“Muchos hombres siguen viendo la igualdad como un asunto de mujeres”
- “El gran reto de la igualdad está en cómo los hombres movemos ficha”, apunta el autor de 'El hombre que no deberíamos ser', que este jueves participa en la jornada sobre igualdad y feminismo que organiza eldiario.es Andalucía con motivo del quinto aniversario
Con 'El hombre que no deberíamos ser. La revolución masculina que tantas mujeres llevan siglos esperando', Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba y premio en 2017 al Hombre Progresista del Año, desgrana los elementos que siguen conformando la masculinidad hegemónica y recopila cuáles son los factores sociales y culturales que contribuyen aún a mantenerla, incluso en algunos aspectos, en los últimos tiempos, a reforzarla.
Este jueves por la tarde compartirá en Sevilla mesa redonda con otras personas expertas en la materia en el encuentro que organiza Eldiario.es Andalucía en el marco de su quinto aniversario. Por la mañana, Salazar participará en la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) en el curso de verano '¿Última ratio, única ratio o prima ratio de la intervención penal en la lucha contra la violencia de género?', que analizará la necesidad o no de establecer reformas legales en los delitos contra la libertad sexual. “El problema de fondo no es otro que un determinado modelo de masculinidad que se traduce en el ejercicio de la violencia hacia las mujeres y de cómo entendemos las relaciones entre nosotros y ellas, cómo entendemos la sexualidad. Si no trabajamos esos aspectos, por mucho que hagamos reformas del Código Penal, difícilmente vamos a avanzar en estos temas”, avanza.
¿Cómo se podría superar el patriarcado y qué implicaciones tendría?
El patriarcado es una estructura de poder que tiene que ver con quién tiene el poder y cómo se ejerce el poder. Por lo tanto, hay que revisar justamente eso: quiénes seguimos manteniendo mayoritariamente el poder y cómo lo ejercemos. Es claro y evidente que el poder sigue siendo mayoritariamente masculino y se sigue ejerciendo de acuerdo a los intereses, los criterios y las reglas del juego que a lo largo de la historia hemos diseñado nosotros.
Acabar con el patriarcado implica plantear que la lucha por la igualdad es un asunto radicalmente político y que tiene que ver con cambiar las reglas del juego y el modelo de organización política, social y hasta económica que tenemos en la actualidad. Detrás de todo eso está todo lo que tiene que ver con la división sexual del trabajo, la separación entre lo público y lo privado, etc. Todos los problemas que se siguen encontrando las mujeres para tener una igualdad real y efectiva derivan de unas estructuras de poder en todos los ámbitos que siguen haciendo que nosotros tengamos una posición priviegiada y ellas tengan una posición de subordinación.
Habla usted de hacer una revolución. ¿A qué se refiere exactamente?
Hay que acabar con esas estructuras de poder y hacer casi una revolución política. Un factor muy importante en esa transformación tiene que ver con nosotros, con los hombres. Es decir, por mucho que las mujeres reivindiquen, peleen y vayan consigiendo determinadas conquistas, si nosotros no revisamos nuestra consecución de nuestra masculinidad, de nuestro lugar en la sociedad, de cómo nos relacionamos con las mujeres, difícilmente va a cambiar el estado de cosas que tenemos. O en el mejor de los casos, va a tardar muchísimo tiempo en que esto cambie.
Con todo este momento de ebullición del feminismo, los que nos tendríamos que sentir interpelados somos justamente nosotros. ¿Qué estamos haciendo nosotros para cambiar? Las mujeres lleva siglos planteándose esos cambios pero nosotros casi que estamos en el mismo lugar en el que pudieron estar nuestros padres o abuelos con ligeras modificaciones solamente. El gran reto de la igualdad está en cómo los hombres movemos ficha y cómo nos hacemos responsables de que las cosas cambien desde el punto de vista de la igualdad de género.
¿Cómo valora que el Gobierno de España tenga ahora más ministras que ministros y disponga una Vicepresidencia de Igualdad?
