CIENCIA
El Proyecto Indalo, el extraordinario experimento con plutonio que España y EEUU hicieron a costa de los habitantes de Palomares
No se puede concluir que haya una relación entre lo que ocurrió el 17 de enero de 1966 y la incidencia de enfermedades cancerígenas en Palomares (Cuevas del Almanzora, Almería). Tampoco lo contrario. Sin embargo, hay sobrada evidencia de que el accidente, en el que se liberaron al aire nueve kilos de plutonio, sirvió para estudiar el efecto en los lugareños de su exposición al material radiactivo, sin que ellos supieran muy bien lo que estaba pasando. Aquel experimento, con el nombre en clave de “Proyecto Indalo”, contó con la participación clave de un personaje con resonancias novelísticas, el doctor Langham, y la colaboración entre ingenua y cómplice de las autoridades españolas. Se ocultó hasta que fue imposible seguir haciéndolo.
Ahora se acaba de publicar un trabajo, La experimentación humana con plutonio en España. Génesis y desarrollo del “Proyecto Indalo” (1966-2009), con nuevas revelaciones, sostenida en cientos de documentos desclasificados de Estados Unidos y España. Lo publica Dynamis, una revista científica internacional dedicada a la historia de la medicina, ciencia y salud, que publican las universidades de Granada y Autónoma de Barcelona. El autor es José Herrera, que lleva casi cuatro décadas recopilando concienzudamente material sobre el accidente.
Herrera se ha basado en cerca de 300 documentos desclasificados temporalmente en 1994 por el Comité Asesor sobre Experimentos Radiológicos Humanos, a instancias de Hazel O’Leary, y obtenidos en su día por Sebastián Sánchez, profesor de Edafología de la Universidad de Almería. También ha entrevistado a decenas de palomareños y se ha pateado los archivos militares y civiles españoles que pudieran contener cualquier dato relevante.
Su conclusión es que fueron conejillos de indias. “No hay precedente en la historia de la medicina española de algo así”, comenta Herrera. “Fue un plan sistemático de experimentación de varias décadas. Nunca les dijeron que vivían rodeados de plutonio en sus campos de labor, que era el pilar casi único de su economía. Siempre que iban a Madrid les decían lo contrario, que no había peligro ni motivo de preocuparse”.
El accidente nuclear en un día de viento
Aquel día de enero era otro día de viento en el Levante almeriense. Un día como cualquier otro, pero a algunos miles de pies de altura, un B-52 estadounidense colisionó en el aire con un avión cisterna, y del cielo cayeron cuatro bombas de hidrógeno (cada una 68 veces más potente que la de Hiroshima). Dos se abrieron parcialmente liberando un aerosol cargado de un isótopo de plutonio (Pu239), que se transformó en dióxido de plutonio dispersándose por una superficie de al menos 435 hectáreas, casi todas sembradas de tomates listos para recoger.
El ejército de Estados Unidos montó una presunta operación de limpieza, consistente en llevarse una pequeña parte del material radiactivo y enterrar mediante arado la mayoría. “Toda la prensa estaba dirigida a no soliviantar a nadie, a decir que todo esto es un oasis, que aquí no pasa nada, que todo es perfecto”, le dijo Carlos Mendo (por entonces director de EFE) a José Herrera.
¿Y qué pasaba con los palomareños? En realidad, aquello era una oportunidad inmejorable para estudiar en 1.200 humanos algo que suscitaba muchas dudas tas apenas dos décadas de desarrollo de la industria nuclear: ¿qué efectos tiene la exposición continuada a pequeñas dosis de plutonio ambiental?
Es entonces cuando llega a Palomares un personaje fundamental: Wright Haskell Langham, director de la división de Investigación Biomédica del Laboratorio Nacional de Los Álamos, había intervenido en la determinación de los límites legales de la toxicidad del plutonio en Estados Unidos. Con el fin de investigar el efecto en humanos, incluso había creado un protocolo de inyecciones a dieciocho enfermos terminales sin su consentimiento informado, tal y como fue revelado años después por radiólogos del propio Departamento de Energía norteamericano. Todo aquello justificaba su apodo: Mr. Plutonium.
Una propuesta: el Proyecto Indalo
El Dr. Langham se desplazó de urgencia a España y tras una primera toma de contacto, regresó acompañado de John Hall, director de Actividades Internacionales del Comité de Energía Atómica. Querían proponer un trato a los españoles: había surgido la posibilidad de llevar a cabo un proyecto de investigación conjunto que beneficiaría a España. Estados Unidos donaba el material para establecer uno de los mejores laboratorios radiológicos de Europa. Se aceptó de inmediato. Es el acuerdo Otero-Hall [por José María Otero y John Hall, firmantes].
Mientras tanto, se firmaban nuevos acuerdos de descontaminación que elevaban los niveles “razonables” o “aceptables” de plutonio que debía quedar en la tierra de Palomares, según consta tanto en un informe de 1975 de la Agencia de Defensa Nuclear como en un telegrama a la embajada de Madrid archivado en la biblioteca presidencial de Lyndon B. Johnson. Estados Unidos solo se llevaría a Savannah River lo que estaba por encima de una cantidad tres veces superior a lo acordado inicialmente y 28,5 más de lo propuesto por Eduardo Ramos, el experto de la Junta de Energía Nuclear española.
