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Juan Lugo Brenes

20 de junio de 2024 20:38 h

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Sangre azul o sangre roja. Ser descendiente de Dios o serlo del de mantenimiento. Beber Dom Pérignon o beber Don Simón. Tener fe o necesitar tenerla. Todos los que nacen con la sangre roja, a diferencia de los que nacen con sangre azul, llevan a cuesta la soga de la espera. Esperar que este mes entre más gente en la tienda, que no tarden mucho en darle la cita a mi padre, que al dueño del bar se le olvide que le debo el café, que la niña aquella me diga que sí al paseo por Colón. Esas pequeñas grandes cosas a las que somos sometidos día a día los más comunes mortales. Inevitablemente, los que tienen la sangre roja están condenados a tener esperanzas. Esperanzas que necesitamos y buscamos en cualquier cosa. De la esperanza surge la fe, de la fe surge el negocio y del negocio surge la iglesia, y apéndices varios. 

En el mundo manda el tiempo, que es el único inmortal que va poniendo en cada espacio cada cosa - Juan Carlos Aragón

Desde tiempos remotos el analfabetismo y las esperanzas de la plebe se han usado cual navaja pandillera para exprimir las arcas de los que, por una cosa u otra, han necesitado esperanzas de donde sea. Fueron los más espabilados los que pusieron nombre al “donde sea” y lo llamaron iglesia. Evidentemente, la casa de Dios no iba a mantenerse de forma divina (es divina, pero ni tanto, ni tonta), por lo que se crearía una especie de impuesto obligatorio que serviría para sucumbir a las caprichosas e imponentes necesidades del clero.

Me da lo mismo si a ese Dios lo concibió María o fue Rea, si los libros que cuentan su historia se leen de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. Para mí, al final del día solo existen dos religiones: la del abusador y la del abusado (ateos y agnósticos incluidos)

Hoy en día ya no existen esos impuestos, pero hay una casilla en la declaración de la renta que te reserva un puesto en el paraíso. Aun así, para los que no quedan satisfechos con la x, hay un amplio catálogo de souvenirs que, a la vez que ayudan a la iglesia, ayudan también a la personal sensación de protección y moda religiosa que fluye por las calles de Andalucía. Es en este contexto en el que surgen las medallas, pines y abalorios varios que hermanos y hermanas se colocan fervorosamente en su pecho para que Dios los tenga en su gloria. Y no señalo al hermano o hermana que lo hace, ni mucho menos. Señalo al que, en nombre de Dios, se aprovecha de la necesidad haciendo negocio de algo tan humano como es la esperanza. Me da lo mismo si a ese Dios lo concibió María o fue Rea, si los libros que cuentan su historia se leen de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. Para mí, al final del día solo existen dos religiones: la del abusador y la del abusado (ateos y agnósticos incluidos). 

Como no podía ser de otra forma, nuestra geografía se reserva una semana (aunque cada vez es más año que semana) en la que la devoción y la esperanza se consuman multiplicada por dieciséis en el paseo de esculturas con todo tipo de joyas. Joyas que generaciones de toreros, duques, cantaores y demás ilustres han ido regalando a su santa imagen para que sea la más bonita y la más güena y la más guapa. Es una semana en la que se congregan por las calles tanto verdaderos creyentes como verdaderos posturetas, seguidores de pasos como obra de arte y cantidad de chinos. Con el grupo que más simpatizo es el de los chinos. 

