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La alegría, Lorca y los burgueses

17 de septiembre de 2022 19:42 h

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El día del aniversario de la muerte de Lorca, paré a pensar y me pregunté qué es ser andaluza. Cuál es la imagen que, forjada a partir de nuestra realidad, tenemos de eso y cómo sucede que esa imagen nos frena el desarrollo de una tierra plagada de recursos que deberían gestionarse para beneficio de la mayoría. Cuáles son las condiciones subjetivas que hacen que, como le leí una vez a Violeta Garrido, la referencia en el día de Andalucía sea un mollete con aceite en lugar de la lucha por la reforma agraria.

La trampa de la alegría

Dice José Manuel Cuenca Toribio en Historia de Sevilla. Del Antiguo al Nuevo Régimen: “… el tema del dolor en la historia espera aún sus historiadores (…). Realidad a veces olvidada de puro sabida y natural, pero a la que un fácil folklore induce a silenciar”.

Ha llegado el momento de alertar sobre la alegría. O sobre falsearla o convertirla en una palabra vacía. El impulso que provoca es necesario; usarla como máscara y colchón para ablandar la realidad, la perdición. Hay que hacer carnaval a lo Juan de Mairena y no ponernos careta, sino quitarnos la cara que nos hemos puesto.

Y la consideración de colonia aún subyace. Siempre fuimos tierra extraña en la forja de España. Al fin y al cabo, tal y como señaló Eduardo Barrenechea en algún artículo, aquí se nos “coloniza” como a un pueblo vencido, eliminando a los pobladores y repoblando para expolio de cualquier riqueza que fue y es mucha. Somos el negrito de las fotos de las pijas de Instagram. Somos para el reino los evocadores del comentario nefasto “y lo felices que están con lo poquito que tienen”.

Sucede esta tergiversación por la alegría también desde la expresión artística y sobre todo musical. Aquí lo del folklore silenciador fue fácil. En esa “Historia del dolor” el capítulo del flamenco será uno de los largos.

Sucede que me canso de ser Lorca

Andalucía por sí sola nunca fue suficiente para explicarse y validarse. La consideración que nos tienen y nos tenemos, incluso los que practicamos esta forma de ser persona, es tan mala, que usamos continuamente a artistas e intelectuales para justificar que servimos. Piensen en estas réplicas tan naturales: “Si aquí fue donde nació Juan Ramón Jiménez”, “si es el acento de Lola Flores”, “si Andalucía es Picasso”. Una de las regiones más pobres del Estado ha de utilizar, para de-mostrarse buena, la vida de sus genios universales. Y el efecto que provoca es que todo lo andaluz sea pura imagen de intelectuales y artistas y sin ellos, el pueblo solo, nada.

La referencia de la tierra no son sus habitantes rasos. Este resto, que es casi la totalidad, deja de ser referencia, y para sostenerse, se busca en los exponentes de la vanguardia del pensamiento. Ese resto que es el que realmente forja lo que somos todas, se nos va haciendo más chico en favor de grandes imágenes prácticamente inalcanzables y vacías de ese pueblo que es el que realmente las hizo. Hicimos el ejercicio equivocado y nos hemos quedado en ese lugar sin más. Pero no somos Lorca, ni Falla, ni Machado, ni son los genios de la tierra los que hacen digna nuestra vida y nuestro acento. Los hombres y mujeres sin historia son nuestra historia y son esas personas las que forjaron nuestra dignidad. Los genios se suman a esas formas y las proyectan. Sacar a los genios del pueblo que los hizo los vacía, e incluso hace que pasen por la voz de Juan Manuel Moreno o de una serie de televisión que usa a Lorca como vencedor (a pesar del “vengo de darle dos tiros en el culo por maricón”) y se hagan discursos reaccionarios de ese pueblo.

Del antiguo régimen a un régimen a la antigua

Señalamos antes el desarrollo como colonia tras la expulsión de los moriscos. La tierra fue robada a sus habitantes y se repartió entre los vencedores. En Andalucía las tierras siempre fueron de la nobleza y el clero. La repoblación de los pueblos enemigos vencidos se hace así. Desposeyendo y reorganizando alrededor de determinados poderes. Así, hasta que en el momento en que la burguesía ya consolidada en el siglo XVIII, en lugar de invertir y desarrollar industria, opta por comprar tierras durante la desamortización para parecer nobleza. La única intención: conservar sus privilegios de clase sin necesidad de mantener los ideales del “burgués revolucionario” y no trabajar para el desarrollo del pueblo y la mejoría de los que lo habitan. El dinero no sirvió aquí para cambiar las relaciones de trabajo. Sirvió para consolidar terratenientes.

Estas tres cuestiones proyectan una imagen que se hace “real” y que perdura. La persona andaluza, la del pueblo que trabaja, es alegre, tiene muchísimo arte porque mirad a Lorca y es mano de obra jornalera y prefiere siempre el PER. Aquí es donde hay que parar y volverse a una persona andaluza cuyo dolor de siglos no se ha escrito porque lo tapó una alegría romántica; es la que hace que los genios surjan y no trabaja y es pobre porque el interés de la burguesía de aquí fue hacerse nobleza terrateniente en lugar de crear industria y ahí fue dónde invirtió sus capitales, en mantener mano de obra baratísima que emigrara para uso de otra burguesía desarrollada económicamente de otra manera.

La reflexión sobre esta imagen es el principio del impulso para el cambio. Saber cuál es nuestro ser, esa es la cuestión. Pensar en si queremos seguir siendo lo del mollete y el aceite o reclamar y proyectar otra forma de ser Andalucía.

El día del aniversario de la muerte de Lorca, paré a pensar y me pregunté qué es ser andaluza. Cuál es la imagen que, forjada a partir de nuestra realidad, tenemos de eso y cómo sucede que esa imagen nos frena el desarrollo de una tierra plagada de recursos que deberían gestionarse para beneficio de la mayoría. Cuáles son las condiciones subjetivas que hacen que, como le leí una vez a Violeta Garrido, la referencia en el día de Andalucía sea un mollete con aceite en lugar de la lucha por la reforma agraria.

La trampa de la alegría