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Sobre este blog

ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

Hola, me he despertado turista local. ¿Qué hago? ¿Me mato?

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11 de abril de 2024 19:49 h

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Creo que Camus dice algo así como que el único debate filosófico razonable es el suicidio y que lo demás son pamplinas. Si la vida merece la pena o no ser vivida depende solo de este diálogo interno, en el que para nada interviene la sociedad. Aunque me gustan algunas cosas de las que dice, no soy para nada un gusanito lector. Yo discrepo sobre todo de la de que las ganas de vivir vienen de dentro. Creo que soy más Ortega y Gassetariano: soy yo y mi circunstancia. Y a mí hay cosas que me están matando.  

Ojalá, Alberto, naciéramos en una burbuja en el espacio. Somos fruto de nuestras comunidades y nuestros tiempos. No se pueden entender las motivaciones, duquelas o quebrantos sin el entorno en el que nacemos y vivimos. Preguntas chungas: ¿qué es la sociedad? ¿Una masa deforme de gente que quiere tu mal en todas sus formas y versiones posibles? No lo creo. No creo ni que la sociedad exista. Supongo que la sociedad es esa voz que te crees que está ahí de fondo, los miles de millones de personas del planeta susurrándote al oído. Pero no son ellos, eres tú, que te cuentas lo que el capital disfrazado de marketing u opinión publicada patrocinada, que pasa de marco informativo a marco de pensamiento, haciéndote ver cositas que pueden no ser. Véase, por ejemplo, el turismo genera riqueza y este enlace

Esta reflexión me la empiezo a hacer esperando que pase un paso de Semana Santa. Sin ser religioso, creo que aquí vendría más a reencontrarme conmigo mismo, mis gentes y esos lazos que me unen con otro montón de paisanos. Pero no, ya no puedo encontrar la comunión conmigo mismo. Me la continúo haciendo con esa catarsis del turismo deportivo que ha sido la Copa del Rey. Con 100.000 borrachos adicionales más, en la ciudad de los borrachos, copando las plazas nobles. No os cuento cómo estaba mi barrio periférico de gente que quería disfrutar de su casa y no les dejaban. No me deja la más mínima intimidad, me angustia claustrofóbicamente, no me deja expresarme en mi tiempo, no me deja relacionarme, no se me deja ser. Y esto me pasa cuando salgo a la calle, intento ir a un bar, o cualquier cosa que implique salir del barrio al que ya tuve que llegar rebotado de mi barrio de toda la vida en el que nos echaron a mí y a mis amigos. 

Ya todos los lugares donde se puede encontrar valor humano están despiezados, clasificados y vendidos al mejor postor haciendo imposible la creación de vínculos en la cercanía para que sobrellevemos juntos los males, o los bienes, que también los habrá

Lo que sí estoy de acuerdo con Camus es en que si la vida no merece ser vivida, ¿para qué? En esa búsqueda, siendo andaluz emigrado y retornado, y devoto de la idea de quedarme y dar porculo a mansalva hasta que reviente, me encuentro una y otra vez con algo que me quita las ganas de vivir, que me empuja a hacerme la automorisión. La industria de matar el día a día de millones de personas. Esa industria de muerte que se llama turismo. 

La industria de la taxidermia… digo del turismo 

Uno pasea por los sitios de más carga identitaria, de vínculo, de cultura a ciertas horas, y donde recuerda trajín diario sólo queda mortecino silencio. Casas vacías y locales tapiados esperando la llegada de la parca turística. O de repente me enchufan a 1 de cada 3 bilbainos en el bulbo raquídeo.

Es imposible encontrar ese recogimiento en Semana Santa Santa, disfrutar de las dos noches primaverales que hay entre el frio y la calor, de la playa, un pueblo, un bosque o de lo que tengas cercano, ya sea debajo del agua. Así, encontrarse,  empoderarse uno mismo, o con el entorno a través de símbolos compartidos, los que quizás sean los únicos que construyen los lazos comunitarios, sostenibles y legitimen la vida, es imposible. Ya todos los lugares donde se puede encontrar valor humano están despiezados, clasificados y vendidos al mejor postor haciendo imposible la creación de vínculos en la cercanía para que sobrellevemos juntos los males, o los bienes, que también los habrá. 