Asqueado cuando miraba hacia arriba y veía los balcones repletos de las exóticas criaturas de Andalucía, cuyo catolicismo sale de banda cuando pagan en negro y tienen sin seguro a la persona que les friega el suelo de su casa, o cuando olvidan que al otro lado de Tarifa también hay mundo y que los de allí no sirven solo para recoger fresas en Huelva o venderte una pulsera de conchitas para el tobillo

Algunas veces he acudido a tales fiestas ensimismado por alguna quimera o motivado por las malas lenguas que prometen una cerveza cuando el respectivo cristo sea visto. Cuando a la escultura en cuestión me ha tocado verla en alguna calle, la he visto en cierto modo asqueado. Asqueado cuando miraba hacia arriba y veía los balcones repletos de las exóticas criaturas de Andalucía, cuyo catolicismo sale de banda cuando pagan en negro y tienen sin seguro a la persona que les friega el suelo de su casa, o cuando olvidan que al otro lado de Tarifa también hay mundo y que los de allí no sirven solo para recoger fresas en Huelva o venderte una pulsera de conchitas para el tobillo. Banqueros, abogados, toreros, políticos, que están ahí porque son un “montón de creyente” y un “montón de güena gente”, que regatean la ley como si fueran un Peaky Blinder, porque aquí mandan mis cojones y ni Dios me echa cojones a mí. 

La religión llega a ser al final, al principio, y pasando por el medio, un negocio como lo es casi todo.

Para ellos el diablo no es el que mata en nombre de Dios al que cree en otro distinto, para ellos el diablo es el que piensan que se caga en ese dios. De eso en Andalucía sabemos mucho. Andaluces levantaos, pero sólo pa’ protestar porque mi virgen sale tarde. Pa’ lo demás que se levante otro

También tiene su poder analgésico que, al fin y al cabo, tiene su cosa. Ya lo decía Marx, la religión es el opio del pueblo, y al barba no se le discute. La religión es un canuto cargado por y para el pueblo con beneficios para las élites. Si les interesa que hagas algo, “Dios te acogerá en su paraíso”. Si no les interesa, “Dios te castigará y arderás en el infierno”. Los mismos que te exculpan de tus pecados y te mandan que reces tres o cuatro avemarías todos los días son los que se oponen a la exhumación de un genocida como fue la de Queipo de Llano en la Macarena. Y si fuera por ellos, allí seguía. Porque el diablo no es Queipo de Llano, el diablo es el hombre que coge de la mano a otro hombre, o la mujer que besa los labios de otra mujer. Para ellos el diablo no es el que mata en nombre de Dios al que cree en otro distinto, para ellos el diablo es el que piensan que se caga en ese dios. De eso en Andalucía sabemos mucho. Andaluces levantaos, pero sólo pa’ protestar porque mi virgen sale tarde. Pa’ lo demás que se levante otro. 

Para finalizar me gustaría abrir un melón para invitar al lector a la reflexión. Supongamos que todo este tema de la religión (católica, al menos) es verdad. Se publica mañana mismo un veraz estudio que prueba que Dios existe. ¿Estaría orgulloso de su religión? ¿De su iglesia, de sus seguidores, de todas las muertes que ha habido y que habrá en su nombre, de los abusos, de las violaciones, del Papa, de los balcones, de los que han estado enterrados bajo su casa, de los que predican y de lo que es predicado? ¿Estaría orgulloso? ¿Sería cristiano o ateo? ¿Pensaría que todo lo que hizo le ha merecido la pena?

Sangre azul o sangre roja. Ser descendiente de Dios o serlo del de mantenimiento. Beber Dom Pérignon o beber Don Simón. Tener fe o necesitar tenerla. Todos los que nacen con la sangre roja, a diferencia de los que nacen con sangre azul, llevan a cuesta la soga de la espera. Esperar que este mes entre más gente en la tienda, que no tarden mucho en darle la cita a mi padre, que al dueño del bar se le olvide que le debo el café, que la niña aquella me diga que sí al paseo por Colón. Esas pequeñas grandes cosas a las que somos sometidos día a día los más comunes mortales. Inevitablemente, los que tienen la sangre roja están condenados a tener esperanzas. Esperanzas que necesitamos y buscamos en cualquier cosa. De la esperanza surge la fe, de la fe surge el negocio y del negocio surge la iglesia, y apéndices varios. 

En el mundo manda el tiempo, que es el único inmortal que va poniendo en cada espacio cada cosa - Juan Carlos Aragón