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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Ese fascismo del que usted me habla

1 de mayo de 2021 21:29 h

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Pese al incuestionable sobredimensionamiento mediático que se da a lo que sucede o deja de suceder en esa maravillosa villa multicultural que es Madrid, sea porque nieva, porque deja de nevar o porque Julio César quisiera dedicarle a la hoy capital del reino un pequeño guiño pasando por un páramo hace dos mil años, debo confesar que las elecciones en Madrid me importaban también hace tres semanas. Antes de que los medios de comunicación le cambiaran el titular a “elecciones comunitarias con aires de final”. En fin, parece que todo se ha futbolizado en el último tiempo, no sé de qué me extraña. 

En esto de las elecciones son importantes las de Madrid como lo son las de Teruel, las de los distritos de París o las de Maricopa. Y que no se malinterprete. Me importan bastante no porque yo resida en esos lugares en un ejercicio sin parangón de omnipresencia, sino porque en todos ellos hay personas que sufren y que lo pasan mal, que son perseguidas y excluidas, y que tienen miedo y ven recortados sus derechos cuando, según qué energúmenos con qué ínfulas, llegan al poder.

La ciudadanía del mundo debe permanecer unida en la condena del acoso, del señalamiento público, de la persecución, de la agitación contra el débil y el inmigrante, y de la exaltación del odio.

La ciudadanía del mundo debe permanecer unida en la condena del acoso, del señalamiento público, de la persecución, de la agitación contra el débil y el inmigrante, y de la exaltación del odio. La cerrazón de mente y las miras cortas no nos pueden impedir, al menos, empatizar con quien sufre la injusticia en otro lugar del mundo, e incluso asimilar que lo que pasa hoy en aquel lugar, mañana puede pasar en este. Y en eso, estoy seguro, estarán ustedes de acuerdo. En lo de no escupir para arriba.

Cerrando un poco esta tesis internacionalista, en mi opinión no hay en este mundo Madrides ni Pamplonas ni Coniles ni Venecias cuando se trata de fascismo. El fascismo, la intolerancia y el culto a la ira y a la marginación del eslabón más débil de la sociedad deben ser perseguidos y erradicados desde todas las instancias. Tiene que existir una condena frontal e inequívoca por parte de los que se proclaman demócratas. Sea cual sea la latitud en la que les ha tocado vivir.

Pero los franquistas desaparecieron, ¿no?

Por hacer justicia e intentar restarles algo de mérito a esta tropa de abyectos personajes que hoy tenemos en tertulias en prime time habiendo ido a divertirse al Hormiguero, la historia ha dado, casi siempre, un paso hacia delante e inmediatamente dos hacia atrás. El avance inexorable del tiempo no siempre ha coincidido con una conquista en términos de bienestar, de optimismo, de alegría, de salud, de derechos y ni siquiera en lo que a técnica o tecnología se pueda referir. La involución por épocas ha estado profundamente presente en muchos momentos del pasado, nunca mejor dicho, y las ganas de regresar a un esplendor perdido, abrazarlo de nuevo, inspiró a artistas y a una suerte de iluminados con la lengua muy larga que para desgracia generalizada del mundo han ido existiendo en cada tiempo.

No obstante, y a pesar del avance del fascismo en toda Europa, el error de los que nos hacemos llamar demócratas, sobre todo de los que son más talluditos que un servidor, ha sido -quizás por poner trapos calientes y por avanzar apresuradamente hacia la siguiente fase del juego- dejarle a la derecha de este país pensar que, también tras la muerte del tirano, España era suya y que al resto simplemente nos dejaban estar aquí siempre que no hiciéramos mucho ruido y no tocáramos lo que no teníamos que tocar. Fuimos torpes y presas de la absurda convicción de que yendo más rápido llegaríamos más lejos. Error. Aquí estamos.

El mito del Espíritu del 78 se sustentaba en que, de la noche a la mañana, políticos, judicatura, policía y todas las instituciones que existían en el tardofranquismo sufrirían una extraordinaria metamorfosis y pasarían de ser gusanos a mariposas

El mito de la transición y del famoso Espíritu del 78 se sustentaba en que, de la noche a la mañana, los políticos, la judicatura, la policía y todas las instituciones que existían en el tardofranquismo sufrirían una extraordinaria metamorfosis y pasarían de ser gusanos a mariposas, o lo que es lo mismo, de ser franquistas a no serlo. Y quizás el destape, las hombreras, las banderas de colores, y la fiesta de puros, copas de Ron Pampero, aeropuertos y Guggenheims que vinieron luego contribuyeron a despistarnos de que los franquistas no solamente no se habían muerto de la noche a la mañana, sino que habían tenido hijos y nietos a los que les habían dicho que, en realidad, todo esto seguía siendo suyo.