No queda ya expresión cultural que no sea una caricatura embotellada. La realidad es que, para cualquier andaluz, cada vez es más difícil encontrar la espontaneidad del día a día, la intima comunión con lo propio, con el prójimo cercano que le da sustento al existir y donde reflejarse. Esta intimidad en comunidad que facilita la convivencia y compartir cualquier expresión cultural propia es solo recuerdo de otro tiempo. 

La gente ya no pone un toro y una flamenca encima de la tele. Te pone a ti, a mí, nuestros vínculos y en definitiva todo lo que merece la pena ser vivido

Esta intervención física de lo identitario mata cualquier cosa que sea preceptible de plantearle resistencia, y que tiene que ver con la cultura o la identidad. Mata lo que por fuerza de su propia identidad sería inmortal, reventando a la fuerza las costuras de las comunidades en las que estamos incrustados. Mata el ecosistema. Los humanos también tenemos de eso. Te hace inmigrante universal o turista local y en tu casa, te convierte en ciudadano del mundo universal- aunque lo más lejos que hayamos llegado es La Algaba-, mata el ocio, mata el trabajo. Mata la tierra y la libertad. Te lo cambia por que gastes y viajes, o mejor, emigres y no molestes. Que pierdas derechos económicos, sociales y políticos aquí y allá. Que no tengas nada, solo experiencias. Porque si no tienes nada te tiene siempre al borde de la extinción, dejándote su abrazo como única alternativa. Consume o muere. No te resistas… déjate llevar… y lo guapo que vas a estar muerto, te susurra el Joker de 1989 al oído. 

Al final, o participas del turismo es un peregrinar por sitios donde antaño hubo vida, donde ahora se expone disecada. O la vida disecada eres tú. Te mata, te taxidermiza (momentos, personas, lugares), te mete en metacrilato y te cambia por moneditas. Un ejercicio de taxidermia para que lo muerto parezca vivo. La gente ya no pone un toro y una flamenca encima de la tele. Te pone a ti, a mí, nuestros vínculos y en definitiva todo lo que merece la pena ser vivido. 

Y tú, andaluz ¿cómo amaneciste hoy?

Robar universalizando  

El turismo genera espacios muertos en la historia, incluyendo los espacios físicos públicos, para que no pase nunca nada nuevo más allá del vivir de la carroña, ni que los vivos seamos capaces de encontrarnos fuera de la relación de consumo para plantearnos si quiera el futuro mejor, que quisieron para nosotros y no vamos a poder dar.  

Aquí vivió, aquí se hizo, aquí se pelearon aquí hubo una plaza y ahora hay una terraza y no pasará nada más, y esto es de todos. Si la historia es de todos, nadie puede reclamarla. Guías turísticas mortuorias que no son sino macabros paseos por los cementerios de la historia cercenada y enajenada de su pueblo. Todo lo que pase a partir de ahora será de todos, no tuyo.

El turismo encuentra algo, dice que es de todo el mundo, abre la puerta para un marco donde sea aceptable expropiar cultura para su explotación económica, monetiza el patrimonio que normalmente es de alguien y ea, zumbando

Y es que, al parecer el turismo, y en su bondad, lo “universaliza” todo. Es decir, el dinero pa las multinacionales hoteleras; los destrozos y las meadas de los 100.000 borrachos, pa mí. Y Juanma Moreno sin querer ni oír de tasa turística. Así también gano dinero yo... Pero volviendo, que me lío, el turismo encuentra algo, dice que es de todo el mundo, abre la puerta para un marco donde sea aceptable expropiar cultura para su explotación económica, monetiza el patrimonio que normalmente es de alguien y ea, zumbando. Me quedo con tu patrimonio material e inmaterial. Los monumentos, el flamenco, la cultura del encuentro social en un bar, y la forma de vida si los quieres, como ya es de todos, paga como si no fuera tuyo. Te mata antes de vivir. 

