ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
Qué monumento me corto que no me duela
No importa a dónde miremos. La desafección por el patrimonio cultural y natural está tan extendida que podría considerarse una epidemia. Por supuesto es algo tanto explicable como solucionable, y desde luego cambiar esta tónica sería lo deseable. O no, depende de a quién le preguntemos. Abramos en canal esta cuestión y hurguemos en sus entrañas, a ver qué sacamos.
Según el Panhispánico de la RAE, el patrimonio cultural es el conjunto de bienes que comprende los monumentos, los conjuntos y los lugares. Según la Ley de Patrimonio Histórico Español (LPHE), es el conjunto de todos aquellos bienes inmuebles y objetos muebles de interés histórico, artístico, arqueológico, paleontológico, etnográfico, científico o técnico, así como el Patrimonio documental y bibliográfico, los yacimientos y zonas arqueológicas, los sitios naturales, jardines y parques que tengan un valor artístico, histórico o antropológico. Según la UNESCO, el Patrimonio es el legado que heredamos del pasado, con el que convivimos hoy en día y transmitiremos a las generaciones futuras, el cual es fuente irreemplazable de vida e inspiración.
Con todas estas definiciones nos hacemos una idea de su capitalidad, especialmente si prestamos atención a la última. Sobre todo a la parte que dice “y transmitiremos a las generaciones futuras”, porque esta es la cuestión más conflictiva a día de hoy. Hasta el punto en que más que una afirmación, parece una pregunta o incluso una opción a desestimar.
La UNESCO, la LPHE, y cualquier otra insigne institución que dé definiciones y disponga medidas de protección, difusión y preservación del Patrimonio, se quedan en bragas ante los tejemanejes mercantiles que operan sobre este. La realidad que nos atraviesa es que el patrimonio, si no es explotable, no interesa. Es lo que se nos dice y nos lo creemos, por la puñetera falacia ad verecundiam (si lo dice alguien de autoridad, será verdad). No interesa ni siquiera en su dimensión científica, aunque esto a la larga también redunde en beneficios económicos.
No podemos olvidar las tramas especulativas que se organizan en torno a los diferentes monumentos andaluces, como ocurrió con la estafa de las audioguías de la Alhambra
Vemos ejemplos de desinterés, abandono, negligencia, mala gestión y destrozos patrimoniales casi a diario. Y no por gamberretes inconscientes, sino por parte de quienes lo tutelan y tienen la obligación de velar por ello. La lista es casi infinita por toda Andalucía, empezando por el cierre indefinido de tantos museos y monumentos por falta de mantenimiento y/o de personal, como el Museo Arqueológico de Granada, reabierto en 2018 tras años cerrado para hacerlo con una escasa colección, un pobre discurso museográfico y sin apenas espacio de almacén, provocando que piezas de enorme valor arqueológico acaben ocultas a la ciudadanía, arrinconadas en despachos y lugares varios donde no se tienen las condiciones de preservación ni la posibilidad de estudio que merecen y necesitan. Todo ello coronado por el inexplicable cese de un director que tras apenas un año de llegar con nuevas ideas para mejorar y revitalizar el museo, ve, como el resto de la ciudad, que los planes de futuro para dicho museo se truncan.
A pesar de todo hay que darse con un canto en los dientes porque el museo esté funcionando y con una colección permanente, cosa que no puede decir el Museo Íbero de Jaén. Aunque lleva abierto desde 2017, aún no tiene expuesta su colección definitiva, por lo que la visita transcurre entre salas donde a veces hay más eco que vitrinas. No ha sido hasta abril de este año que se han empezado a trasladar al museo las primera piezas que inician la colección. Si no fuera porque lo gestionan y trabajan excelentes profesionales que se esfuerzan en contrarrestar esta carencia a través de uno de los mejores programas museísticos de Andalucía, pocas razones nos daría la Junta para visitarlo, ya que ni siquiera tiene operativa la correspondiente web.
