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Sobre este blog

El 4 de diciembre fue tan contundente como sorpresa causó en quienes creían que Andalucía no le ponía color ni bandera a su identidad y a su deseo de libertad y democracia; un grito a su identidad y a su deseo de libertad y democracia. Aquel 4 D de 1977 cientos de miles de hombres y mujeres sacaron de sus casas todo aquello que fuera blanco y verde, banderas, aunque aún no habían florecido como a partir de aquel día, y telas y hasta trozos de colchón rayados como alguna foto inolvidable nos recuerda.

Pero fue un clamor tan alto y claro como orgulloso: Andalucía había recuperado una autoestima que la historia reciente había intentado anular con políticas de desprecio, ignorancia, ninguneo y silencio.

Los perfiles que aquí aparecen son algunos de aquellos nombres que tejieron con su obra, su voz, su actitud esa recuperación del orgullo de una tierra que siendo culta había pasado por ignorante, siendo rica había sufrido la pobreza, siendo valiente había quedado amordazada por el miedo.

No son todos pero son algunos de los imprescindibles a los que debemos agradecimiento y que los sentimos como nuestros, nuestros mejores, aquellos que además de una lección popular de inteligencia y serenidad, acompañaron a Andalucía en su camino a recordar lo mejor de sí misma y a prometerse que nunca nadie jamás volvería a humillarla.

Porque nos sobraban, nos sobran, los motivos para sentir orgullo.

Mercedes de Pablos (Directora de la Fundación Centro de Estudios Andaluces, colaborador intelectual de este site)

De Marisol a Pepa Flores: el mito que se transformó con la democracia

Foto: César Lucas

Néstor Cenizo

Marisol se retiró con 37 años para que Josefa Flores González (Málaga, 1948) consiguiera lo que siempre había querido: ser una persona cualquiera. Habría que preguntarle si lo ha conseguido. Cada poco alguien la ve paseando en La Malagueta, y aún se gira y le da un codazo al de al lado, pero ni la paran ni le piden autógrafos. Hasta tal punto pervivió el mito que Pepa Flores convirtió la no noticia en noticia y durante años el mismo retiro se ha elevado a rango de exclusiva. Antes de retirarse, Pepa Flores tuvo tiempo para dar un giro a su personaje: de niña mimada del franquismo y del propio dictador se convirtió en símbolo de la apertura y acérrima comunista, otro mito que también trascendió.

El seguimiento de la nada (no hay noticia, ni entrevista, ni reportajes porque la propia Pepa Flores no quiere) da una idea de la categoría del mito que se retiró. 32 años después, es capaz de llenar de imágenes icónicas una sala de exposiciones y la sala de exposiciones de familias al completo. Ocurrió hace un par de años en La Térmica de Málaga: una exposición de las fotografías que le hizo César Lucas entre 1963 y 1974 recibió unos 10.000 visitantes. La titularon Marisol: el resplandor de un mito. César Lucas, el director de cine Juan Caño, el cantautor Luis Eduardo Aute y el director de actores Chencho Ortiz analizaron la figura del mito en una mesa redonda y el día anterior de la inauguración aparecieron por allí la madre y la hermana de Pepa Flores.

Quien no hizo acto de presencia fue ella. Sus apariciones públicas en treinta años se cuentan con los dedos de una mano, para asuntos altruistas, y la última fue para presentar la Exaltación de la Mantilla de 2017. Que visitase la exposición una tarde de domingo bajo unas gafas oscuras entra en la categoría de rumor. En todo caso, la exposición acabó certificando que Marisol se fue pero el mito perdura.

Lo primero que hace César Lucas cuando le llamamos a su casa de Madrid es conceder que fue una pena que la protagonista de sus retratos no le acompañara aquel día. No ha vuelto a hablar con ella desde que preparaba la exposición, cuando le contaba los avances y ella le mostró su confianza en que saldría una gran muestra. “Es que no fue una exposición de fotografía al uso, sino una exposición de imágenes de una figura mítica, que tiene muchos seres de varias generaciones que la quieren y la admiran. Fue gente que no veo en otras exposiciones: iban a ver a Marisol”, explica el fotoperiodista, miembro del equipo fundador de El País y con una fabulosa cartera de retratos que van del Che a Robert Mitchum.

La primera de los cientos de fotos que Lucas le hizo a Marisol la tomó en una rueda de prensa en 1959. Para entonces, la artista ya aparecía dos o tres veces al mes en Pueblo. Había sido una especie de niña mimada del régimen de Franco, con cuyas hijas alternó en El Pardo, y descarado objeto de explotación de unos cuantos que tuvieron en ella un filón. Tanto fue así que a la Marisol adolescente le llegaron a vendar el pecho para seguir explotando el personaje de niña. “Era un tesoro que había que controlar para que no se lo llevara nadie. Todo eso la fue cargando de pólvora hasta que explotó”, recuerda César Lucas, que aún se emociona.

De los coros y danzas a las fiestas del PCE y Mario Camus

La infancia de Marisol discurrió del modo opuesto a la discreción que ahora la acompaña. Manuel Goyanes la había descubierto en un grupo de coros y danzas de la Sección Femenina de Málaga, durante la Feria del Campo en Madrid, y quiso hacer de ella la émula de Joselito. Fue mucho más. Huelga recuperar ahora esa historia de infancia robada, que es bien sabida y que cada poco alguien saca del armario de nuestros peores recuerdos. Diremos que rodó veinte películas y la dictadura vio con agrado aquellas historias de lágrima fácil y final feliz, de niños obligados siendo adultos antes de tiempo.

