Las cartas de La Pirenaica: el mapa radiofónico de la resistencia antifranquista
Habla Radio España Independiente, estación Pirenaica... Con esa radiofónica entrada, la voz de los vencidos en la Guerra Civil sorteó la censura de la dictadura durante más de 35 años. Era una manera de conservar la memoria de los caídos, de matar el hambre de reivindicación, el anhelo de libertad. Como ejemplo, el programa Correo de La Pirenaica daba lectura a cartas enviadas desde España o cualquier paraje recóndito del exilio republicano. Los periodistas Rosario Fontova y Armand Balsebre han analizado el archivo histórico que conserva unas 15.500 de estas misivas. Lo cuentan en el libro Las cartas de La Pirenaica. Memoria del antifranquismo (Cátedra, 2014).
La emisora del Partido Comunista español, ubicada primero en Moscú (Rusia) y luego en Bucarest (Rumanía), emitió de manera ininterrumpida desde 1941 hasta su cierre el 14 de julio de 1977. Su programado final coincidió con las primeras elecciones democráticas que enterraban el régimen militar. Las Cortes Constituyentes acogían a Dolores Ibárruri, La Pasionaria, a Rafael Alberti, y La Pirenaica echaba el cierre. Había sido hasta entonces el altavoz del antifranquismo.
Una radio de masas vía L’Humanité y La Unitá
L’HumanitéLa Unitá“Cuando ponen en marcha el Correo de La Pirenaica estaban abriendo la llave para convertir una radio de partido en un medio de comunicación de masas”, dice Balsebre. Aquella suerte de corresponsales eran combatientes republicanos, exiliados, expresos, obreros, campesinos, mineros, profesores, amas de casa, escritores y estudiantes. Los “ojos y oídos de La Pirenaica” que hacían llegar sus cartas vía L’Humanité, periódico del Partido Comunista Francés, y por La Unitá, de los comunistas italianos.
Entre el memorial de agravios, el relato traía el drama de la guerra, el reguero de fosas comunes antes y después del conflicto, las cárceles, la inmigración, la falta de acceso a una educación digna o la insoportable carestía de la vida. Las cartas de La Pirenaica analiza el contenido de los textos que se han conservado. Y los perfiles de quienes los remitían. Como El Veleño, voluntario de la 52 Brigada, luego preso y torturado. Había escrito asiduamente a Radio España Independiente y en una de esas cartas recordaba, en 1962, “a los 600 compañeros que tenemos enterrados en Vélez-Málaga por los verdugos fascistas y todos sabemos quiénes fueron los denunciantes”.
Se hacía eco así de las ejecuciones ocurridas durante la guerra y la posguerra en Andalucía, cuenta Rosario Fontova. Eran menciones continuas a paseos, violaciones, asesinatos que fabrican una radiografía “espeluznante”. “Mataron toda la flor del pueblo”, decían desde Casares (Málaga). Martín, un oyente de Osuna (Sevilla) describe el lujoso panteón de mármol que se había hecho construir el alcalde, Antonio Fernández Calvo, “y al lado reposan sin flores en tierra los hijos mártires de Osuna que él ordenó fusilar”. Desde Sevilla, una carta denunciaba cómo el alcalde de Paradas, un “célebre pistolero llamado don Ángel que en 1936 abusó de las muchachas más bellas del pueblo amenazándolas con asesinarlas”.
Voces de la disidencia que Franco no pudo silenciar
Un lamento coral de las distintas sensibilidades ideológicas contra el imperio del terror impuesto por la dictadura, dicen los autores de la obra, acentuado por la ejecución del dirigente del PCE Julián Grimau en 1963. Voces de la disidencia que la España de Franco no pudo silenciar. “Pensamos que llegaron a enviarse más de 100.000 cartas aunque la mayoría se perdieron”, según Balsebre. Documentos que sirvieron para denunciar el terror, el cautiverio de presos políticos, para encontrar desaparecidos… escritos con diferentes tipos de letra y hasta con tinta invisible para sortear la censura.
Registro sonoro en el que también cabían las coplas de Antonio Molina, La Niña de los Peines, Juanito Valderrama o incluso Raimon. También la voz del poeta Marcos Ana, símbolo de la represión y de la propia emisora. Y la de Pilar Aragón, locutora del Correo y de Página de la mujer. Había oyentes que llamaban a la estación “sedante tras la dura lucha por la existencia”. Otros, directamente “oxígeno”. El aparato radiofónico emitía en la clandestinidad y así se oía en España, a oscuras, con la obligación inexcusable de mover el dial al terminar la sesión.
En la presentación en Sevilla de Las cartas de La Pirenaica, el director general de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, Luis Naranjo, calificó el volumen como “la voz de los vencidos, un mapa de la resistencia antifranquista”. Para el periodista Paco Lobatón, el libro es “un diamante oculto que los autores han rescatado en un ejercicio de periodismo documental exquisito”. Un retorno único, mantiene, “del mensaje que La Pirenaica trataba de transmitir y que tiene que ver con una sociedad española que sufría la dictadura franquista”.