Hoy fue un día extraño, me contaba Laila con la mirada perdida. “¿Qué pasó?”, le pregunté intrigada. Con un tono de incredulidad, me respondió: “Fui al trabajo como todos los días, y al llegar me dijeron que ya no podía seguir allí. Solo me pidieron que recogiera mis cosas y me marchara, sin darme ninguna explicación”.
Con la mirada perdida, continuó: “Al principio pensé en ir a la biblioteca a estudiar, pero para mi sorpresa, tampoco me dejaron entrar. Me dijeron que las mujeres ya no podíamos acceder a esos espacios, ni mucho menos asistir a las clases de la universidad”.
En ese momento sentía como su confusión y desconcierto se transmitía también en mí. “Es como si quisieran borrar mi presencia, la de todas nosotras”, añadió. “Intentando buscar algo de normalidad, decidí salir a hacer deporte, pero incluso en la calle me frenaron”. Le dijeron que no podía estar sola en la calle. “Cuando llegué a casa, decidí hacer algo de ejercicio, porque el sol estaba demasiado fuerte. Abrí las cortinas para que entrara aire, y de pronto, tocaron la puerta. Me dijeron que no podía estar visible desde la ventana”.
Desde hace unas décadas, uno de los grandes desafíos al que se enfrenta la comunidad internacional en materia de derechos humanos es poner fin al apartheid. En este sentido, Amnistía Internacional se adhirió hace unos meses al movimiento End Gender Apartheid. Debido a la grave situación de las mujeres en estos últimos tres años en Afganistán y la deriva represiva del Estado iraní que se inició con la muerte de Masha Amini en manos de la policía de la moral, este movimiento, que como su nombre indica, busca poner fin al “apartheid de género”, ha intensificado enormemente sus esfuerzos.
Desde 'End Gender Apartheid' luchan por que el apartheid de género sea integrado y reconocido por el Derecho Internacional
El apartheid se define como un régimen institucionalizado que implica la opresión y dominación de un grupo sobre otro, despojando a ciertos colectivos de sus derechos fundamentales. Aunque el término se originó en el contexto de la discriminación racial en Sudáfrica, su uso se ha ampliado para describir la segregación y discriminación basadas en el género (“apartheid de género”).
Históricamente, el apartheid en Sudáfrica, que duró desde 1948 hasta 1994, prohibió a las personas racializadas acceder a espacios reservados para la minoría blanca, negándoles derechos básicos como el voto y la educación. Hoy, desde Amnistía Internacional, hablamos de apartheid de género como un sistema que perpetúa la segregación y exclusión de las mujeres y niñas.
En el plano del Derecho Internacional, el apartheid fue declarado crimen de lesa humanidad en la Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid de 1973, siendo así reconocido también en el Estatuto de Roma. Desde End Gender Apartheid luchan por que el apartheid de género sea integrado y reconocido por el Derecho Internacional pues los acontecimientos antes mencionados fuerzan a que éste sea “interpretado de modo que incluya las jerarquías de género, no sólo las jerarquías raciales”.
Este apartheid se constituye como una herramienta perpetuadora de las estructuras patriarcales de silenciamiento y exclusión, imposibilitando el justo cambio para las mujeres
De esta manera, reconocer el apartheid de género como un crimen internacional reflejaría de manera más precisa las realidades históricas y actuales de opresión institucionalizadas hacia las mujeres y las personas LGBTIQ+. Asimismo, contribuiría a fomentar la justicia de género dado que dichos grupos vulnerables han luchado incansablemente para que sus experiencias de discriminación sean reconocidas formalmente.
A través de la historia de Laila y de muchas otras mujeres afganas e iraníes, se hace urgente la necesidad de que, como sociedad, luchemos contra el apartheid de género. No es un problema aislado ni lejano, pues se manifiesta en las desigualdades que sufren día a día las mujeres en el acceso a la educación y a los servicios de salud, así como en la representación y toma de decisiones políticas.
Desde Amnistía Internacional, promovemos espacios de sororidad e interseccionalidad como una estrategia de resistencia y combate ante cualquier injusticia, como lo es el apartheid. A veces, puede parecer que las cosas no están tan mal, pero la realidad es que la discriminación persiste e incluso se profundiza. “Hablen de nosotras, no nos olviden” es el llamado que hacen las mujeres afganas e iraníes, y que desde nuestros espacios se hace imperativo amplificar.
En definitiva, este apartheid se constituye como una herramienta perpetuadora de las estructuras patriarcales de silenciamiento y exclusión, imposibilitando el justo cambio para las mujeres. De este modo, no podemos dejar caer en el olvido la situación de las mujeres afganas e iraníes, pues el apartheid racial no solo se combatió desde dentro sino también a través de la denuncia internacional de este crimen, que hoy en día desgraciadamente se sufre en base al género.
Hoy fue un día extraño, me contaba Laila con la mirada perdida. “¿Qué pasó?”, le pregunté intrigada. Con un tono de incredulidad, me respondió: “Fui al trabajo como todos los días, y al llegar me dijeron que ya no podía seguir allí. Solo me pidieron que recogiera mis cosas y me marchara, sin darme ninguna explicación”.
Con la mirada perdida, continuó: “Al principio pensé en ir a la biblioteca a estudiar, pero para mi sorpresa, tampoco me dejaron entrar. Me dijeron que las mujeres ya no podíamos acceder a esos espacios, ni mucho menos asistir a las clases de la universidad”.