Santi Fernández Patón (Madrid, 1975) insiste casi en cada entrevista: Grietas (Lengua de Trapo, 2014) no es una novela autobiográfica, aunque pueda parecerlo. No hay caso: él no es un padre soltero sobrevenido ni vivió nunca una relación sentimental con una joven enferma de anorexia. El protagonista y narrador de Grietas es más bien el reflejo de todos los que se desencantaron con una manera de hacer política; de quienes se rebelaron contra una forma de construir una sociedad; de los que tomaron la plaza y el espacio político porque otros lo habían abandonado dejándolo en ruinas. Ella, Lucía, es la expresión de una sociedad que embrutece hasta los cuerpos que la conforman. Y ambos configuran una muestra tomada de un tiempo y dos lugares: el post 15M, Málaga y Madrid, como epicentros de dos batallas, la personal y la colectiva, que al final se confunden en una sola.
Y sin embargo, algo hay: “Es una persona de mi edad, que vive en circunstancias parecidas, y así me resultó más fácil ponerme en su lugar para sentir de manera similar”. Santi Fernández Patón participa en los movimientos sociales de la ciudad (la cita es en La Casa Invisible, un centro social y cultural autogestionado de Málaga), y quizá alguien le animara a vivir su trabajo de teleoperador “como una fiesta”. “¿Y cómo te animan?”, le preguntan al protagonista: “Te amenazan con despedirte”. Como el narrador, él también golpeó todas las puertas de editoriales y concursos, hasta que echó una abajo y Grietas ganó el XIX Premio Lengua de Trapo de Novela. Y en todo caso, la novela está dedicada a alguien “que sabe lo que puede un cuerpo”.
La novela parte de una tesis: la anorexia, más que una enfermedad es un síntoma. ¿De qué?
La anorexia es un trastorno del que es difícil hablar en singular. Existen tantas anorexias como anoréxicas, porque es una manifestación de problemas que tienen que ver con lo personal y la situación familiar. Pero eso no significa que se deba abordar desde la intimidad, porque la anorexia es también la expresión de un malestar social. ¿Por qué si es un problema personal se manifiesta de esa forma únicamente en mujeres? Eso indica que tiene que ver con el patriarcado. Y aun así vemos sociedades patriarcales, pero no tan marcadamente capitalistas, donde no es endémico, como en la nuestra. En sociedades económicamente desarrolladas y con un patriarcado muy presente, la anorexia es casi endémica. Así que por muy personal que pueda ser, no se puede abordar ser desde la intimidad o lo individual.
Así que el diagnóstico comúnmente aceptado es erróneo, y por tanto, también la receta para su cura…
Yo creo que lo colectivo es necesario para curar lo individual. Esa es una de las trampas del capitalismo: si tú eres anoréxica, cúratelo con un médico. ¿Qué se está manifestando en la anorexia? Probablemente un problema social, que tiene que ver con cómo se ha construido la familia dentro del capitalismo y del patriarcado, con cómo se ha sociabilizado la mujer, con qué es el cuerpo y cómo el cuerpo y el capitalismo están íntimamente ligados. Quería hablar de la anorexia desde una perspectiva que no había visto tratada: no es un trastorno alimenticio de niñas tontas que quieren parecerse a Kate Moss, porque nadie se juega la vida con 20 años por una cuestión estética, y me irritaba la banalización con la que se trata este tema en los medios de comunicación.
La protagonista define su enfermedad como “el capitalismo encarnado”, pero esa vinculación no aparece de manera explícita…
Es cierto. Desde cierto entendimiento de qué es el feminismo y contra qué combate el feminismo quedaba muy claro, pero no todo el mundo tiene que compartir esa noción para entender por qué la anorexia es el capitalismo. El feminismo entendido como igualdad de hombres y mujeres no es feminismo, es justicia social, un punto de partida, no de llegada. Pero cuando el feminismo va más allá y habla de cómo sociabilizan y sufren los cuerpos, cómo se inscribe en los cuerpos la bestialidad del patriarcado y el individualismo, la competencia, la lucha despiadada por parecer algo que no se es, la anorexia es una enfermedad del capitalismo, porque ¿qué mejor campo de batalla que el cuerpo? Y más si es en el cuerpo de la mujer, que por antonomasia es un sujeto subalterno en el patriarcado.
¿Es, a su manera, una novela feminista?
Es una novela que para bien y para mal parte de muchas ideas preconcebidas. Leemos novelas de autores consagrados en las que no hay que explicar la ideología de la que parte porque es compartida. Yo he querido hacer una novela en la que la ética y la moral que se desprenda sea diferente, pero no haciéndolo a la contra, explicando por qué me parece mal la moral dominante, sino porque de la actuación de los personajes se desprenda que no se comparte esa moral. No es una novela dirigida a militantes, pero sí intenta escapar a la ideología, a la moral y a la ética dominante.
Los movimientos sociales condicionan la evolución de los personajes. ¿Podrían existir en otro momento, en otro lugar?
Yo creo que no. Ese es uno de los impulsos de la novela: reflejar esta generación y la nueva tonalidad social que propició el estallido del 15M, que entre otras cosas supuso una modificación de la subjetividad social. El personaje de Lucía no se entiende sin el 15M. Ella se da cuenta que desde la soledad, que es otra trampa del capitalismo (decirte que los problemas son personales) no resolvía nada; y cuando el 15M le pone en conjunto con los demás, se compone con los otros, empieza a darse cuenta que tiene que salir de ella misma para curarse, porque por mucha introspección que haga no puedes curarte si no te enganchas a una energía que te potencie.
El resultado, por los personajes y por su contexto, es una novela que se parece bastante a un manifiesto generacional. ¿Faltaba algo así?
La generación que nació con la Transición y creció con el estado del bienestar ha visto derruirse los mitos: los contratos atípicos son ahora los normales, la precariedad es el pan nuestro de cada día, las expectativas de futuro están condenadas al mes a mes, nos dijeron que la sanidad y la educación eran inalienables y vemos que era mentira, la reproducción de la vida depende cada vez más de redes familiares… Todo eso sí está reflejado en buenas novelas. Pero yo echaba en falta ver qué pasa con ese sector de una generación que aun siendo víctimas no se victimiza, que está por la transformación y se opone e intenta cambiar, que trabaja por la transformación y es inconformista, participa en movimientos y construye a la fuga otro orden de cosas y una escala de valores diferentes…
“La familia no estaba del todo bien, muchos tenían una grieta”, es una cita de Zola que abre la novela. ¿Hay, también, una grieta colectiva en nuestra sociedad?
No me gusta hacer grandes diagnósticos. El 15M señaló que hay una clase gobernante que se parece mucho a un estamento mafioso. Ahora la opción es democracia o mafia. Participar en iniciativas como Ganemos es casi una obligación, porque se ha pervertido tanto la democracia que no te dejan otra. La clase política no ha recibido el mensaje, no se ha democratizado, no se ha depurado. Nos hemos acostumbrado en que cualquier informativo hay una sección dedicada a corrupción: deportes, tiempo y corrupción. Por eso hay dos opciones, y no se habla de izquierda o derecha, sino de abajo o arriba, del 1% o del 99%, democracia o mafia, lo viejo o lo nuevo. La opción es mafia o democracia. Y no hay otra.