Es muy importante porque a través de la política también se transmite un determinado discurso y un determinado imaginario colectivo, donde todo el mundo tenga la idea de que hombres y mujeres somos equivalentes, y que hay más que suficientes mujeres con méritos y capacidades para estar ocupando el poder y la toma de decisiones. Eso hay que ponerlo en evidencia, hay que subrayarlo y tiene que hacerse visible a través de decisiones como las que se han adoptado en nuestro país. Porque desgraciadamente no es lo habitual, ni siquiera en el mundo democrático.
La única Vicepresidencia es una apuesta por que la igualdad de género sea un asunto transversal a todas las áreas del Gobierno, que es como yo entiendo que debería ser, no solamente con un departamento que se ocupe de estos temas sino que se proyecte en todos los ámbitos. Luego habrá que ver si a lo largo de los meses va dando sus frutos y no queda en el mero símbolo.
¿Ha sido el último 8M un punto de inflexió para todo ello?
Fue un momento decisivo y pone de manifiesto un camino que ya llevaba tiempo recorriéndose, que tuvo como antecedente más inmediato en 2014 la gran manifestación contra la reforma de la ley del aborto de Ruiz-Galardón, que ya tuvo un gran peso en la escena pública. Aquello tuvo continuación además en un momento de crisis económica y de recortes en políticas de igualdad, que ha ido culminando en lo que ha sido el 8M, a nivel más global en el MeToo, etc. Estamos en un momento clave justamente para que lo aprovechemos y para que se convierta en un tema central para los gobiernos y las políticas publicas. La gente lo ha dejado claro en la calle, fundamentalmente las mujeres. Ahora llega el momento en el que las instituciones y nuestros representantes tomen buena nota.
En todo caso, ¿cree que los hombres en general no acompañan demasiado el activismo por la igualdad?
Poco a poco vemos que más hombres van yendo a las manifestaciones o que se comprometen con estos temas, pero todavía son una minoría y muchos hombres siguen viendo la cuestión de la igualdad como un asunto de mujeres. Por eso, como decía, es un momento importantísimo para que nosotros nos sentamos interpelados a participar activamente en esta lucha por la igualdad.
Tenemos que dar un paso hacia adelante, dejar de ver todos estos temas desde la barrera, hacer una labor crítica con nosotros mismos y salir de nuestra situación de comodidad, renunciar a privilegios que seguimos teniendo y convertirnos en agentes activos por la igualdad, sin quedarnos en esa especie de silencio sin actividad que al final le sigue el juego al patriarcado. Es uno de los problemas el que muchos de nosotros nos hemos mantenido en una posición silenciosa y cómplice. Eso hay que romperlo ya y eso implica que nos posicionemos en las redes sociales, en nuestro entorno, y que empecemos a tomar partido.
¿Todos tenemos algo de Trump como insinúa en su libro?
Es que si analizamos la gran referencia de los grandes líderes políticos a nivel mundial en países más cercanos como Italia, seguimos teniendo como referentes sujetos masculinos que reproducen los esquemas más tradicionales, más machistas, más competitivos. Y, claro, el problema es que en el fondo esos hombres son también imagen de un determinado colectivo masculino de ese lastre machista. Tenemos que partir de ese reconocimiento. Todas y todos, especialmente todos, somos machistas, incluso los que estamos ya concienciados ya con este tema, porque hemos sido educados y socializados con ese lastre dentro de la mochila. Tenemos que empezar a desprendernos de esa carga, aunque nos cueste mucho. La igualdad empieza por ahí, si no esto no hay quien lo mueva.
¿Queda muy lejos entonces la igualdad real?
Yo soy optimista y quiero pensar que estamos en el camino adecuado para conseguirlo, lo que ocurre es que, cuando analizas la situación a nivel global, no podemos perder tampoco de vista que por mucho que avancemos a nivel de nuestro país, estamos en un contexto global y lógicamente la situación de las mujeres en el mundo es mucho peor que aquí. Desde esa perspectiva soy algo más pesimista.
Pero la verdad es cada vez veo más chicas jóvenes teniendo muy claras las reivindicaciones feministas, y eso es una razón para el optimismo. Una de las grandes quejas en los últimos años, incluso dentro del feminismo, era dónde estaban las mujeres más jóvenes y la sensación era que no había relevo. Ahora, afortunadamente, ves las manifestaciones o ves en las redes que las jóvenes están cogiendo ese testigo.
