En Andalucía, en la última década, se ha producido un incremento sin precedentes en la tasa de creación de empresas, que ha sido apoyado por las iniciativas adoptadas por los distintos poderes públicos y privados. Y detrás de cada empresa creada, hay una historia, esfuerzo, ilusión y mucho sacrificio. Lo que nosotros llamamos ADN emprendedor.
Funerales laicos para quienes no creen
La idea surgió cuando falleció un familiar: “¿Qué hacemos si no queremos una ceremonia religiosa? Se hace una misa porque no hay una alternativa. Entonces vimos que no es puntual, que hay más familias que sienten que no tienen otra opción”. Estos tres jóvenes malagueños (una doctora en Filología, una actriz y un ingeniero) crearon entonces la empresa con la que pretenden llenar un vacío con la celebración de funerales laicos. Ofrecen una ceremonia personalizada, un acto de despedida de la persona querida partiendo de un enfoque: cómo le hubiera gustado al fallecido que se hubiesen despedido de él aquellas personas con las que compartió su vida. Serena Funerales Civiles es la primera de este tipo en Andalucía, según sus socios.
En el origen de esta pequeña empresa, que apenas acaba de despegar, está la constatación de un vacío. Para aquellos que no comparten una fe religiosa, el fallecimiento de un familiar y las horas posteriores se convierten en un trance eterno en el que se echa en falta la figura de un guía. El papel asumido por un sacerdote queda vacante cuando no se celebra ceremonia. “Muchas personas sienten que no hay una despedida si ni siquiera se dicen unas palabras. Y tenemos derecho, como ciudadanos, a ser enterrados como queramos”, explica Patricia Martín, una de las socias de este proyecto. El problema, insisten, es que, mientras en otras comunidades se ponen a disposición de los familiares las dependencias municipales, en Andalucía nadie ofrecía la forma de satisfacer ese derecho. Ahora sí.
El objetivo de Serena es que los familiares no tengan que preocuparse por cómo será la ceremonia. Ellos se reúnen con los más cercanos durante unos minutos, recogen ideas, anécdotas y vivencias para hacer una semblanza del fallecido. A la hora que se les diga (están disponibles las 24 horas del día), acuden al tanatorio, y dirigen una ceremonia sencilla y personalizada. Han suscrito un acuerdo con Parcemasa, que les cede una sala.
El funeral que han ideado comienza con el recibimiento a los familiares y una introducción en la que desarrollan la idea del duelo. La primera lectura sirve para transmitir una dosis de alegría; en ella se expone, en primera persona, cómo querría ser recordado el fallecido. La lectura personalizada se escribe a partir de los relatos y testimonios que hayan prestado sus familiares. “Nunca leemos nada sin que la familia dé antes el visto bueno”, matiza Martín. En su primer funeral, incluyeron frases que envió una de las nietas del difunto: “Al final, es como si lo hubiera escrito la familia”. Entonces dan paso a un soneto de Pablo Neruda:
Si muero sobrevíveme con tanta fuerza pura
que despiertes la furia del pálido y del frío,
de sur a sur levanta tus ojos indelebles,
de sol a sol que suene tu boca de guitarra.
No quiero que vacilen tu risa ni tus pasos,
no quiero que se muera mi herencia de alegría,
no llames a mi pecho, estoy ausente.
Vive en mi ausencia como en una casa.
Es una casa tan grande la ausencia
que pasarás en ella a través de los muros
y colgarás los cuadros en el aire.
Es una casa tan transparente la ausencia
que yo sin vida te veré vivir
y si sufres, mi amor, me moriré otra vez.
Entonces, el silencio y el pésame. Ellos dicen sentirse bien porque contribuyen a reconfortar a quien en ese momento lo está pasando mal, y cuentan con orgullo que solo han recibido llamadas de agradecimiento. El precio es similar al de una misa. Pero no es un trabajo para cualquiera, ni un negocio más. Han repartido octavillas con prudencia, nunca en lugares en los que “la gente lo está pasando mal”. Y ellos necesitan, antes que nada, una dosis extra de empatía para comunicarse.
“Las palabras pueden dar mucha ayuda. Yo me he encontrado personas que hablan y no transmiten, porque no dicen el nombre de la persona fallecida o se equivocan”, explica una de ellas. Un trabajo así, ¿podría llegar a afectarles?: “Será duro, pero intentamos verlo desde el lado positivo, porque estamos ayudando…”.
Se han preparado consultando bibliografía, preguntando a familiares y amigos y acudiendo, incluso, al trabajo que una niña había escrito sobre cómo le gustaría que fuese su funeral. De todo ese estudio concluyeron que el modelo a seguir no era el de los países anglosajones, en el que los propios familiares (a veces con ayuda externa) preparan la despedida.
A dos metros bajo tierra, la premiada serie de Alan Ball para HBO, contiene un buen catálogo de cuántas y qué buenas cosas se pueden hacer para despedir a los muertos. Pero en España no existe esa costumbre, ni una cultura que fomente hablar en público. Y en un funeral no hay ganas ni tiempo. El patrón a seguir, concluyeron, era el de las misas católicas, pero sin el componente religioso: “Lo que pretendemos es dar una oportunidad de hacer una despedida digna, fácil y con respeto, sin que tenga que ser católica porque es la tradición o no hay otra opción”.
La idea surgió cuando falleció un familiar: “¿Qué hacemos si no queremos una ceremonia religiosa? Se hace una misa porque no hay una alternativa. Entonces vimos que no es puntual, que hay más familias que sienten que no tienen otra opción”. Estos tres jóvenes malagueños (una doctora en Filología, una actriz y un ingeniero) crearon entonces la empresa con la que pretenden llenar un vacío con la celebración de funerales laicos. Ofrecen una ceremonia personalizada, un acto de despedida de la persona querida partiendo de un enfoque: cómo le hubiera gustado al fallecido que se hubiesen despedido de él aquellas personas con las que compartió su vida. Serena Funerales Civiles es la primera de este tipo en Andalucía, según sus socios.
En el origen de esta pequeña empresa, que apenas acaba de despegar, está la constatación de un vacío. Para aquellos que no comparten una fe religiosa, el fallecimiento de un familiar y las horas posteriores se convierten en un trance eterno en el que se echa en falta la figura de un guía. El papel asumido por un sacerdote queda vacante cuando no se celebra ceremonia. “Muchas personas sienten que no hay una despedida si ni siquiera se dicen unas palabras. Y tenemos derecho, como ciudadanos, a ser enterrados como queramos”, explica Patricia Martín, una de las socias de este proyecto. El problema, insisten, es que, mientras en otras comunidades se ponen a disposición de los familiares las dependencias municipales, en Andalucía nadie ofrecía la forma de satisfacer ese derecho. Ahora sí.