ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
Andalucía, marca registrada
“Andalucía tiene potencial”. La manida frasecita que sirve como excusa para desatar medidas neoliberales como si no hubiera un mañana. No es el primer y único sitio donde se aplica esto, claro. La historia es vieja: primero se destruye el tejido industrial y comercial de la zona, pasando las fábricas y talleres a convertirse en espacios de abandono. Esos espacios son deliciosa carroña para los inversores, entes a los que se les permite lo que sea porque dicen que traerán prosperidad.
Y claro, una tierra empobrecida cómo no va a querer prosperidad. La trampa es perfecta. Se rezonifica todo el antiguo entramado industrial y nos queda un sitio monísimo (que casi con total seguridad se ha saltado leyes urbanas y medioambientales para poder ser construido, pero ningún sacrificio es inútil en el altar del Progreso), al que llegará gente chulísima con poder adquisitivo. Pero la población obrera que siempre ha vivido por estos lares ya no puede permitirse el nivel de vida del barrio. Sin lugares de trabajo, sin comercios para el día a día, sin ingresos suficientes…
O te vas, o te echan.
A partir de ahora, en los colegios nos van a dar pan con aceite y un mandil, para que vayamos asimilando prontito que “andaluz” y “camarero” son sinónimos
Lo siguiente es potenciar servicios. Es la única alternativa económica a la industria, por supuesto. Sabemos de sobra que la joya de la corona son la hostelería y el turismo (que sea fácil y barato, cosa importante). A partir de ahora, en los colegios nos van a dar pan con aceite y un mandil, para que vayamos asimilando prontito que “andaluz” y “camarero” son sinónimos.
En todo esto hay que tener mentalidad de tiburón, y “gestionar” es la palabra clave. Por eso ahora Andalucía y sus localidades no son lugares, son marcas que hay que vender. Málaga, a reventar de turistas, resulta que está mejor que nunca. Sevilla, por donde es imposible pasear, es muy desconocida. Granada ha ofrecido toda tranquilidad a los turistas, que van a tener lugares para ellos solos, sin vecindad de por medio. Porque todo esto es para atraer turismo, claro, no para procurar la comodidad de habitantes. En vez de eso, apostemos por los nómadas digitales, que no dejan dinero aquí pero qué caché dan.
En toda esta gestión, sin embargo, no entran los espacios comunes, los servicios públicos, ni el derecho a usarlos. Las empresas no se ocupan de eso. De hecho, les estorban. Así que se hace necesario cercar plazas y calles, erradicar ciertos barrios, clausurar centros sociales autogestionados, limitar horarios de consulta en los centros de salud (que la gente es mucho de ir a pasar el rato al médico y hay que quitarle la tontería), inventar cuerpos de vigilancia para amedrentar a quien atente contra los intereses del dios turismo, y construir pensando en el consumo y la homogeneidad.
Los huevos de esta gallina relucen, pero al cascarlos derraman récords de éxodo urbano, de paro juvenil, de barrios empobrecidos y similares hitos de vergüenza
Pero, ¿no era lo singular algo fundamental en toda esta construcción de imagen de marca? ¡Claro! Por eso se deja alguna migaja identitaria, un capricho arquitectónico que sirva para atraer visitantes e inspirar las fotos de paseantes, pero que no impida la ejecución de todo este plan empresarial. De hecho, esos genuinos enclaves son explotados económicamente a costa del derecho de uso público. De ahí que espacios monumentales se conviertan en escenarios de festivales, desfiles y eventos que conllevan el cierre para uso privativo de los mismos. Mientras, a vender camisetas y tazas de I love Andalucía: precioso souvenir, pero tan banal a estas alturas como el I love NYC.
Por otra parte está el asunto de la competencia. Porque las empresas compiten por una posición en su nicho. Para ello nuestras provincias y ciudades no sólo utilizan eslóganes comerciales, sino que se empeñan en inventar atracciones, construir macroestructuras súper modernas y organizar eventos, a cuál más llamativo, para canalizar aún más dinero y visitas. Pero esto no es regalado, hay que pelearlo contentando a quien lo decide y lo paga. Así es lógico que Málaga y Sevilla se peleen por conexiones aéreas internacionales, o que a esta última le dispute Teruel el albergar la Agencia Espacial Española.
Finalmente la concesión se la lleva la capital andaluza por, entre otras cosas, ostentar el honor de tener unas escandalosas cifras de desempleo y pérdida de población. Porque efectivamente, los huevos de esta gallina relucen, pero al cascarlos derraman récords de éxodo urbano, de paro juvenil, de barrios empobrecidos y similares hitos de vergüenza. Sin embargo, por mucho que intentemos sopesar con ellos la balanza del discurso turístico-hostelero, el récord de llegadas y pernoctaciones en Andalucía siempre pesa más. Es imposible intentar siquiera equilibrar una balanza trucada. Y con esto pienso en mi bisabuela, que fue a cantarle las cuarenta al frutero que intentó engañarla con pesos y calidades del género, poniéndolo en evidencia por fullero ante todo el mercado mientra le tiraba los tomates a la cara. Una y no más, pensaría él, puesto que desde ahí a mi casa llegaron sólo tomates lustrosos.
