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Sobre este blog

ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

Diversión con banderas

Archivo - Bandera de andalucía a media asta en la Av.de Andalucía. Sevilla a 8 de mayor 2020

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Los símbolos no son nada y lo son todo. Son dibujos en una pared para que te ocupen el piso (por favor, nótese el sarcasmo); es papel pintado que simboliza la capacidad de comprar materiales o voluntades para las venturas propias; o son banderas con colores enganchadas a palos, camisetas, o escritas en polos, que simbolizan y comprimen historia, ideologías, estructuras administrativas y visiones del mundo. Son tan importantes, digan lo que os digan, que cuando la raza llegó a Luna, fue lo primero que puso. Además, de las “peorsitas” que había.

 Este verano no fui muy lejos: Rota, Conil, Zahara… lo del común de los mortales. El caso es que, estando en Conil, tuve que pedir una pizza por un ataque sobrevenido de resaca de caballo. El muchacho del “telepi” vino con su pizza y… su pulserita de Andalucía. Todo normal, supongo. Mientras la recogía, dos pasos más allá, un grupúsculo de impresentables, en apariencia pudientes, esgrimían estupideces y lucían diferentes versiones de los símbolos nacionales en un restaurante. Acabé dándole vueltas a ese extraño fenómeno del uso de las banderas en Andalucía. ¿Por qué abrazamos los símbolos de una manera tan particular? Es decir, por qué la bandera de Andalucía tiene la mala costumbre de esquivar siempre al que tiene dinero, y el que tiene dinero siempre luce la bandera de España.

La historia la cuentan los vencedores, y Andalucía perdió

Lo primero que se me vino a la cabeza fue la historia. La conquista había que llamarla reconquista, pa’ disimular y legitimar un reinado. Cosas de comunicación política. Como lo de la modélica transición del Franquismo al Post Franquismo. No vaya a ser que los pueblos oprimidos, en su desesperación, se empoderen en ella. Siempre miré con envidia el mes de conocimiento negro que veía en las películas de los 90. No porque los negros de USA se vayan a independizar, sino porque hay parcelas de la sociedad que necesitan de unión y referentes comunes para afrontar en conjunto situaciones extremas que viven de manera individual. 800 años de Al-andalus pasan en un suspiro en los libros de texto…

Amén de algunas razones históricas por las cuales los símbolos españoles ejercen una violencia sistemática (véase la granadita pisoteadita entre esos grandes escudotes como símbolo de que nos habían pateado el culo en adelante), hay otra serie de factores que siguen influyendo a día de hoy, en el 2022, en esta situación: la idea de España del franquismo y post franquismo; la idea nación única y centralizada, el reparto de la tierra, la catolicidad del país (metiéndonos catolicismo a los andaluces por un embudo para alimentar patos, para aniquilar la riqueza cultural que teníamos en culturas, religiones y convivencia y que, sin duda, representaba un peligro para la defensa del poder colonial de Isabel La Católica, igual que para “la Paca”).

De la violencia física que han traído los castellanos una y otra vez, se pasó a la violencia política y la represión que todos conocemos. Había que asegurase de que todo estaba atado y bien atado. Luego, la económica para que el sistema de privilegio pueda seguir alimentándose de mano de obra barata, recursos naturales, incapacidad de articular políticas propias. Que no haya burguesía industrial que nos la lían. Que la tierra siga en manos de aristócratas de castellano abolengo. Que sus recursos culturales y naturales sean los nuestros (las minas andaluzas son andaluzas tanto en cuanto curran andaluces) y devolvámosles estereotipos. Ridiculicemos sus hablas, que ocupan en todas las variantes mundiales del castellano el 95%. ¿O en Colombia se habla vallisoletano? Ha ha, catetos… Desempoderemos a los andaluces hasta que podamos esclavizarlos como jornaleros o camareros, cerremos fábricas que solo nos dan problemas a los terratenientes, y permitamos el sistema de privilegios rentistas del que hoy disfrutamos. En fin, que mucho español y muy español, pero de morcilla de burgos y tierra seca castellana, o de la electricidad que produce Madrid, no se puede vivir. Colonialismo de libro.

Parece que Andalucía es, ha sido y será España de toda la vida. Y no solo fuimos los últimos en unirnos, sino que lo tuvieron que hacer por conquista, por Desbandá y por Pico Reja, la mayor fosa común del franquismo, pero como la blanquiverde (no como otras…) nunca se rindió, siempre hubo que pegarle, y además castigarla sin cuadritos chachis en el Reina Sofía, ni burguesía industrial.