No podemos olvidar las tramas especulativas que se organizan en torno a los diferentes monumentos andaluces, como ocurrió con la estafa de las audioguías de la Alhambra. A pesar de que sobre varias personas, incluyendo la directora del Conjunto Monumental, recaían las acusaciones de prevaricación, malversación de caudales públicos, blanqueo de capitales, fraude en la contratación pública y apropiación indebida, todos los implicados han sido absueltos de estos cargos. Más recientes tenemos los escándalos, que no lo fueron tanto, en el Alcázar sevillano: cargos que parecen puestos a dedo, falta de transparencia en la gestión, aumento de precios, extralimitación de su capacidad de carga (con el consiguiente deterioro de varias de sus zonas), aumento de eventos oficiales y privados, espectáculos lumínicos dañinos para la fauna de sus jardines, estafas en la venta de tours para el monumento, … Todo, por supuesto, rentable económicamente.
Sin movernos de Sevilla, también tenemos que detenernos en el daño a los elementos patrimoniales que están en espacios públicos, con los que propios y ajenos interactuamos cotidianamente. En ellos también hay lugar para el abandono, el destrozo y la negligencia. Lo vimos en su momento con la cruz de Santa Marta, seña de una placita hasta hace poco casi secreta para muchos, hoy desventrada por el turismo masivo gracias a su promoción por parte de empresas e influencers locales. Probablemente esa fuera la razón de que un día ese crucero del siglo XVI apareciera destrozado, dejándonos a muches sevillanes con la sensación de que nos habían violado algo sagrado. Aún esperamos el arreglo por parte de un entonces recién estrenado equipo de gobierno municipal que se comprometió, como a tantas otras cosas que aún no ha cumplido, a restaurarlo ipso facto.
Hablando de cargar contra lo sagrado, no nos podemos dejar en el tintero la reciente eliminación de la colmena de abejas que habitaba dentro del Cristo de las Mieles, estatua de Antonio Susillo que preside la glorieta sobre su tumba en el cementerio de San Fernando. Un cristo que desde ahora, en los días de calor, ya no llorará la miel que le valió el nombre y la leyenda. Una de las más idiosincráticas de Sevilla, mandada a paseo por un ayuntamiento que pudo haber reubicado a las abejas y dar explicaciones, pero que inicialmente optó por no hacer ninguna de las dos cosas. Días después, respondió diciendo que habían actuado conforme a la ley según las circunstancias. Y así hasta decir basta por toda nuestra comunidad autónoma, que aparentemente tiene tanto para ofrecer como para destrozar.
Usar el Patrimonio andaluz para robarnos sale gratis. Destrozarlo buscando beneficios para unos pocos también. Pero no a les andaluces, que desde ahora tendremos que pagar entrada por visitar nuestros propios monumentos, museos y conjuntos arqueológicos
Usar el Patrimonio andaluz para robarnos sale gratis. Destrozarlo buscando beneficios para unos pocos también. Pero no a les andaluces, que desde ahora tendremos que pagar entrada por visitar nuestros propios monumentos, museos y conjuntos arqueológicos. Lugares que quedarán vedados para muchas personas por este hecho, alejándonos de un Patrimonio que ya de por sí nos llega a resultar bastante ajeno. Lo sería del todo si no fuera por les profesionales de la cultura, que tampoco salen bien parados en esta ecuación. Casi siempre hay insuficiente información en los museos andaluces por falta de acondicionamiento, cartelería, personal y demás dificultades, que dependen directamente de la financiación y el interés autonómico y/o estatal. Por norma general, esto lo suplen quienes trabajan sobre y en torno al Patrimonio. Desde la investigación académica y divulgación desde las instituciones museísticas y universitarias, hasta personal de sala, de gestión, de seguridad, tiendas, información, y profesionales guías e intérpretes del patrimonio, pasando por creadores de contenido cultural que se forman pero no ejercen en el sector o lo hacen de forma precaria. Esta es otra constante: la devaluación del trabajo y formación de quien escoge conocer y dar a conocer el Patrimonio como opción laboral y de vida. Intrusismo, precariedad, explotación, batallas legales por el derecho a ejercer, por el derecho a un trabajo con condiciones dignas, estigmatización (ya sabemos la injustificada fama que tiene cualquier arqueólogo de entorpecer una obra, obviándose su necesidad e imperativo legal en esta), inclusión en convenios ajenos que no tienen en cuenta las particularidades de cada perfil y que precarizan aún más (veáse el de construcción o el de hostelería), etc. Todo aderezado con constantes cuestionamientos y comentarios sobre la inutilidad de tu formación, que si no te ha llevado a lo más alto del funcionariado o de la empresa privada, se ve como una condena a la pobreza.
