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Cómo entendió Lorca el flamenco

Paloma G. Zamudio

13 de junio de 2024 20:30 h

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Federico García Lorca y el flamenco, esa eterna relación de amor. Ese amor hacia el pueblo gitano al que le dedicó su romancero, a sus formas de vivir, porque no es una, son varias. Que sin ellos, sin lo que se cocía en las cuevas del Sacromonte, no se entendería lo que conocemos como flamenco, a lo que Federico estuvo unido, a su Granada y a su gente. Mucho se ha especulado sobre si Lorca conocía de verdad lo que era el flamenco, o solo sabía de él de lo que escuchaba por ahí. Si sabía tocar la guitarra, o solo sabía sus compases como un simple aficionado; o si de verdad entendía eso que escuchaba y era capaz de exponerlo en su música. Por ello me dispongo a dar unos datos esclarecedores sobre este tema.

Se conoce el testimonio que indicaría el primer contacto que tuvo el poeta con el flamenco. Se trata del de Carmen, la hija de la ama de cría de Federico. Carmen contó: “Federico era muy aficionado a la guitarra… a la guitarra y al cante flamenco. Muchas tardes después de acabarse las faenas del campo, nos reuníamos en su casa y allí se cantaba hasta bien entrada la noche. Gracias a ello, Federico y yo pudimos escuchar desde nuestra infancia todo el repertorio andaluz: peteneras, malagueñas, soleares, seguiriyas, tientos, serranas, fandanguillos, sevillanas y alegrías”. Federico, en efecto, tocaba la guitarra y se apuntaba por soleares, seguiriyas o cualquier copla de arte mayor o menor, como hacía su padre.

En 1931 en La Gaceta Literaria de Madrid, Lorca hace la siguiente afirmación: “De expresar yo algo flamenco [se refiere a cantando], sería la soleá o la seguiriya gitana, o el polo o la caña. O sea lo jondo, lo escueto, el fondo primitivo andaluz, la canción, que es más grito que gesto”.

Como buen aficionado al flamenco, comentó sobre cantaores. Tenía debilidad por Manuel Torre, Niño de Jerez, pero también habló de Pastora Pavón, La Niña de los Peines. Recordemos que Pastora fue invitada por Manuel de Falla y Zuloaga a ser jurado del mítico Concurso de Cante Jondo de 1922, celebrado en Granada. Federico dijo de ella que era “intuitiva”, y dio una de las descripciones con más sentimentalismo, a mi parecer, que hizo sobre alguien: “Verde máscara gitana a quien el duende pone mejillas temblonas de muchachas recién besadas”.

Federico conocía el cante flamenco. Hizo distinción entre este y cante jondo, gracias a los conocimientos que adquirió por su gran amigo, el gaditano Manuel de Falla

A Manuel Torre, en su libro Poema del Cante Jondo, le dedicaría una de sus viñetas flamencas de esta manera: “A Manuel Torre, Niño de Jerez, que tiene tronco de faraón”. Y decía que cuando cantaba era “un bronco animal herido, un terrible pozo de angustias y de sonidos negros”.

Federico conocía el cante flamenco. Hizo distinción entre este y cante jondo, gracias a los conocimientos que adquirió por su gran amigo, el gaditano Manuel de Falla. Ambos organizaron el Concurso de Cante Jondo de 1922, donde en él se pedía que hubiera cantaores no profesionales. El premio se lo llevó Diego Bermúdez, apodado El Tenazas, pero fue la aparición estelar de un jovencísimo gitano lo que daría mucho de qué hablar: el gran Manolo Caracol.

Y hablemos de duende. Creo que no se puede hablar de flamenco y de Lorca sin mentá la palabra “duende”. Muchos defienden, dentro de los que me incluyo, que sin duende es muy difícil cantar bien, o sin esa “baraka” que le decían a Camarón de la Isla que tenía. Esa suerte de haber nacido con duende, a los que yo llamo “los tocaos con una varita”. Sentenció el poeta con afirmaciones como estas: “El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca. Para buscar el duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos…”.

El poeta asegura que por mucho que sepas de cante, de baile o de toque, si no hay aparición del duende, es muy difícil llegar al espectador

Decía también que era muy difícil despertar alguna emoción a alguien si la persona que cantaba, bailaba o tocaba no tenía duende. También con otras afirmaciones dejó entrever que eso, esa “cosita” que tiene esa gente que nos muestra su talento, viene en la sangre. Muchos cantaores han hablado del duende, como por ejemplo el jerezano y gitano Juan Moneo Lara El Torta, que dice: Si no hubiera duende el flamenco estaría vacío. Hay duende, claro que hay duende. El duende es cuando el cante te transmite y te vas al cielo”. Por lo tanto, hasta en la actualidad, son los mismos cantaores los que tienen un concepto muy parecido a lo que Federico García Lorca quiso explicar cuando habló por primera vez de duende.

