ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
La parte por el todo
El proyecto nacional español vive en la esquizofrenia de sobrestimar lo andaluz, adoptado como símbolo de representación externa, pero a la vez lo degrada. A pesar de perpetuar el carácter periférico de Andalucía, el nacionalismo de Estado, desde el siglo XIX, ha adoptado la llamativa estrategia de apropiarse (como ha hecho con el castellano en la vertiente lingüística) de la singularidad cultural andaluza, a la que trata de vaciar de contenido para negarla y caracterizarla como genéricamente 'española'.
Dicha centuria fue el momento de formación de los llamados Estados-nación en el subcontinente europeo, marcos territoriales en los que se buscaba de manera imperiosa inventar (literalmente) identidades que trataran de amalgamar la totalidad de las respectivas poblaciones contenidas en ellos. En el caso del reino de España en ciernes resultaba que, por ejemplo, el flamenco era la típica música española de aquella época para quienes visitaban la Península en una intensa querencia por la exotización orientalista, a pesar de las reticencias iniciales de la intelectualidad liberal, que encontraba en él un género barriobajero e indigno de erigirse en música nacional. Su éxito internacional terminaría por hacerle asumir la elección de esta manifestación artística andaluza como representación de lo español, igual que las obras de un grupo de compositores catalanes y andaluces que, a pesar de esta procedencia geográfica dual, orientaron su producción de forma inequívoca hacia temas morisco-andalucistas. En sus títulos reflejaron la nueva sinécdoque sustitutiva de la parte real (Andalucía) por el todo imaginario (España): Isaac Albéniz (Cantos de España, Danzas españolas, Suite española, Suite Iberia; dividida esta última en “Triana”, “Rondeña” o “El Albaicín”), Enric Granados (Iberia, Capricho español, Danzas españolas), Manuel de Falla (Noches en los jardines de España) o Joaquín Turina con su cultura andaluza como marchamo aduanero de lo español por el mundo.
Pues bien, la elección sonora de La Sexta Columna no fue otra que el célebre tema “La leyenda del tiempo” del mítico artista andaluz Camarón, perteneciente a su álbum homónimo de 1979
Tal asimilación tiene, por supuesto, su constante reflejo mediático. Así, la conversión del flamenco en presunta embajada cultural española es la que explica automatismos como la alternativa musical por la que optó el equipo de documentación y montaje del programa La Sexta Columna, para su edición del viernes 22 de enero de 2021, dedicado a las “Lenguas de España”. En un momento del reportaje, al hilo de la situación del castellano en Estados Unidos, se insertaban imágenes de participantes de origen español en el desfile del Columbus Day, festividad conmemorativa de la llegada de Colón al continente americano, con banderitas rojigualdas y la correspondiente parafernalia que acompaña a este tipo de celebraciones. Pues bien, la elección sonora de La Sexta Columna no fue otra que el célebre tema “La leyenda del tiempo” del mítico artista andaluz Camarón, perteneciente a su álbum homónimo de 1979. ¿Por qué no tirar de artistas como Mikel Laboa, Os Resentidos, Lluís Llach o María del Mar Bonet como significantes sonoros a la hora de ilustrar ese concepto ‘España’? Porque sus respectivas culturas nacionales están suficientemente reconocidas en su especificidad y no han sido víctimas paradójicas de ese éxito fatal del que es protagonista la andaluza, subsumida en la fabricación de la identidad española.
Fue durante la etapa de la Segunda República española, durante los años 30, cuando el cine español comenzó a favorecer la transmisión de la imagen de una Andalucía como esencia 'española', pero, eso sí, atrasada con respecto al resto del Estado; durante el franquismo no harían más que consolidarse estos clichés relacionados con el país. El medio cinematográfico, a través de productoras radicadas fuera de Andalucía, contribuyó decisivamente a la fijación de unos estereotipos de lo andaluz vinculados con la novela de los viajeros románticos.
Encontramos otra muestra de esta confusión ideológica entre Andalucía y el reino de España desde el plano musical en el reportaje “La financiación de todos” de Informe Semanal, emitido por La 1 el sábado 9/VI/2018
Los ejemplos actuales de los medios de comunicación en los que podemos encontrar esta sinécdoque sustitutiva o vampirización cultural, como la ha definido el arriba citado Isidoro Moreno, son innumerables. Pero quedémonos con uno donde lo incoherente llega a extremos surrealistas. Coincidiendo con la celebración de la Copa del Mundo de fútbol de 2018, la cadena Cuatro emitió un documental titulado “La Rusia de Putin”. A cuento de las personas conocidas como “niños de la Guerra”, 3.000 niños y niñas recogidos en los puertos de Bilbao y Gijón y cuyo destino fue el exilio a la Unión Soviética en 1937 para salvarles del avance del ejército fascista, una bailaora aficionada es entrevistada por Cuní. Es Marina Coto, hija de una niña de la guerra oriunda de Asturias que llegó a la URSS en barco, con 12 años de edad, procedente de Gijón. A pesar de que estamos hablando de personas procedentes íntegramente de Asturias o el País Vasco, lo que se entiende por cultura española, una vez más, no es una tonada celta asturiana ni un aurresku, sino que la gente del Centro Español de Moscú se dedica a la práctica de la música andaluza; un hecho que choca con el supuesto propósito de dicho emplazamiento donde “se reúnen los descendientes de los niños de la guerra para mantener vivas sus tradiciones”, por rescatar el enunciado del periodista. Más preciso hubiera sido referirse expresamente a mantener vivas las tradiciones andaluzas, no sus tradiciones (las de esas personas ni de sus lugares de origen). Salvo que el flamenco sea asturiano.