¿Qué hacemos con este panorama? ¿Abandonamos? ¿Dejamos que se queden la Junta y las grandes empresas con nuestro Patrimonio cultural y natural para poder explotarlo a nuestra costa, hasta reventarlo? ¿Obviamos la obligación de la primera para con él y con nosotros, con su tutela y nuestro derecho a conocerlo y disfrutarlo? Sé que es tentador, a pesar de la rabia. Cuando nos cansamos de poner el grito en el cielo, de señalar las indecencias, de reclamar respeto por nuestro legado compartido, … dan ganas de soltar la llorera más grande del mundo y decir “que se lo queden y revienten”. Pero no podemos hacer eso. No podemos hacernos eso.
Si renunciamos a todo, es a todo. Eso conlleva perdernos a nosotres mismes. Lo que tiene valor se cuida, se admira, se recrece, se comparte. Y en Andalucía, en cuanto a patrimonio y profesionales del mismo se refiere, nos sobra valor por los cuatros costados. Lo sabemos aquí y lo saben fuera, desde mucho antes de las carísimas campañas turísticas de la Junta de Andalucía que nos quitan aulas escolares para que en otros países les entre antojo de leer a Lorca con maceta de sangría. Lo saben las miles de personas que han emigrado por buscar una vida mejor, sin poder ni querer arrancarse la espina del arraigo. Y quienes se quedan, se quedan, pero en qué condiciones…
Quedan ejemplos de que, queriendo, se pueden hacer las cosas bien. Porque hay con lo que trabajar. Es el caso del lugar que me ha llevado a escribir este artículo, el cual me dio sosiego y esperanza. Se trata del Centro Logístico del Museo Arqueológico Provincial de Sevilla
Lo saben igualmente los poderes fácticos que rigen nuestro Patrimonio, pero en vez de apostar por nosotres y nuestro legado, escogen pisotearnos y mercantilizarlo en su propio beneficio. De ahí los problemas que tenemos, no sólo de emigración andaluza, sino de turismo masivo, dependencia del mismo, gentrificación y pérdida de patrimonio e identidad cultural. Lo hemos visto con las acciones y omisiones de gobernantes locales y autonómicos, despreciando una y otra vez la cultura que nos alimenta y motiva. Lo tengo muy presente, por ser lo que más de cerca me toca, con el ayuntamiento de Sevilla: cancelación de eventos públicos consolidados, instauración de otros privados en espacios públicos a costa de los mismos, pérdida de ayudas económicas necesarias para la promoción cultural, cierre de espacios emblemáticos y despreocupación de su reapertura, …
El rosario de agravios al Patrimonio y la cultura que es de todes es largo.
Afortunadamente, quedan ejemplos de que, queriendo, se pueden hacer las cosas bien. Porque hay con lo que trabajar. Es el caso del lugar que me ha llevado a escribir este artículo, el cual me dio sosiego y esperanza. Se trata del Centro Logístico del Museo Arqueológico Provincial de Sevilla, el cual tuvo el pasado mes de mayo unas jornadas de puertas abiertas que permitían conocer, no sólo el espacio en sí, sino la labor que hace el museo tanto de ordinario como en este lugar en el que esperan a que finalicen las eternas obras de su sede.
Este centro es la envidia del mundo en su campo por el sistema de almacenamiento, conservación, traslado de obras, seguridad, tecnología, catalogación y gestión de sus fondos. Algo que esperaríamos ver en países que consideramos mucho más avanzados, un sitio al que acuden especialistas mundiales de diversas disciplinas para aprender e investigar. Y no está en uno de esos países. Está en La Rinconada, provincia de Sevilla, Andalucía.