Mirarnos al espejo y ver un bicho disecado 

El turismo cercena la cultura, la historia y se convierte en proxeneta de lo material, facilitando la venta del cuerpo físico de las ciudades y la transformación de los vínculos en anécdotas. Me horroriza ese anuncio que dice que por otros 100 años acercando a las personas mientras las personas cada vez se ven más obligadas a estar lejos unos de otros. Mata mi casa para convertirla en una habitación de hotel. Mata bares de propietarios locales para poner franquicias. Pero es que esto también mata las ganas y las posibilidades de vincularte con otras personas.

Este proceso te sustituye a tus amigos por esa idea de precariedad romantizada que nos devuelve a los nómadas digitales o nos marginaliza en un rincón. Deteniendo la historia en un totumrevolutum donde nadie es de ninguna parte, donde nunca pasará nada nuevo, del que no saldrá nadie, malhiriendo las vidas de las que tuvimos que ser herederos, pero del que somos tristes supervivientes en islas lejanas y desiertas. Solos. 

El turismo como asesino de lo material también lo es de la cercanía, del vinculo de la vecindad. La muerte de las sillas en el portal. La muerte de un paseíto por las áreas que revitalizan el espíritu. Nadie es vecino de nadie, así que quiénes son esos que están sentaos ahí abajo en ese poyete … iPolicía! La muerte de las redes de apoyo, la muerte de saber quién vive al lado o del propio entramado social que permite que nos vinculemos. Al final, el día a día, que debe ser un tributo diario a los vínculos y la memoria colectiva que dé lugar a recursos para afrontar la vida, se convierte en depresión, evasión e incluso marginalidad. 

Conclusión 

El turismo mata, amigo, y hace de ello un ritual infinito. Aniquila toda dimensión humana, ya sea el entorno material o inmaterial. Para eso te tienen que desarraigar, te convierte en vagabundo, enganchando al consumo de lo inmediato sin posibilidad de apoyar los dos pies en el suelo a la vez y que en ese desequilibrio contribuyas al desequilibrio general necesario. Y a los que no pueden mantener el equilibrio los aleja de los centros culturales, los aparta y aísla a donde no puedan conectarse con otras personas, ideas o vínculos, quitándote las ganas (y los medios) de vivir. 

El turismo, ese quinto jinete del apocalipsis que donde pisa no vuelve a crecer la hierba. Ese pantano hediondo lleno de cadáveres, herencia del ideario colonial, donde nos han metido en Andalucía a jogaillas. El turismo, en definitiva, ese modelo de negocio que nos empuja a morirnos lentamente hundiéndonos a todos en individualismo, pobreza y olvido. 

Quiero vivir en los espacios comunes, quiero estar en sitios destinados al recuerdo y a la memoria. No quiero ser una estadística que justifique otros cuatro años de un mal político. No quiero dar por cerrado los capítulos que quedan por escribir, en una ciudad, un tiempo y una comunidad a la que pertenezco

Después de esto, porque no hay mal que mil años dure, ni cuerpo que lo resista, a pesar de los billones de fotos en Instagram, quedará una historia común que contar. ¿Seremos seres disecados en un museo o sobreviviremos a estos tiempos sin cultura, sin comunidad y sin recursos para resistir? 

Heredamos lugares lleno de vida donde los habitantes se expresaban de diferentes maneras, donde se encontraban historia, identidad y consuelo terrenal los unos en los otros sin tener que rechazar ni depender de nadie. No quiero morir disecado como turista local. Quiero disfrutar de lo que es mío, qué universal ni qué niño muerto. Quiero vivir en los espacios comunes, quiero estar en sitios destinados al recuerdo y a la memoria. No quiero ser una estadística que justifique otros cuatro años de un mal político. No quiero dar por cerrado los capítulos que quedan por escribir, en una ciudad, un tiempo y una comunidad a la que pertenezco. No me quiero matá escribiendo en la viga antes de colgarme “Brook was here”. 

No sé si es nostalgia o reivindicación. En cualquier caso, creo que tengo derecho mientras viva a reclamar lo colectivo, lo común y no esconderlo. Quiero comprar los garbanzos a granel. Quiero sentarme en la plazoleta a comer pipas. Quiero que seamos capaces de comprarnos casas, tener proyectos de vida dignos y que la confianza florezca en la cercanía, creando vínculos comunitarios fuertes. Esta es la vida. El turismo es lo contrario de esto, ya tú lo llamas como quieras.

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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

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