¿Y cuál está siendo la reacción de los jóvenes varones respecto a la cuestión?
No tengo las mismas razones para el optimismo cuando veo a los chicos jóvenes. Yo que voy mucho a institutos y trabajo con gente joven, veo que las chicas están teniendo las cosas muy claras pero los chicos están completamente perdidos, desubicados y no saben muy bien a qué agarrarse. Muchos en esa situación se agarran a lo más fácil que es reproducir el machito que todos llevamos dentro porque carecen de referentes. No se está trabajando con ellos y a mí me parece urgentísimo trabajar con ellos porque me parece que ahora mismo no tienen muy claro qué hacer con la sexualidad, con el poder, con el amor, cómo se relacionan con estas chicas que están por delante de ellos en muchas cosas. Yo creo que están completamente perdidos.
La educación, a la larga, vuelve a ser pilar fundamental para crecer en igualdad, ¿no?
Es clave totalmente. Uno de los problemas esenciales en este país ha sido el retroceso que en los últimos años ha habido en el sistema educativo en la apuesta por la educación en igualdad. Debe ser un objetivo prioritario de cualquier política educativa, casi más importante que enseñar matemáticas, idiomas o lengua, sería educarlos en valores relacionados con la igualdad. Y eso no se está haciendo o se está haciendo de manera muy precaria.
¿Qué papel juega en todo esto la reproducción de roles machistas en la música o el cine que consumen los jóvenes?
No podemos olvidar que un aspecto fundamental que sirve para reproducir justamente ese sistema de poder del que antes hablábamos es la cultura en el sentido más amplio del término (medios, música, cine, etc.) que nos va diciendo cómo es nuestro imaginario colectivo. Aquí también a asistimos a cómo en determinadas expresiones de esa cultura, lo que vemos es una reproducción del machismo más extremoduro.
El gran problema es cómo actuamos en ese ámbito, que tiene que ver con la libertad creativa, la libertad de expresión, sin poner en peligro determinados valores fundamentales de una democracia. No creo que haya que censurar nada, porque sería una deriva muy peligrosa, pero apelaría a una especial responsabilidad de los medios de comunicación por un lado y al desarrollo de una capacidad crítica que tiene que ser vía educación por otro. Creo que es la única manera. Yo no estoy por la labor de prohibir el reggaetón, pero sí que cuando lo escuchemos seamos conscientes de los mensajes que está transmitiendo.
¿Son muchos los costes del machismo?
El modelo de masculinidad hegemónica que tiene normalizado el uso de la violencia, en general, tiene unos costes personales y sociales tremendos, y una gran cantidad de consecuencias negativas para la sociedad. ¿Cuantos hombres están en la cárcel por haber cometido delitos violentos y qué coste tiene eso, aunque solo pensemos en términos económicos, para el Estado?
Tenemos que plantear otro modelo de sociedad que sea mucho más saludable, con una mayor calidad de vida y donde todas y todos seríamos mucho más felices. Y eso pasa por darle la vuelta a esa subjetividad masculina que acaba siendo tan tóxica, para ella y para nosotros mismos, porque al final nosotros somos también prisioneros de esa modelo al que tenemos que ajustarnos desde que nacemos: tenemos que ser hombres de verdad y ser hombres de verdad tiene un coste brutal.
Para finalizar, ¿tres claves para esa revolución masculina que plantea?
Los hombres tenemos que hacer un proceso de tomar conciencia de la parte de responsabilidad que tenemos en la desigualdad, mirarnos en el espejo y ser conscientes de qué responsabilidad tenemos cada uno de nosotros. En segundo lugar, eso nos llevaría a tener que renunciar a determinados privilegios que seguimos teniendo, muchos de los cuales ni siquiera somos conscientes de ellos y hay que hacer un esfuerzo en situarnos en una posición de incomodidad. Y en tercer lugar, todo eso debe llevar finalmente a comprometernos en la lucha por la igualdad y hacer de esa bandera un compromiso permanente en nuestro entorno más personal pero también en cualquiera de los ámbitos en los que nos desenvolvemos.