Y ahora los tenemos aquí y con su artillería desplegada: la retórica, eso sí. O al menos de momento. Porque las guerras no se fraguaron en un día, ni los golpes de Estado, ni los levantamientos militares, ni las persecuciones por cuestión de ideología o de raza. El proceso de escalada hacia el clima de odio y violencia alimentadas con provocaciones, mentiras y mensajes frentistas e incendiarios es siempre gradual.

¿Sospechaban ustedes que iba a comentar lo de Hitler? Pues sí: voy a comentar lo de Hitler. Hitler no fletó miles de trenes para llenarlos de judíos y de gitanos con destino a las cámaras de gas en un día. Le llevó un tiempo (más del que él hubiera querido, me apuesto) convencer y hacer que su mensaje permease en las conciencias de un pueblo alemán que, además, se sentía herido en su orgullo tras el periodo de entreguerras. 

Son el vacío, un monstruo que se alimenta de nuestra atención

Esto del fascismo va también de seducción. Va calando poco a poco. La primera vez que uno escucha a esta pandilla de desequilibrados con su discurso guerracivilista tiende a pensar que han salido de algún tipo de ficción histórica, que no puede ser real lo que están diciendo. La segunda suena a que son unos sociópatas y que deberían estar en tratamiento. La tercera, que son mala gente. Y la cuarta uno empieza incluso a entenderlos y a equipararlos con los demás. Ese es su peligro.

Hace dos años no se atrevían a decir lo que decían el año pasado, y el año pasado no se atrevían a decir lo que dicen hoy. Y mañana se envalentonarán e irán a más diciendo más y más grandes disparates si no se les para y si siguen teniendo abierto el micrófono connivente de los grandes medios y deseando añadir leña al fuego del bochornoso espectáculo en el que estamos convirtiendo nuestra democracia que tendría que ser sagrada y que hoy está intoxicada hasta las trancas.

No proponen nada. No les interesa nada. Se les llena la boca con España pero les da igual la gente que vive en España. Solo hablan de okupas y menas. Y de bajar impuestos de sucesiones. Quizás porque ellos heredan más de las 4 perras que vas a heredar tú

Esto es muy sencillo: a esta gentuza hay que pararla. Y hay que pararla cuanto antes porque lo que traen en sus escuetísimos panfletos de una carilla a los que tienen la poca vergüenza de llamar programas es una retahíla de salvajadas como expulsar a los inmigrantes (sobre todo si son niños), poner muros más altos con muchos pinchos o que a los alumnos de primaria no se les pueda enseñar en clase que ser gay no es una enfermedad o que a las personas transexuales no se les pega. No proponen nada. No les interesa nada. Se les llena la boca con España pero les da igual la gente que vive en España. Solo hablan de okupas y de menas. También hablan de bajar los impuestos de sucesiones. Pero eso es quizás porque ellos heredan más de las cuatro perras que vas a heredar tú. Que eres pobre y ellos no y quizás no te has enterado todavía.

Son clasistas, son racistas, son machistas, son xenófobos, son chulos, egoístas y mal educados. Son los abusones del patio del colegio. Son los que se cuelan por el arcén en los atascos. Los que aparcan en la plaza de minusválidos. Los que se creen por encima de cualquier norma y que todo esto es suyo. Los que llaman a alzamientos militares cada vez que pueden. Los que llaman criminales a quienes han sido elegidos democráticamente. Ellos dictan... porque son dictadores. Son, simplemente, malas personas. Son fascistas.

Y si ellos avanzan, todo retrocede.

Pese al incuestionable sobredimensionamiento mediático que se da a lo que sucede o deja de suceder en esa maravillosa villa multicultural que es Madrid, sea porque nieva, porque deja de nevar o porque Julio César quisiera dedicarle a la hoy capital del reino un pequeño guiño pasando por un páramo hace dos mil años, debo confesar que las elecciones en Madrid me importaban también hace tres semanas. Antes de que los medios de comunicación le cambiaran el titular a “elecciones comunitarias con aires de final”. En fin, parece que todo se ha futbolizado en el último tiempo, no sé de qué me extraña. 

En esto de las elecciones son importantes las de Madrid como lo son las de Teruel, las de los distritos de París o las de Maricopa. Y que no se malinterprete. Me importan bastante no porque yo resida en esos lugares en un ejercicio sin parangón de omnipresencia, sino porque en todos ellos hay personas que sufren y que lo pasan mal, que son perseguidas y excluidas, y que tienen miedo y ven recortados sus derechos cuando, según qué energúmenos con qué ínfulas, llegan al poder.