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Alaska encuentra a Waters: “La ironía es un lujo. ¿Puedes hacer cultura basura en Siria?”

Waters y Alaska, en La Térmica | N.C.

Néstor Cenizo

“La ironía es un lujo, en cierto modo. ¿Puedes hacer cultura basura en Siria ahora mismo?”, dijo John Waters ante un público entregado a su charla con Alaska. Fue una conversación ágil, divertida, ingeniosa y, por momentos, incorrecta sólo para aquellos que piensen que no hay otros mundos ahí fuera y mil maneras de entenderlo. Waters dio las gracias a Tennessee Williams por descubrirle que ese otro mundo también existía.

El encuentro entre Alaska y John Waters era el plato fuerte de la jornada y del festival. Se notaba en el público, que llenaba como nunca el patio grande de La Térmica de Málaga. Antes, como para animar el ambiente, se había proyectado Pink Flamingos, quizá la película más emblemática de John Waters. Variety la calificó como “una de las películas más viles, estúpidas y repulsivas” y The New York Times dijo que era “monstruosa”. El sábado, el propio Waters reconoció que nunca hubiese esperado que se proyectara en cine alguno. 35 años después está en la lista del American Film Institute y el culto llega al punto de que se incluye un chiste sobre la película (recordemos: todo tipo de perversiones y excentricidades) en Alvin y las Ardillas.

“Me pregunto cómo me conocen”, cuestionó el director al verse rodeado (literalmente) de un público mayoritariamente por debajo de los 30. El estatus de Waters se sustenta en parte sobre una rebeldía que sigue siendo básicamente juvenil pese a sus más de 70 años. Si hoy fuera joven sería hacker “o al menos tendría un novio hacker”. Esa rebeldía juvenil le hace rebelarse contra la tiranía del cualquier tiempo pasado fue mejor y llamar a la acción y al atrevimiento: “No debes esperar que alguien te diga que está guay. Debes hacerlo”. “Recuerda que si los niños tienen problemas cuando son niños, terminarán siendo artistas”, añadió luego.

Creador radical, Waters cree que ya nunca volverá a ser underground siendo propietario de tres casas. Tampoco encuentra fácil acomodo en el Hollywood actual. Así que lo tiene casi tan difícil como en sus comienzos, cuando no encontraba quién le diera dinero para sus películas: “Mi padre me prestó dinero para mi primera película y quedó horrorizado cuando se lo devolví, porque entonces supo que iba a hacer más”, contó.

Para Alaska, “Waters es el mayo conocedor de cine de autor que conozco. Por eso me gusta su obra, se basa en Bergman para crear un personaje como Divine, porque no tiene prejuicios”. La artista, además, ha explicado el uso político que tiene la palabra basura en todo este concepto: “Para mí ‘basura’ es como la palabra 'maricón'. Usémoslas. No dejemos que los demás se apropien de estos términos para que los acaben usando como insultos en nuestra contra”, ha pedido.

Tendrá sus dificultades para dirigir (ha recibido varios encargos, que le han pagado, pero que luego no ha podido dirigir), pero este hombre de espíritu libre sigue siendo un apasionado de los periódicos (recibe seis al día) y un adicto a la actualidad. Tiene sus muchachos que lo informan de los últimos éxitos. Y sigue viajando, de gira continua porque le han dicho que cuando pare y pestañee, se acabó. John Waters tuvo dos trabajos de verdad: como encuestador puerta a puerta no triunfó porque nadie le abría; pero volvería a trabajar en una librería.

Para el cineasta cualquier censura es mala. También la que cae sobre Lo que el Viento se Llevó, aunque no le guste la película. “Estoy por la libertad de expresión, siempre, también cuando no me gusta. Si no te gusta, no vayas”. Waters definió Pink Flamingos como “hippy-incorrecta y gay-incorrecta”. “Hay una línea muy fina entre lo que hace reír a la gente y lo que le ofende. Pero es que yo de las cosas que no me gustan no hablo, excepto de Trump”, añadió luego.

El espíritu de Waters sigue siendo el de subvertir el orden establecido con la risa: “Creo que hay que hacer que la gente esté un poco molesta. Si quieres ganar políticamente, usa el humor como terrorismo para avergonzar a tu enemigo”. El “terrorismo” ha sido el mal gusto, que definió así: “Para mí trash es una palabra positiva, una reacción contra la tiranía del buen gusto. Pero necesitas conocer las reglas del buen gusto para romperlas. Y hay buen mal gusto y mal mal gusto. Hollywood hace películas de mal gusto de 100 millones que no son graciosas”. “Para entender el mal gusto, hay que tener muy buen gusto”, ha dicho siempre.

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