Lorca tenía muy clara su definición y así la expone. Llegó a personificarla, porque por todos es sabido la gran imaginación que tenía el poeta, y de nuevo lo dejó plasmado en una entrevista en 1933 describiéndolo así: “Mediría unos 30 cms de estatura [refiriéndose a la personificación del duende]. Vestía ropilla roja y gualda. Calzaba unas chinelas de punta curvada y sobre la cabecita lucía una caperuza verde, de cuya punta colgaba un cascabel retozón […] El rostro, de blancor de luna, tenía la penetrante expresión de un ave humanizada….”.

Siempre hizo una defensa de que “tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfarás nunca porque tú no tienes duende”. Lo que quiere decir el poeta es que por mucho que sepas de cante, de baile o de toque, si no hay aparición del duende, es muy difícil llegar al espectador. Porque todo eso te tiene que doler. Que cuando ese arte mayor que es el flamenco o cante jondo o cante gitano, como lo quieran ustedes llamar, si eso no te duele, no te lastima y no sientes nada, por mucho que tú cantes, bailes o toques, eso vale menos que si lo hace una persona que cuente con la magia del duende.

Cuando hablamos de la obra de García Lorca y el flamenco, inmediatamente se nos vienen a la cabeza dos títulos: Poema del Cante Jondo y Romancero Gitano. La diferencia entre ambos es bastante clara. El primero se basará en los sentimientos de dolor, tragedia, pena y sangre. Y en el segundo, parece como si Federico se consumiera con la muerte y que una vez que llega al flamenco, esto emerge en un profundo sentimiento. Es más narrativo, intenso y mistérico. Tiene gitanería y menos flamenco, porque hay que hacer diferenciación entre ambas. No es lo mismo lo gitano que lo flamenco. Al Romancero lo envuelve el embrujo y la magia, personificándolo así con el pueblo gitano.

Haciendo balance de todo lo comentado con anterioridad, vamos a poner en claro algunas ideas. Federico García Lorca conocía el flamenco, lo escuchó de pequeño y lo aprendió. Aprendió los palos más puros del cante, del cante gitano. Consideraba que no había buen cante, buen toque o buen baile sin el duende. Fiel defensor del pueblo gitano (al que solo una vez negó por culpa de las respuestas recibidas a su Romancero Gitano de parte de Salvador Dalí), siempre defendió a los calorrós.

Hay muchos que siempre recuerdan en su cante al más grande poeta que ha dado este país, y al que todavía, no lo olvidemos nunca, se le debe una sepultura digna a su figura

A Federico le gustaba escuchar flamenco y le hubiera gustado arrancarse por él. Ya lo dice en la afirmación anteriormente citada. Gracias a él y a Manuel de Falla se hizo el Concurso de Cante Jondo, donde se intentó recuperar el “cante primitivo andaluz”. Ese que según el maestro gaditano se estaba perdiendo, y que era algo que había que salvar. Esto ojalá se pusiera en práctica en la actualidad, ya que no hay nada más prostituido ahora mismo que el flamenco.

Y por último y más importante, mencionar la larga proyección que han tenido las obras de Federico, no solo en cuanto a literatura se refiere, sino también para el flamenco. Ya lo hizo Camarón de la Isla con La leyenda del tiempo, seguido de Enrique Morente con Omega (en este caso con su libro Poeta en Nueva York). Acercándonos más a la actualidad tenemos a Miguel Poveda o Pasión Vega, y otros tantos que siempre recuerdan en su cante al más grande poeta que ha dado este país, y al que todavía, no lo olvidemos nunca, se le debe una sepultura digna a su figura.

Quiero finalizar este artículo con esta firma: larga vida al cante flamenco, al gitano y a su pueblo. Y a Federico García Lorca, que elevó a los romaníes y a Andalucía hasta los más altos estándares.

Federico García Lorca y el flamenco, esa eterna relación de amor. Ese amor hacia el pueblo gitano al que le dedicó su romancero, a sus formas de vivir, porque no es una, son varias. Que sin ellos, sin lo que se cocía en las cuevas del Sacromonte, no se entendería lo que conocemos como flamenco, a lo que Federico estuvo unido, a su Granada y a su gente. Mucho se ha especulado sobre si Lorca conocía de verdad lo que era el flamenco, o solo sabía de él de lo que escuchaba por ahí. Si sabía tocar la guitarra, o solo sabía sus compases como un simple aficionado; o si de verdad entendía eso que escuchaba y era capaz de exponerlo en su música. Por ello me dispongo a dar unos datos esclarecedores sobre este tema.

Se conoce el testimonio que indicaría el primer contacto que tuvo el poeta con el flamenco. Se trata del de Carmen, la hija de la ama de cría de Federico. Carmen contó: “Federico era muy aficionado a la guitarra… a la guitarra y al cante flamenco. Muchas tardes después de acabarse las faenas del campo, nos reuníamos en su casa y allí se cantaba hasta bien entrada la noche. Gracias a ello, Federico y yo pudimos escuchar desde nuestra infancia todo el repertorio andaluz: peteneras, malagueñas, soleares, seguiriyas, tientos, serranas, fandanguillos, sevillanas y alegrías”. Federico, en efecto, tocaba la guitarra y se apuntaba por soleares, seguiriyas o cualquier copla de arte mayor o menor, como hacía su padre.