El director de cine lebrijano Benito Zambrano presenta Intemperie en su ciudad de adopción, Sevilla. Esa noche pone en pie al Teatro Lope de Vega, que le aplaude durante varios intensos minutos, arrancando un emocionado discurso contra los extremismos y por la libertad. Fue en la noche preelectoral y el miedo al auge de la extrema derecha se palpaba en el ambiente.
Es, curiosamente, la misma tensión que transmite su última película, un western rural ibérico, como le gusta definirlo al propio Zambrano, en el que las tensiones de la postguerra española y la sumisión al señorito del pueblo están muy presentes.
Zambrano, siempre político en el mejor de los sentidos, toma ese paisaje político para dibujar la relación entre un niño que escapa de las garras de un capataz y entabla una entrañable relación con un pastor, que le recomienda no vivir odiando. El niño Jaime López aporta una profunda y concentrada mirada, que es pura química con la experiencia de Luis Tosar.
¿Qué se siente al presentar tu película en tu propia ciudad?
Sevilla es mi casa y es muy bonito estrenar en una noche en la que estaban jefes de equipo, equipo artísticos, técnicos y productores. Fue muy bonito recibir ese aplauso en el Teatro Lope de Vega, pero nunca pensé ese nivel de aceptación. Todo eso hace que tenga una cosa especial y que la peli sea más nuestra.
¿Cómo llegó a tus manos la novela de Jesús Carrasco en la que está inspirada tu película? ¿Cuál fue tu primera impresión?
Me llega como una primera versión de guión, que me leo y que me parece superinteresante. Luego me leí la novela y descubrí aquel historión. Lo importante es que conecta con mi paisaje emocional y mi universo personal: un pueblo de campiña, que en verano tiene un paisaje seco y duro. Es un terreno resquebrajado por la sequía, que he visto desde niño, donde el agua es fundamental y se sufren los 40 grados del verano a la intemperie.
Es decir, que esa época no te resulta ajena.
Yo he trabajado en cortijos, recogiendo algodón, aceituna y vendimias. He sido jornalero en la época en la que el señorito era el dueño del pueblo. Son recuerdos que tengo y al leer la novela me resultaban cercanos. De hecho, de niño estuve yendo un tiempo con un pastor para entretenerme. Hay muchas cosas que conectan conmigo, acercando el guión a mi manera de sentir.
¿Cuáles han sido tus referentes cinematográficos?
El guión, las localizaciones, todo aquello me fue acercando cada vez más al western. No fue algo buscado, sino una cosa orgánica: hay una historia rodada en exteriores, en un paisaje seco y con mucho calor, con una historia de huida, secarrales, planos generales, unos tipos muy malos a caballo, escopetas, códigos de buenos y malos. Todo eso hace que la película termine siendo un western.
¿Cuáles serían esos referentes?
El renacido (Alejandro G. Iñarritu), Sin perdón (Clint Eastwood) y otras muchas pelis del western de Sergio Leone o John Ford. Al fin y al cabo, es con lo que nos hemos criado. Mi cultura es la cultura del western, que era lo que se veía en el cine de mi pueblo. Era una cultura muy influida por el cine americano, donde no llegaban las pelis buenas. Te apabullaban con westerns. Mi cultura no era la de Tarkovski, Rosselini o Bergman. Eso del cine de autor fue algo que conocí de mayor en la escuela de cine.
¿Hay que reivindicar más esa memoria emocional cinematográfica?
Los que somos de pueblos pequeños, vimos cómo muchos cines fueron decayendo y cerrándose en los años 80. Los pocos que había, ponían películas de capa y espada, romanos, bíblicas y supermanes. Cuando nos sentábamos a ver películas, no eran pelis de los cine de autor como Truffaut, Rosselini o Godard… La cultura cinematográfica de este país es la que se veía por televisión.
Háblame del rodaje. Contáis que las condiciones climáticas fueron especialmente duras.
Lo complicado era la temperatura. Eran temperaturas muy altas y en exteriores. Había mucho polvo. Eso en el fondo ayudaba a darle verdad, no tenías que inventarte nada. La naturaleza ya te estaba dando todo lo que necesitabas. Incluso venían remolinos de viento que nos venían bien. Lo que más nos fastidió fueron las tormentas de la segunda quincena de agosto, en las que llovía muchísimo y tuvimos que suspender el rodaje algunos días o se llevaba partes del decorado, llegándonos a cambiar secuencias que nos interesaban.
