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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Verdiblanca descafeinada

3 de diciembre de 2023 19:56 h

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«Y si alguna vez negociamos un mundo nuevo, queremos café para todos y todas, que ya van muchos siglos fregando las tazas», Gata Cattana.

Hace poco, en una conversación se me dijo que los andaluces estamos ya muy pesaditos con las reivindicaciones y el andalucismo. Que parece que no hubiera nada aparte de Andalucía, que otros pueblos de España también están maltratados y tienen cosas que reivindicar y, lo peor de todo, que decimos que ciertas cosas son andaluzas cuando no lo son en exclusiva (expresiones como ea, chuminá, o arrecío). No es la primera vez que alguien que no es andaluz me dice esto, la verdad. Conque automáticamente pensé en disculparme por pesá. Pero luego me dije que por qué, si tengo motivos para serlo. Tenemos motivos de sobra.

De quien me dijo esto, nadie se ha reído nunca por su acento. De mí sí, incluso en una primera conversación, sin contexto, confianza ni precedentes para permitirse tildarme de mal hablada. Igual que me han felicitado porque, por lo visto, algún día suelto, mi acento no parecía sevillano. Tampoco le han alabado su salero (dado por hecho de antemano) por ser, naturalmente, andaluza. Ni le han tomado menos en serio en contextos laborales por el mismo motivo. Y aunque entiendo su crítica y su hartazgo, me da pena que la conclusión a la que se llega sea esa, y me pesa muchísimo la incomprensión. Como me pesa el saber que tengo que seguir machacando el tema, aun a riesgo de seguir molestando a quien no quiero molestar. Es que a ti te lo cuentan, pero no lo vives.

En mis adentros, me inquieta el saber por qué desde fuera se percibe esto como una jartura, una molestia, un ataque, un movimiento chupacámara que deprecia el valor de otros pueblos. ¿En qué momento este carro andalucista al que se subió todo el mundo (y digo todo el mundo, desde Cádiz hasta Londres, Miami o Nueva York) dejó de percibirse como algo a celebrar y abanderar, para pasar a ser una pesadez insoportable? ¿Desde cuándo ese andalucismo universal y humano, sediento de justicia e inclusividad, está perdiendo fuelle? ¿Nos quitaron las tote bags en EPA la razón de ser y la simpatía del mundo? ¿Perdimos en el continente el contenido?

Voces “importantes” nos dicen que se nos conoce, se nos mira, se nos quiere y tiene en consideración (de ello dan cuenta el turismo, los Grammy latinos, las ventas de aceite de oliva y el reconocimiento internacional del flamenco, ¿verdad?). Sin embargo, en Andalucía nos sentimos cada vez más en desamparo y abandono. Porque aquí no ha cambiado nada. No para bien, al menos. El embrujo que dicen que destilamos menea su fascinante bata de cola levantando una ráfaga que nos despeina el flequillo y nos deja medio majaras, pero después… El encanto se desvanece y nos la meten en la caja (la bata de cola). Por intereses nos ponen los focos en la cara, colocándolos a placer quienes quieren deslumbrar(se) con ellos, pero en ese escenario no estamos nosotros. Estamos entre bambalinas, rumiando que si los focos fueran nuestros, los estaríamos apuntando hacia otros rincones.

Moreno puso el foco ahí, lo quitó de la rabia. Lo quitó de sí, del sinsentido que es tener dos celebraciones iguales en el calendario, a menos que quieras vaciarlas de significado. Centrifugó la bandera hasta dejarla deslavazada

Hoy los focos apuntan a la efeméride: 4 de diciembre, Día de la bandera, que pone en el calendario oficial andaluz. Reconocimiento cortesía de Moreno Bonilla, que magnánimamente quiso darle luz a una fecha trascendental en la memoria andaluza. Pero no lo hizo honrando la justa indignación que llevó a la masa popular a las calles en 1977, con todo lo que ello conllevó, para bien y para mal. Lo hizo descafeinando el mensaje, mandando a los colegios actividades calcadas de las de cualquier 28 de febrero, llevando un pin en la solapa y diciendo lo bonita que es Andalucía y lo mal que la trata el Estado (como si su gobierno no fuera parte activa del problema). Y basta.

Puso el foco ahí, lo quitó de la rabia. Lo quitó de sí, del sinsentido que es tener dos celebraciones iguales en el calendario, a menos que quieras vaciarlas de significado. Centrifugó la bandera hasta dejarla deslavazada, igual que ha hecho con nuestros servicios públicos, nuestros entornos naturales y, aparentemente, nuestro pulso combativo. Su gestión se traduce en que parezca que el andalucismo no puede ser un golpe sobre la mesa, sino un rollito cool que da dinero si lo sabes rentabilizar. A más abultados ciertos bolsillos (nunca los tuyos y míos), menos abultadas las ganas de echarse a la calle, de decir una palabra más alta que otra. Porque esto cansa, claro. Se cansan los pisoteados y se cansan quienes amaron el frenesí andalucista cuando estuvo de moda.

Pero las modas pasan y la podredumbre queda. ¿Cómo no vamos a seguir clamando al cielo quienes aún tengamos rabia y fuerza para ello? Sea por Andalucía libre, los pueblos y la humanidad, reza nuestro himno. Pueblos que a pesar de los focos, desde nuestras bambalinas, vemos. Porque combatir la miseria debe ser algo compartido. Por eso pido que, por favor, no nos tildéis de pesás. Mejor tomémonos un café en comandita, charlemos, consolémosnos, y luego rompámosles las tazas en la cara a quienes nos dejan, una y otra vez, una pila de loza sucia.

«Y si alguna vez negociamos un mundo nuevo, queremos café para todos y todas, que ya van muchos siglos fregando las tazas», Gata Cattana.

Hace poco, en una conversación se me dijo que los andaluces estamos ya muy pesaditos con las reivindicaciones y el andalucismo. Que parece que no hubiera nada aparte de Andalucía, que otros pueblos de España también están maltratados y tienen cosas que reivindicar y, lo peor de todo, que decimos que ciertas cosas son andaluzas cuando no lo son en exclusiva (expresiones como ea, chuminá, o arrecío). No es la primera vez que alguien que no es andaluz me dice esto, la verdad. Conque automáticamente pensé en disculparme por pesá. Pero luego me dije que por qué, si tengo motivos para serlo. Tenemos motivos de sobra.