Esta dinámica abusiva sobre Andalucía está cimentada en siglos pasados, pero está yendo a más de forma abrumadora
Espero se me disculpe el desvío, pero creo que se me entiende. Porque los señores empresarios y políticos de turno nos hablan de números, de inversiones y de mejoras que supuestamente traen consigo el brillo de la marca Andalucía, pero ignoran a sabiendas lo que acarrea entre bastidores: macroeventos imposibles de sostener (literalmente), listas de espera interminables en la sanidad, imposibilidad de coger cita con tu médico, transportes públicos deficientes, falta de trabajo, imposibilidad de independizarse, barrios que están semanas o meses sin luz por sobrecarga de la red eléctrica que, para colmo, está falta de mantenimiento y actualización, etc.
Casualmente, todas son cosas que no sufre en sus carnes el turista, sino el habitante, la vecina, las andaluzas y andaluces. Esta dinámica abusiva sobre Andalucía está cimentada en siglos pasados, pero está yendo a más de forma abrumadora. Lo único capaz de frenarlo es nuestra voz, impulsada por la rabia que nace de saber lo que es sufrir lo injusto. Voz ahora mismo desmotivada y descreída (con razón), lo que nos lleva a la desidia, a la emigración, e incluso al voto de castigo. Pero pensemos, ¿castigo para quién? ¿Para quienes se suben al atril de las Cinco Llagas o para nosotras?
No me voy a poner romanticona hablando del Ideal Andaluz, de las luchas jornaleras o del 4D del 77, por muy cautivador que me resulte imaginarnos peleando derechos como antaño, ocupando fincas con un azadón en la mano. Y conste que romantizar nuestro pasado me camela como a la que más. Sin embargo, hoy lo que quiero es cabrearos. Tal cual.
¿En qué somos referencia sino en pobreza estructural y turismo masivo?
Os pinto el cuadro: el actual Consejero de la Presidencia de la Junta de Andalucía, Antonio Sanz Cabello, ha dicho unas palabras estos días frente a la casa de Blas Infante. Ha hablado de ese “andalucismo moderno e integrador” que ha acuñado el gobierno de Moreno Bonilla como emblema de su “empresa”. La empresa que está desmontando derechos como el de tener acceso gratuito a la sanidad (no pequemos aquí de escepticismo, que mayores bastiones han caído, y le estamos viendo las orejas al lobo), que favorece a las grandes fortunas, que vende y especula con lo público. Antonio habla del orgullo de ser andaluces, de una comunidad que “funciona”, “avanza” y “goza de credibilidad como tierra, como pueblo, como comunidad” que crece, progresa y es única por su, sorpresa sorpresa, potencial. Que eso nos hace ser referentes en España y Europa, y que trabajando alcanzaremos el progreso y todos los días serán una fiesta. Que ya es hora de dejar el furgón de cola y subirse a la locomotora que tira del tren.
Y digo yo… ¿Ante quién tenemos que resultar creíbles y de qué modo? ¿En qué somos referencia sino en pobreza estructural y turismo masivo? Y obviando por un momento nuestras cifras de paro, ¿qué hemos estado haciendo históricamente en Andalucía sino trabajar? Por no hablar de la metáfora del tren, porque me parece a mí que llevamos tiempo ya en la locomotora. De hecho, diría que somos el carbón que se arroja al fuego para que esta ande.
La broma no es sólo tener que escuchar semejante sarta de mentiras de los herederos ideológicos (y biológicos, en no pocos casos) de quienes provocaron la detención de Blas Infante, precisamente en esa casa, por defender una Andalucía justa e igualitaria. Lo que ya la hace hilarante es que el motivo de estas palabras a la prensa es el cambio del escudo de Andalucía que ostenta la Casa de la Alegría. El original pasa a exhibirse en el Museo de la Autonomía, y aquí se contempla una copia con el mismo diseño, materiales y colores. Irónico y esclarecedor. Parece igual, pero no lo es.
Se entiende la broma, ¿verdad?
Me despido con un consejo, que es también un deseo: la próxima vez que uno de estos señores que hacen negocio con nuestra tierra venga a mentirnos en la cara, acordémonos de mi bisabuela y el frutero. Por humildes que seamos, tenemos derecho a tomates maduros. Que se enteren ya.
“Andalucía tiene potencial”. La manida frasecita que sirve como excusa para desatar medidas neoliberales como si no hubiera un mañana. No es el primer y único sitio donde se aplica esto, claro. La historia es vieja: primero se destruye el tejido industrial y comercial de la zona, pasando las fábricas y talleres a convertirse en espacios de abandono. Esos espacios son deliciosa carroña para los inversores, entes a los que se les permite lo que sea porque dicen que traerán prosperidad.
Y claro, una tierra empobrecida cómo no va a querer prosperidad. La trampa es perfecta. Se rezonifica todo el antiguo entramado industrial y nos queda un sitio monísimo (que casi con total seguridad se ha saltado leyes urbanas y medioambientales para poder ser construido, pero ningún sacrificio es inútil en el altar del Progreso), al que llegará gente chulísima con poder adquisitivo. Pero la población obrera que siempre ha vivido por estos lares ya no puede permitirse el nivel de vida del barrio. Sin lugares de trabajo, sin comercios para el día a día, sin ingresos suficientes…