Un ejemplo de la laxitud con la que se valoró la contaminación radiactiva de aquella tierra: mientras que en Rocky Flats (Colorado) el doctor Langham había propuesto un nivel aceptable de 0,13 ugr/m2 (luego adoptado en la primera normativa en EEUU), en Palomares la cifra se elevó a 462 ugr/m2, 3.554 veces mayor. “Aquello que se llevaron y todo lo que quedó en la zona fue a discreción de la parte norteamericana”, se lee en el trabajo de Herrera. Un año más tarde, el Doctor Langham fue condecorado por el Departamento de Defensa de su país.
Positivos invalidados
Quedaba por delante la tarea de monitorizar a las personas expuestas a tales niveles de dióxido de plutonio, cuya principal vía de entrada es la inhalación. Inicialmente se analizó el aire y la excreción en orina durante 24 horas, y se vigilaron (como siguen vigilándose hoy) los productos agrícolas. Los caracoles, por ser biocumuladores, eran un animal especialmente significativo. Y comenzó un muestreo anual de la población en Madrid, a gastos pagados y generosas dietas.
El 99% de las muestras de orina analizadas en los tres primeros meses dio positivo. Sin embargo, esos positivos fueron invalidados, bajo la teórica sospecha de que se había producido una contaminación en origen a través de la boca de la botella colectora de la orina. “Es la excusa oficial. Extraoficialmente, tanto aquí como en EEUU se produce una gran alarma. Saben que alguno ha podido contaminarse, pero no todos”, comenta Herrera. Curiosamente, los resultados supuestamente inválidos sí se registraban en las fichas radiométricas.
Además, los análisis que sobrepasaban los máximos con los días en calma sin aerosoles. Los dos países tenían interés en minimizar los riesgos: EEUU por su responsabilidad en las tareas de limpieza; España, para no enturbiar su imagen turística. El chapuzón de Fraga marcó la pauta.
Finalmente, en 1978 los responsables norteamericanos reconocieron la deficiente descontaminación que habían ejecutado en su día. Llegaba la democracia. “Aunque esto parece ser beneficioso para los españoles, también aumenta la probabilidad de que el Proyecto Indalo se examine en detalle en algún momento”, dice en un memorando James Liverman al secretario del Comité de Energía Atómica (CEA).
“Con una limpieza completa no hubiese habido Proyecto Indalo”
Es el comienzo de una toma de conciencia. Liderados por la alcaldesa Antonia Flores, los vecinos se movilizan para que les entreguen parte de sus historiales clínicos en 1986. En 1988 se construye una gran balsa sobre terrenos muy contaminados. La resuspensión de las partículas atómicas eleva la radiactividad durante quince semanas, superándose hasta diecinueve veces el límite, pero nadie avisa a los trabajadores o a los promotores.
Cuando la burbuja inmobiliaria llega a Palomares, el Gobierno comprende que allí hay una bomba de relojería: si se mueve la tierra, el plutonio puede volver a la atmósfera. Así que expropia y valla las zonas contaminadas. El seguimiento sanitario y radiológico de 150 vecinos al año continua hasta 2009, cuando se cierra el Proyecto Indalo, 43 años después del accidente.
“Podemos colegir que con una limpieza completa y eficaz no hubiese existido el Proyecto Indalo y los inherentes riesgos a la población”, se lee en el trabajo de Herrera. Casi sesenta años después del accidente, no hay un estudio que vincule la exposición al plutonio liberado sobre Palomares con enfermedades oncológicas. Lo más cercano es un trabajo de Pedro Martínez Pinilla, que utilizó el registro de defunciones como fuente. No encontró vínculo, pero tampoco discriminaba por el grado de exposición. “Se podría estudiar si hay causa-efecto con un estudio ocupacional, porque no es lo mismo estar en casa que arando”, dice Herrera. “Algunos desarrollaron cánceres, pero no se puede decir que el cáncer sea debido al plutonio. Tampoco se puede negar, como hacen la Junta de Energía Nuclear, el CIEMAT y el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) desde 1966”.
“La intervención realizada en Palomares (expropiación y vallado) garantiza que actualmente no se supera una dosis de 1 mSv/año para los miembros del público”, señala el CSN, que niega que haya puntos externos en los que la concentración pueda tener un “impacto radiológico significativo”, como atestigua un informe independiente que la Comisión Europea va a investigar. El CIEMAT desarrolla ininterrumpidamente un programa de vigilancia radiológica medioambiental, para el que se toman y analizan muestras de tierra, aire, animales y vegetales de la zona.
El Tribunal Supremo cerró recientemente la puerta a obligar al Consejo de Seguridad Nuclear a fijar una fecha para una limpieza total de la zona contaminada. España y Estados Unidos mantienen parado desde 2015 el acuerdo de intenciones para suscribir un plan de rehabilitación para las tierras contaminadas de Palomares. “Las autoridades españolas han reiterado a las autoridades de EEUU el interés en retomar las negociaciones”, señala el Ministerio de Asuntos Exteriores.
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