¿Quién ha financiado todo esto? Pues la Junta y el Estado (nuestros impuestos) han tenido buena parte en ello, claro, pero parece que han sido determinantes los famosos fondos europeos, gestionados por el propio museo según pude entender. Porque el personal del museo sabe que lo que tenemos aquí merece la pena, aunque no dé pasta (o no de la forma en que lo puedan dar la Alhambra de Granada, el Alcázar de Sevilla, la Mezquita de Córdoba, el turismo minero y de playa de Huelva, la Catedral y costa de Cádiz, la Alcazaba y los cruceros de Málaga, la Alcazaba de Almería o la catedral de Jaén). Todo sin que medie ninguna campaña turística ni afanes especuladores de por medio, simplemente por el aprecio y respeto por la cultura y patrimonio andaluces.
Desde estas líneas quiero agradecer al personal de los museos, conjuntos arqueológicos, yacimientos y monumentos andaluces el trabajo y dedicación con que encaran la tarea, nada fácil, que tienen entre manos
El personal técnico y de dirección que trabaja aquí tiene no sólo una cualificación y saber hacer envidiables, sino que explican divinamente lo necesario de su labor, los detalles de las piezas que custodian y estudian, los procesos a los que las someten para su conservación, así como la importancia de la institución que mantienen viva. O mejor dicho, que mantenemos. Porque en ello hacen especial hincapié: el museo está vivo y es de todas, todos y todes. Es nuestro para conocerlo, para disfrutarlo, para preservarlo, para aprender en él de nuestra historia, y por consiguiente, para conocer nuestra propia identidad y hacernos fuertes en ella. Así sabremos cuándo se quiere hacer caja con esta, que es tanto como querer hacer caja con nuestras personas.
Desde estas líneas quiero agradecer al personal de los museos, conjuntos arqueológicos, yacimientos y monumentos andaluces el trabajo y dedicación con que encaran la tarea, nada fácil, que tienen entre manos. Igualmente quiero reconocer la labor de todes les profesionales que trabajan, a menudo pasando muchas fatiguitas, en la Cultura y el Patrimonio cultural y natural. Y cómo no, el empeño de tantas personas, medios, asociaciones, plataformas y colectivos que aman, cuidan el Patrimonio, y denuncian los desmanes que este y su entorno sufren. A todas os veo, admiro y agradezco en el alma lo que hacéis y os pido que descanséis cuanto toque, pero que por favor no desistáis. Estamos en vuestras manos.
A quienes lean esto, les doy las gracias por interesarse y por estar en disposición, espero, de sumergirse si aún no lo han hecho en las bondades y maravillas patrimoniales que tenemos por toda la comunidad andaluza. Son vuestras: conocedlas, amadlas, defendedlas. Estaréis haciéndolo con vosotras mismas. Tenemos un verano estupendo para ello por delante. Disfrutemos y abanderemos un Patrimonio que quita el sentío. Dejemos a las generaciones futuras esta fuente de vida e inspiración.
No importa a dónde miremos. La desafección por el patrimonio cultural y natural está tan extendida que podría considerarse una epidemia. Por supuesto es algo tanto explicable como solucionable, y desde luego cambiar esta tónica sería lo deseable. O no, depende de a quién le preguntemos. Abramos en canal esta cuestión y hurguemos en sus entrañas, a ver qué sacamos.
Según el Panhispánico de la RAE, el patrimonio cultural es el conjunto de bienes que comprende los monumentos, los conjuntos y los lugares. Según la Ley de Patrimonio Histórico Español (LPHE), es el conjunto de todos aquellos bienes inmuebles y objetos muebles de interés histórico, artístico, arqueológico, paleontológico, etnográfico, científico o técnico, así como el Patrimonio documental y bibliográfico, los yacimientos y zonas arqueológicas, los sitios naturales, jardines y parques que tengan un valor artístico, histórico o antropológico. Según la UNESCO, el Patrimonio es el legado que heredamos del pasado, con el que convivimos hoy en día y transmitiremos a las generaciones futuras, el cual es fuente irreemplazable de vida e inspiración.