A diferencia de Joselito, cuando se liberó, ella sí supo cambiar con éxito de registro: rodó con Bardem, Saura y Camus, se vinculó a la revolución cubana, se involucró en luchas laborales, se afilió al PCE, y quedó asociada para siempre a la apertura, la democracia y las libertades con la portada de Interviú, que acabó de un plumazo  con la visión deformada sobre una mujer que había dejado de ser niña mucho tiempo atrás. Precisamente por ser quién era, aquella portada impactó tanto.

Empieza a rodar con los cineastas más comprometidos del momento: con Juan Antonio Bardem, El Poder del Deseo y La Corrupción de Chris Miller; con Mario Camus, Los Días del Pasado, una película sobre el maquis; con Carlos Saura, una adaptación de Bodas de Sangre. No hay ni rastro de la niña pizpireta sino que aparece una Marisol (Pepa Flores desde 1981) comprometida con las libertades en España. También las del pueblo andaluz asistiendo a la manifestación del 4 de diciembre. Se convirtió en asidua a los mítines y las fiestas del PCE, y ahí se la podía ver puño en alto o compartiendo escenario con Víctor Manuel y Ana Belén, con Meneses y con Gerena aquí en Andalucía. A tal punto llegó su militancia que dejó el PCE por su versión más escorada a la izquierda: el Partido Comunista de las Tierras de España. Para los andaluces, Pepa Flores siempre será Mariana Pineda (serie de 1984), la heroína granadina por excelencia.

De aquella época son también sus sonados viajes con Antonio Gades a Cuba, hasta el punto de que es Fidel Castro quien les casa por lo civil en La Habana. José Mercé, que les acompañó en alguna de esas giras, recordaba en El Mundo que al subir al autobús su mujer le cantaba como en las películas: “Buenos días, Marisol...”. Y ella se encendía porque ya no quería ser quien había sido.

“El pasado no se puede borrar”

“Yo entiendo su postura. Quiso romper de verdad con Marisol. Creo que le molesta oír la palabra y que daría cualquier cosa por que no existiera, lo que pasa es que el pasado no se puede borrar”, dice hoy César Lucas. Cuando Pepa Flores comprobó que ese pasado se hacía demasiado grande se echó a un lado. En el reportaje de El Mundo, de 1998, Caballero Bonald dice que entiende que siga así, “reconcentrada y melancólica como los verdaderos andaluces”. Desde que se retiró, lo más que se puede especular sobre ella es sobre dónde vive o deja de vivir, que viene a ser donde quiere y como quiere.  

El retiro le ha proporcionado también un rasgo de dignidad de gran potencia. No tanto por las razones que lo motivaron, sino por su insobornable resistencia a romperlo. Esta actitud tiene algo de exilio interior: Pepa Flores viene a reivindicar que Marisol podrá ser de todos, pero que Pepa Flores es suya y sólo suya, y eso nadie tiene derecho a cuestionarlo. 

El caso de Marisol es el de la supervivencia del mito a través de la imagen, y esto se explica porque el recuerdo de una leyenda muda sólo podía hacerse con la vista: de las fotos y de sus películas, que se repetían en bucle en los 90 siempre con gran éxito de audiencia. También, claro, de sus canciones, hoy inevitables en las bodas y paradigma de la España pop y yeyé que se sacudía como podía la densa sombra de la dictadura nacionalcatólica. Es nuestra Sylvie Vartan, nuestra Rita Pavone. Pero es también mucho más que eso. Es un mito que quedó para siempre embalsamado en la potencia de la imagen de sus mejores años. Marisol se fue y nunca la vimos envejecer.

*César Lucas ha elegido las fotos que ilustran este reportaje. Ha tenido que sortear el peligro de que sus recuerdos le nublen el juicio para elegir, y cuando le dijimos que eso no nos importa porque su criterio personal nos importa tanto como el profesional, nos dio una lección con elegancia: “No, porque yo las fotos no las hago para mí, sino para que alguien las vea. El objetivo es que la gente disfrute lo más que pueda con las fotos, pero no puedo olvidar que tengo sentimientos especiales con algunas de las fotos, que a la gente no le llegan”.

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El 4 de diciembre fue tan contundente como sorpresa causó en quienes creían que Andalucía no le ponía color ni bandera a su identidad y a su deseo de libertad y democracia; un grito a su identidad y a su deseo de libertad y democracia. Aquel 4 D de 1977 cientos de miles de hombres y mujeres sacaron de sus casas todo aquello que fuera blanco y verde, banderas, aunque aún no habían florecido como a partir de aquel día, y telas y hasta trozos de colchón rayados como alguna foto inolvidable nos recuerda.

Pero fue un clamor tan alto y claro como orgulloso: Andalucía había recuperado una autoestima que la historia reciente había intentado anular con políticas de desprecio, ignorancia, ninguneo y silencio.

Los perfiles que aquí aparecen son algunos de aquellos nombres que tejieron con su obra, su voz, su actitud esa recuperación del orgullo de una tierra que siendo culta había pasado por ignorante, siendo rica había sufrido la pobreza, siendo valiente había quedado amordazada por el miedo.

No son todos pero son algunos de los imprescindibles a los que debemos agradecimiento y que los sentimos como nuestros, nuestros mejores, aquellos que además de una lección popular de inteligencia y serenidad, acompañaron a Andalucía en su camino a recordar lo mejor de sí misma y a prometerse que nunca nadie jamás volvería a humillarla.

Porque nos sobraban, nos sobran, los motivos para sentir orgullo.

Mercedes de Pablos (Directora de la Fundación Centro de Estudios Andaluces, colaborador intelectual de este site)

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