Encontramos otra muestra de esta confusión ideológica entre Andalucía y el reino de España desde el plano musical en el reportaje “La financiación de todos” de Informe Semanal, emitido por La 1 el sábado 9/VI/2018. La Plaza de España de Sevilla sirve de fondo visual, en el que puede verse a una mujer con traje de gitana haciendo movimientos flamencos con los brazos. Llamativamente, suena de fondo la “Danza española número 1” perteneciente a la ópera La vida breve (tras esta primera aparición volverá a sonar en 5:05), compuesta en 1905 por Manuel de Falla, andaluz, y estrenada en 1913. De hecho, Falla recurrió a un conocido suyo para preguntarle la forma de hablar de la población granadina, con el objetivo de representar la realidad lingüística de Granada en su ópera. La mencionada danza cuenta con el inconfundible recurso percutivo de los palillos (‘castañuelas’), que subrayan inequívocamente su carácter andaluz.
Previamente, en 1:41, el espacio nos ha ofrecido justo antes de la primera intervención de Díaz unos totales (imágenes de relleno sin sonido propio) de la presidenta caminando por los jardines del Palacio de San Telmo, sede del Ejecutivo de la Junta, mientras la voz en off explica: “Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía, y Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, nos han recibido para hablar de las necesidades de las autonomías”. Sin embargo, solo salen exteriores de Sevilla (ciudad sede del gobierno de la Junta de Andalucía, como decimos), no de Compostela; están ausentes las imágenes del Palacio de Raxoi, donde se emplaza la Xunta de Galicia. Tampoco se oye música gallega. Pero sí en 3:35 puede oírse, sutilmente pero sin espacio para la duda, una versión del tema “Nothing else matters”, del grupo de heavy metal Metallica. Pero hay que aclarar que se trata de una versión a ritmo de bulería para cajón y la guitarra flamenca (con el estadounidense Ben Woods al toque). El programa en su plano sonoro termina literalmente con sevillanas desde 7:50 al final; en este caso, las cantadas por la artista Clara Montes, nacida en Madrid pero de origen y residencia gaditanos, y escritas por el poeta, novelista y dramaturgo cordobés Antonio Gala.
En síntesis, la mediasfera está plagada de símbolos artísticos y visuales andaluces que son tomados como elementos de representación del conjunto del Estado, en una mezcla de apropiación indebida y, a menudo (como sucede de hecho en el referido espacio de Informe Semanal), de enésima cantinela contra la presunta “insolidaridad nacionalista periférica frente al pobre y llano pueblo español”. Estas son solo algunas pinceladas; los ejemplos son virtualmente infinitos y buen número han quedado registrados en un reciente análisis.
El proyecto nacional español vive en la esquizofrenia de sobrestimar lo andaluz, adoptado como símbolo de representación externa, pero a la vez lo degrada. A pesar de perpetuar el carácter periférico de Andalucía, el nacionalismo de Estado, desde el siglo XIX, ha adoptado la llamativa estrategia de apropiarse (como ha hecho con el castellano en la vertiente lingüística) de la singularidad cultural andaluza, a la que trata de vaciar de contenido para negarla y caracterizarla como genéricamente 'española'.
Dicha centuria fue el momento de formación de los llamados Estados-nación en el subcontinente europeo, marcos territoriales en los que se buscaba de manera imperiosa inventar (literalmente) identidades que trataran de amalgamar la totalidad de las respectivas poblaciones contenidas en ellos. En el caso del reino de España en ciernes resultaba que, por ejemplo, el flamenco era la típica música española de aquella época para quienes visitaban la Península en una intensa querencia por la exotización orientalista, a pesar de las reticencias iniciales de la intelectualidad liberal, que encontraba en él un género barriobajero e indigno de erigirse en música nacional. Su éxito internacional terminaría por hacerle asumir la elección de esta manifestación artística andaluza como representación de lo español, igual que las obras de un grupo de compositores catalanes y andaluces que, a pesar de esta procedencia geográfica dual, orientaron su producción de forma inequívoca hacia temas morisco-andalucistas. En sus títulos reflejaron la nueva sinécdoque sustitutiva de la parte real (Andalucía) por el todo imaginario (España): Isaac Albéniz (Cantos de España, Danzas españolas, Suite española, Suite Iberia; dividida esta última en “Triana”, “Rondeña” o “El Albaicín”), Enric Granados (Iberia, Capricho español, Danzas españolas), Manuel de Falla (Noches en los jardines de España) o Joaquín Turina con su cultura andaluza como marchamo aduanero de lo español por el mundo.