque desde este mismo puerto de Bilbao donde está estos días amarrado el Esperanza se han transportado en el último año más de 300 contenedores con armas fabricadas en España rumbo a Arabia Saudí, país que encabeza la coalición que está atacando Yemen.

Jugar con fuego

El chico dijo que era verde y con forma de “balón pequeño para jugar”. Así describía desde Yemen a Amnistía Internacional un joven de 13 años lo que, por sus características podían ser submuniciones de bomba de racimo de tipo BLU-63 de fabricación estadounidense y que le causó heridas por las que tuvo que estar dos meses hospitalizado: “Vi la [submunición de una] bomba cerca de donde estábamos sacando el agua y al pasar la levanté y la tiré [a un lado], y explotó. Caí herido, y mi madre fue a buscar ayuda”.

Y es que los ataques de la coalición liderada por Arabia Saudí no distinguen entre escombros, escuelas, hospitales, o niños. España, que ha exportado más de 650 millones a Arabia Saudí, convirtiéndose en la tercera potencia solo después de Estados Unidos y Reino Unido, debe poner fin a estas ventas mientras exista el riesgo de que esas armas acaben cometiendo graves violaciones de derechos humanos.

Por qué los secretos matan

El hecho de que las actas de la Junta Interministerial que aprueba las exportaciones de armas sean secretas por un acuerdo del Consejo de Ministros de marzo de 1987, en virtud de la Ley de Secretos Oficiales de 1968, es decir, anterior al régimen democrático, imposibilita la rendición de cuentas adecuadas sobre las exportaciones de armas. Es decir, las exportaciones de armas que hace España están rodeadas de un oscurantismo que facilita esa complicidad del gobierno español con las posibles violaciones de derechos humanos que cometen quienes nos compran las armas. Y tampoco es fácil hacer un seguimiento de qué sucede con esas exportaciones.

La campaña contra los malos

Amnistía Internacional tenía una ingeniosa campaña en la que un coche oscuro, caro, pomposo, se acercaba a una fábrica de venta de armas y de él se bajaba un asistente para intentar comprar armamento a buen precio. Por supuesto, los guardias de seguridad alucinaban ante ese ser, pero todavía se quedaban más perplejos cuando quien se bajaba del auto, el jefe de ese mero mediador, no era otro que Dar Vather o el Jocker. Los malos. Los que podían causar el Mal en caso de que esos mundos ficticios existieran. Así de sencillo. Los que compran armas para un destino en el que no podemos saber qué sucede exactamente con nuestras armas.

Es cierto, dormir mirando el agujero hacia el mar como un ojo que parpadea da Esperanza.

Son 72 metros de eslora. Es lo que oímos decir en las películas sobre los barcos: palabras como eslora. Y nos imaginamos: esas ventanillas redondas y enmarcadas en madera típicas de un camarote, el viento azotando los abrigos y la melena de quienes pasean mirando al mar infinito por cubierta. No es cualquier buque, es uno que navega “salvando vidas”, librando un tipo de batalla contra la que algunos pretenden mirar hacia otro lado. Es el Esperanza, el barco de Greenpeace que recorre estos días la costa norte española y que hoy se ha detenido en Bilbao para denunciar, junto a Amnistía Internacional, Oxfam Intermón y FundiPau, el secretismo y la falta de control por parte del gobierno de España en la venta de armas.

Muy lejos, a seis mil kilómetros de distancia, a tres mares si contamos el que baña los alrededores de Bilbao, está Yemen. Un país de 24 millones de habitantes que ha perdido al menos a 5.144 de ellos y ellas desde que comenzó en 2015 un conflicto en el que ambas partes enfrentadas han cometido graves violaciones del derecho internacional, y que parece algo más olvidado que el de Siria, especialmente para las autoridades españolas.