Estreno de 'La guerra de las mujeres': cuando la Bienal de Flamenco 'is different'
Noche inaugural de la Bienal de Flamenco de Sevilla 2016. Tras un largo y sonoro aplauso –empecemos por lo único verdaderamente importante-, los espectadores se amontonan buscando la salida. En el embudo final se encuentran dos chicas. Se saludan en inglés, acento norteamericano. “Did you like it?”, pregunta la primera. La otra duda unos segundos y responde: “Well, it’s different”. Seguramente sin saberlo, con esa economía del lenguaje anglosajón tan elocuente, esta turista atraída hasta Sevilla por los compases de la Bienal estaba haciendo un perfecto resumen –entre la sorna y la literalidad- de lo vivido la noche del viernes en la jornada inaugural del Festival más esperado por el aficionado y la crítica flamenca.
Efectivamente, ‘La guerra de las mujeres’, adaptación póstuma de Miguel Narros de la ‘Lisístrata’ de Aristófanes es, a ratos a modo de eufemismo, a ratos casi como un piropo, diferente. A saber: la propuesta, vaya por delante, era tan valiente como arriesgada. Arriesgada por parte de la dirección de la Bienal de Flamenco de Sevilla, que tuvo que resolver en tiempo récord un quebradero de cabeza nada baladí: la cancelación de la gala inaugural, prevista inicialmente como un esperadísimo homenaje al maestro de la guitarra Rafael Riqueni. Y hacerlo con un espectáculo en las antípodas de la jondura, la seriedad y esa relación mística que mantiene el músico sevillano con su instrumento.
Y valentía por parte del director José Carlos Plaza y el equipo de artistas que dan forma a esta “superproducción” teatral a lo ‘Jesucristo Superstar’, como es versionar para el flamenco a Aristófanes, quizás el mayor de los comediantes de la época clásica, en la que se nos ha legado como su obra de mayor envergadura, ‘Lisístrata’, además de la más divulgada.
La anécdota es conocida: las mujeres hartas de las penurias que impone la guerra del Peloponeso urden una estrategia para poner fin a los enfrentamientos bélicos. La idea rectora se le ocurre a Lisístrata y en su consulta con otras mujeres logra imponerla: se someterá a los hombres, tanto del lado de Atenas como de Esparta, a una obligada abstinencia sexual, poniendo como condición de su fin que se terminen las hostilidades entre los bandos.
Pues bien, del resultado de esta combinación casi algebraica es a ratos histriónico, a ratos hilarante… Y a ratos también una alambicada sucesión de palos flamencos –fandangos, granaínas, bulerías y hasta unas alegrías desenfocadas- sin acertar a adivinar la intención del director musical –Juan Carmona-, ni del propio José Carlos Plaza, a quien se le escapa de las manos este montaje donde la falta de experiencia escénica del elenco queda de manifiesto en una evidente falta de dominio del escenario.
Canales y Aída Gómez
Si bien Estrella Morente brilla en lo que es estrictamente su parcela –el dominio vocal, aunque a veces sea poco flamenco y más canción ligera-, ese desorden escénico, acompañado de un sonido poco empastado y por momentos estridente, lo salvan, como no podía ser de otro modo, los maestros Antonio Canales y Aída Gómez. Primeramente, en un duelo interpretativo donde Gómez es una mujer que reclama la libertad de su cuerpo, y Canales un travestido compitiendo con ella en feminidad y descaro. A la interesantísima y lograda vis cómica de ambos se le suma la veteranía y el oficio, también el dominio del compás del sevillano, sobre todo en los tangos finales, donde ya aparece trasmutado en un personaje masculino.
Junto a ellos, y paradójicamente en un espectáculo protagonizado por mujeres y de pretendido mensaje feminista, estuvieron mejor ellos, los componentes del cuerpo de baile, donde destacó Eduardo Guerrero, conocido de esta Bienal de Flamenco que ya le dio, en su pasada edición, una oportunidad en solitario.
En definitiva, esta “ópera flamenca” a modo del gusto de los viejos cafés cantante, fue un plato de fácil consumo para el espectador foráneo –que llenó el teatro- pero quizás de peor digestión para el público sevillano. Un espectáculo más idóneo para espacios abiertos y coordenadas estéticas de festivales de verano como el del Teatro Clásico de Mérida –donde se estrenó con enorme éxito hace un mes- que para abrir una muestra flamenca con otra ambición y objetivos, que trabaja para ser la luz y la guía de los que transitan los nuevos caminos del flamenco.
Noche inaugural de la Bienal de Flamenco de Sevilla 2016. Tras un largo y sonoro aplauso –empecemos por lo único verdaderamente importante-, los espectadores se amontonan buscando la salida. En el embudo final se encuentran dos chicas. Se saludan en inglés, acento norteamericano. “Did you like it?”, pregunta la primera. La otra duda unos segundos y responde: “Well, it’s different”. Seguramente sin saberlo, con esa economía del lenguaje anglosajón tan elocuente, esta turista atraída hasta Sevilla por los compases de la Bienal estaba haciendo un perfecto resumen –entre la sorna y la literalidad- de lo vivido la noche del viernes en la jornada inaugural del Festival más esperado por el aficionado y la crítica flamenca.
Efectivamente, ‘La guerra de las mujeres’, adaptación póstuma de Miguel Narros de la ‘Lisístrata’ de Aristófanes es, a ratos a modo de eufemismo, a ratos casi como un piropo, diferente. A saber: la propuesta, vaya por delante, era tan valiente como arriesgada. Arriesgada por parte de la dirección de la Bienal de Flamenco de Sevilla, que tuvo que resolver en tiempo récord un quebradero de cabeza nada baladí: la cancelación de la gala inaugural, prevista inicialmente como un esperadísimo homenaje al maestro de la guitarra Rafael Riqueni. Y hacerlo con un espectáculo en las antípodas de la jondura, la seriedad y esa relación mística que mantiene el músico sevillano con su instrumento.