¿Qué aportaba el desierto de Orce y el resto de localizaciones de la comarca granadina al espíritu de la película? ¿Lo podemos considerar el tercer gran protagonista de la película?
Por supuesto, el espacio geográfico es el principal protagonista. Es fundamental.
Tu trabajo con los actores es muy especial, ¿cómo trabajaste esa química tan conmovedora entre los protagonistas, el pastor interpretado por Luis Tosar y el niño Jaime López?
Fue relativamente fácil. Luis Tosar es un monstruo. Tiene una gran entrega, personalidad y experiencia. Le da verdad a todo lo que toca. Jaime se ha comportado como un actor experimentado, preparado y bien centrado. El trabajo que había que hacer era un trabajo que parte de un desconocimiento absoluto. Los personajes no se conocen, nos venía bien que la película avanzara, que se fueran conociendo y teniendo una relación mejor. Dejarlo fluir.
¿Qué importancia tienen los primeros planos?
Para mí el cine son primeros planos. Primeros planos y mirada. Yo quería que los planos generales tuvieran mucha fuerza, pero que los planos cortos fueran contundentes, que las miradas traspasaran. Que el primer plano contara tanto o más que el plano general. Que, en definitiva, el paisaje del rostro fuera tan contundente como los planos de paisaje.
Hay una escena de llanto que nos encoge el corazón, ¿cómo la trabajaste con el niño?
El niño no llora, pero lo bonito es que transmite esa sensación. Me alegro de que parezca que llora. Siempre es difícil que un momento de emoción se sienta como una emoción verdadera. Es muy importante la concentración y la preparación del niño. Que cuando llegue ese momento emocional, él esté concentrado. Que la coach trabaje con él, que esté concentrado y en situación, para que cuando tenga que dar el do de pecho, lo dé.
Tu película Solas marcó un antes y un después. Ahora, 20 años después de su estreno, una joven productora andaluza, como Áralan, toma el relevo y coproduce tu película. ¿Cómo ves la industria del cine andaluz actualmente?Solas
Hay una pequeña industria, que se ha consolidado en el tiempo. Entonces éramos muy pocos profesionales y técnicos y ahora es maravilloso ver la cantidad de jefes de equipo de primerísimo nivel que hay. Ahora mismo no necesitamos, como pasó con Solas, que venga de fuera gente del equipo. Ahora tenemos gente autosuficiente en todo el proceso de la peli. Se han ido consolidando productoras y gente preparada, que viaja y está en todos los mercados internacionales.
¿Existe un sector consolidado?
Existe un sector empresarial bastante bueno, pero tenemos que reclamar más atención de la administración. Una peli, como la mía, con un presupuesto de 3 millones de euros, ha dejado en Andalucía 1,5 millones y unos 150 trabajos directos e indirectos, entre figuración, catering y hoteles. Con una subvención de 300.000, traes una inversión de 1,5 millones. Estás apoyando tu cultura, generando empleo y un tejido de empresas.
Eres conocido por tu implicación política. El personaje de Luis Tosar le recomienda al niño que no merece la pena vivir odiando. ¿Cómo debemos reaccionar ante los que propugnan el discurso del odio?
Me parece muy bonito el discurso del pastor, o creo que es una de las cosas más bonitas de la novela, cómo el odio se sigue alimentado y enganchando. En este país, volvemos a separar, a ahondar en la miseria, para buscar réditos políticos, alimentando odios. Hay que hacer un esfuerzo y decir que no. Hay que buscar la manera de entendernos, dialogar y buscar siempre caminos fructíferos. Hay que luchar contra las fobias, contra todo lo que nos lleve a sentimientos negativos, porque al final nos daña a todos.
En tu película hay una palpable y sutil descripción de la postguerra española: ¿Se puede hacer cine político sin ser panfletario?
Todos estamos influidos por la política, pero cuando se trata de una obra que tiene un valor artístico, no se puede ser obvio, simplón, aburrido ni excesivamente panfletario en el mal sentido de la palabra.
¿Cuál es tu siguiente proyecto?
Vamos a empezar a trabajar en la próxima película, Pan de limón con semillas de amapola, basada en otra novela (Cristina Campos). Con suerte, en primavera empezamos a rodar.