Va un Andaluz, un manacorí y un catalán

 De esta manera, el uso de la bandera de Andalucía, como símbolo propio, ha quedado reducido de manera consciente o inconsciente a un acto de resistencia de las clases oprimidas en contra de lo que es un sistema de opresión desde la capital y la meseta a la periferia. Mientras tanto, la de Don Rafael Nadal i Parera, solo acepta al andaluz, y en general al pobre. Al que es pobre y alegre y asume el rol dado, les toca la guitarra o les vende pulseritas que solo le compran si le regatean, para su regocijo, y que asegura que el sistema de opresión siga funcionando. Por tanto, lucirla es una aprobación implícita y explicita de ese sistema opresor. Porque, y no se equivoquen, cuando dicen España quieren decir sus propios privilegios o porque en mi marginalidad espero un poco de aprobación del tirano, porque soy o quiero ser uno de vosotros y luzco la bandera de los barrios privilegiados. La bandera en el retrovisor para que no te multen.

Esto sucede así desde el señorito castellano al jornalero andaluz. Desde la franquicia hostelera multimillonaria de turno al trabajador explotado. De la gente que vive en la periferia de las ciudades andaluzas y va a trabajar a los bares del centro. Desde el “cuñao” de barra de bar, al mantero que viene vendiendo elefantes desde África. Desde el propietario legal, pero ilegítimo de 80 pisos, al habitante de cinco generaciones que tiene que vivir de alquiler porque le han gentrificado la ciudad. De La Duquesa de Alba recibiendo la medalla al trabajo.

Mientras tanto, en Cataluña, donde uno se comió, entre otras cosas, el 1-O y estudió de gente que estaba y está metida hasta las trancas en ese pantano, con quien los poderes castellanos han sido sin duda más benévolos, la victoria quizás no sea tanto la independencia, o siquiera, los beneficios políticos negociados, si no el poner a diferentes clases sociales regionales bajo el mismo proyecto mediante el reconocimiento mutuo de símbolos propios. Las clases pudientes del “upper diagonal” nunca se iban a poner un chapita, así que eligieron un lacito amarillo. Mientras que la juventud, más o menos pudiente, se abrazó a la chapita de los “presos politics”. Aun así, sin compartir objetivos de clase, pudieron cobijarse, y sobre todo reconocerse, bajo el mismo proyecto aspirando a un objetivo común.

¿Resignificamos los símbolos o dignificamos los que ya tenemos?

Qué pasa, ¿que un francés puede lucir su bandera y yo la mía no? Pues no. La francesa a lo mejor también es igual de opresora, pero lo maquillaron con aquello de “Liberté, Égalité, Fraternité”; los marcos son diferentes o por lo menos más avanzados. La rojigualda significa opresión y privilegio. Usted, lo máximo que puede decir es “yo no soy racista pero”, “el pobre es pobre porque quiere” o “vamos Rafa”. Los símbolos se adaptan o se apropian, pero no se pueden cambiar ni devolver. La esvástica (ya tardaba la ley de Godwin) fue originariamente un símbolo budista de unidad, pero si veo a un tío con la cabeza rapada y una esvástica tatuada… no se me ocurre preguntarle por cómo tiene los chakras.

 Lo suyo es la bandera de paz y esperanza, de honrar el pasado, disfrutar del presente, y asegurarnos de que hay futuro después para los que venga. De dejar nuestra huella con ciencia, arte y trabajo. Que se pueda vivir más tiempo en este planeta, y si puede ser, trabajando menos, gastando lo mínimo para vivir, aunque haya que renunciar a ponerle una bandera a esos secarrales que son Marte o la Luna porque Doñana se ha secao. Se han reído de nosotros, pero si el sistema hubiera sido más Andaluz, hoy estaríamos mejor todos, o como dicen les modernes, más resilientes y sostenibles.

 Ahora, nos toca trabajar, tener empatía con los que están igual o peor que nosotros y esperar, porque como dijeron aquellos, nadie puede abrir semilla en el corazón del sueño. Demos tiempo al sueño y la semilla y esperemos que aguanten mientras se derriten las nieves que se nos vienen en lo “arto” dando paso a una nueva primavera andaluza donde la bandera más antigua de Europa luzca promoviendo unos mejores principios para todos.

La tarde pasó. La pizza, “mu wena”. El verano, bien, gracias. Terminé en Rota, al lado de la base americana. Una ciudad que ha crecido bajo el modelo anglosajón de barrios de casas unifamiliares interminables y el dinero de los militares norteamericanos. ¿A que no sabéis cuál es la bandera que se veía por allí?

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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

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