Lo que empezó como el sueño de 23 agricultores de unir fuerzas para procesar y producir aceite y cereales ha derivado en un gran proyecto que hoy engloba a más de 1.000 productores de la zona, aunque su espíritu “familiar” y de “comunidad” se mantiene. Fundada en 1961 en Montellano (provincia de Sevilla), la Cooperativa Nuestra Señora de los Ángeles nació como una respuesta a la necesidad de defender el producto local y garantizar mejores condiciones para los agricultores.
Los primeros pasos de la cooperativa se dieron en un modesto patio de la calle Jerez, con maquinaria rudimentaria y el esfuerzo colectivo como principal herramienta. “Todo era manual: un bidón, un grifo y una manivela para llenar las botellas de los vecinos”, recuerda Alfonso Romero, uno de los trabajadores más veteranos que comenzó en la cooperativa hace más de cuatro décadas. Desde entonces, las instalaciones han evolucionado de manera exponencial. Hoy la cooperativa cuenta con infraestructuras modernas y gran cantidad de maquinaria que permiten molturar las aceitunas incluso el mismo día de la cosecha, asegurando, explican, la calidad de sus productos.
Manuel Calahorro, actual presidente de la cooperativa desde el 12 de julio, representa ese vínculo de continuidad de una tradición familiar profundamente arraigada en muchos de los socios. Su padre, uno de los primeros socios, le transmitió desde joven el amor por el campo y los valores que guían a la cooperativa. Ingeniero agrícola de profesión, Calahorro ha estado vinculado al sector rural toda su vida, y esa vocación fue clave para que aceptar liderar la cooperativa.
El impacto de este crecimiento se refleja también en las cifras. En el último ejercicio, la cooperativa alcanzó una facturación de 23 millones de euros. Sin embargo, este resultado no está garantizado cada año, ya que depende de factores como las condiciones meteorológicas que determinan la calidad de cultivo, los precios del mercado y el contexto socioeconómico global. “Este año hemos recibido menos kilos de aceituna debido a la sequía, pero nuestra apuesta por la venta directa de el producto envasado nos permite defender el valor del producto incluso cuando el precio del granel cae”, explica Laura Beltrán Rueda, ingeniera agrícola y responsable de calidad.
El aceite, principal producto de la cooperativa, incluye variedades como lechín, manzanilla y arbequina, y está disponible en diferentes formatos: desde opciones familiares hasta ediciones ecológicas y monovarietales premium. Para proteger el valor de estos productos, la cooperativa prioriza el envasado frente a la venta a granel, desarrollando una estrategia que combina distribución presencial, reparto local y una creciente presencia digital.
La tienda online es una de las herramientas que acaban de incorporar. “Ha sido una gran ayuda para llegar a más consumidores, especialmente fuera de la región”, comenta María Isabel Amaya, trabajadora y administrativa de la cooperativa, además de agricultora, quien destaca cómo la cooperativa ha sabido adaptarse a las demandas del mercado “sin perder su esencia”.
En la cooperativa, ningún día es igual. Las campañas marcan el ritmo del trabajo, sucediéndose casi sin pausa a lo largo del año. El otoño está dedicado a la recolección y molturación de aceitunas, mientras que la primavera y el verano se centran en el cereal, desde su siembra hasta la limpieza y clasificación en las instalaciones.
“Siempre hay algo que hacer. Antes de una campaña, ya estamos preparando la siguiente: desde asesorar a los agricultores en el campo hasta garantizar que todo el equipo esté listo”, explica Beltrán. En los meses más activos, como en plena campaña de aceite, la cooperativa puede operar casi 24 horas al día.
La cercanía entre socios y trabajadores sigue siendo uno de los mayores valores diferenciales de la cooperativa, cuentan todos ellos. Muchas familias han transmitido su conexión con este proyecto de generación en generación, convirtiéndolo que un proyecto que ha pasado de padres a hijos y con el que los trabajadores se sienten altamente vinculados. “Esto no es solo un trabajo para mí. Es parte de mi vida, algo que siento como propio porque sé lo que representa para los agricultores y sus familias”, asegura María Isabel emocionada.
Esa implicación personal se refleja también en trabajadores como Alfonso Romero, quien reconoce: “He dedicado mi vida a la cooperativa. Para mí, no es solo un empleo, es algo que me ilusiona y que siempre he querido mejorar”.
El presidente, Manuel Calahorro, comparte sin duda este punto de vista. Hijo de uno de los primeros socios, asumió el cargo como un compromiso personal renunciando a cualquier remuneración como presidente. “Aquí trabajamos para el beneficio de los agricultores, no por intereses personales. Es un esfuerzo colectivo que refleja lo que somos como comunidad”, afirma.
Aunque los números respaldan el éxito de la cooperativa, los desafíos son “constantes”. La sequía, las fluctuaciones del mercado y los costes crecientes obligan a la organización a ser flexible y estratégica en sus decisiones. Sin embargo, con una facturación en crecimiento, una comunidad unida y una apuesta clara por la calidad y la innovación, Nuestra Señora de los Ángeles sigue siendo un ejemplo de cómo el trabajo compartido puede transformar la realidad del campo.
Más de seis décadas después de su fundación, esta cooperativa sevillana mantiene vivo el espíritu de sus primeros socios, adaptándose a los nuevos tiempos y a los mayores volumenes de producción y de trabajo.
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