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Así es la casa de Sevilla que entrena la libertad: “Quiero dejar la vida que llevaba”

Internos y voluntarios celebrando un encuentro navideño en la casa de acogida

Javier Ramajo

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“El tango y el mate son nuestros”. Fernando, uruguayo, no puede esconder cierta contrariedad por la victoria de Argentina en el mundial de fútbol. Interno en el centro penitenciario de Morón de la Frontera (Sevilla), le quedan tres años para salir en libertad. En sus días de permiso ha acudido, como viene haciendo desde hace tiempo, a la casa de acogida que la asociación Zaqueo tiene en Valdezorras, en la zona norte de la capital, para personas presas en segundo o tercer grado. “Lo único que les pedimos para participar en el programa es tener voluntad de cambio”, explica Amparo Morillo, psicóloga. A Félix, convencido de cumplir con el requisito, le queda poco más de un año para dejar atrás la cárcel. “Quiero dejar la vida que llevaba y tener una vida nueva”, asegura.

Es día de reecuentros antes de las fiestas. Julio presume de haber “inagurado” la casa, allá por 2014. “Aquí me acogieron, porque no tenía dónde ir”. Estuvo 14 meses viviendo todos los fines de semana porque no tenía familia en Sevilla. Observa cómo ha crecido la higuera a la entrada de este particular hotel. Entre los “buenos recuerdos” y el “pellizquillo” por la situación que entonces padecía, Julio se presenta a los actuales internos, que gozan del régimen de semilibertad en un proyecto que desarrolla labores terapéuticas con el objetivo último de la reinserción social. “Mira, esta era mi habitación”, enseña mientras conoce a Guillermina, la “gobernanta” del lugar, como la llama Fernando. “Soy amiga, jefa y a veces hasta madre”, asegura al tiempo que parte la tortilla para el aperitivo prenavideño.

Guillermina es la memoria histórica de lugar. “Se les coge mucho cariño en estas convivencias. Hablamos mucho, de sus cosas, de sus miedos. En la cárcel te lo ponen todo por delante pero aquí hay que trabajar también”, explica de su labor para “hacer cumplir las normas”, que no son muchas pero de obligado cumplimiento. “Es lo que tiene que hacer para evitar conflictos. Dice las cosas como son y así se hacen”, apunta serio Félix, parco en palabras pero directo en sus apreciaciones. La droga le llevó a prisión, y ahora pernocta en la casa por un tiempo cada mes y medio. “Hay semanas que esto parece Naciones Unidas”, comenta Fernando por el origen extranjero de muchas de las personas presas, como él, que pasan por la casa de Valdezorras.

Satisfacciones y decepciones

El lugar es un continuo ir y venir de entradas y salidas, no solo hoy, y de abrazos a todo el que entra por la puerta. Todos sus habitantes tienen que dormir en la casa pero también tienen que realizar otras actividades o “excursiones” organizadas por los técnicos que la gestionan en virtud de un acuerdo de colaboración de Zaqueo con la Fundación Samu. Una de esas actividades (“¡no todo va a ser terapia!”) les lleva a institutos de Sevilla para explicar su situación de privación de libertad y donde exponen públicamente la máxima del “ojalá mis padres me hubieran avisado de algunas cosas”, en contraposición con lo que pensarán muchos de esos adolescentes rebeldes a los que les hablan. “Los chavales lo flipan y ellos cuentan sus experiencias vitales. Como educadores de calle no les gana nadie”, asegura Amparo, también terapeuta familiar, que repasa los programas y proyectos de la organización para la readaptación social o la mediación de conflictos, entre otros.

Guillermina se afana en lo suyo con la ayuda de Fernando, que se lamenta por mancharse con la lata de sardinas. “Tengo que saber cuántos somos”, protesta ella. “Trato de ser empática, porque me pongo en el lugar de ellos”, comenta. La convivencia “no siempre es fácil” y reconoce “algunos conflictos” que no han llegado a mayores, como en cualquier casa. “Hay muchas satisfacciones personales, aunque también decepciones”, señala. A punto de jubilarse, “aunque lo mismo vuelvo”, se siente “querida” por los hospedados que vienen y van. Incluso durante un tiempo estuvo viviendo en la casa aunque finalmente abogó por separar vida y trabajo, uno de los muchos por los que ha pasado, desde una guardería hasta una revista, según repasa. “Todo lo que sea tratar con las personas me gusta mucho”, afirma con seguridad.

Fernando está cerca del tercer grado penitenciario. Encargado de la limpieza en la cárcel de Morón, ha cumplido casi ocho de su once años de condena y pelea por ir cumpliendo con los requisitos para salir cuanto antes, entre otros motivos porque dos hijas le esperan cerca. Aunque recuerda que Sevilla II, pese a ser la cárcel de España más denunciada por malos tratos y fallecimientos en su interior, está mejor “desde que llegaron los de derechos humanos”, denomina a los centros penitenciarios españoles como “hoteles de siete estrellas” en comparación con los sudamericanos, que también conoce. “Aquí duermen dos donde allí dormían diez”, indica.

Él ha pedido el cambio de acogida para poder ir a su piso de alquiler en una localidad de la provincia pero la junta de tratamiento de Morón se lo impide de momento y acude a la casa de Zaqueo cuando tiene permiso penitenciario. En todo caso, también va a buscar a sus hijas al colegio o trata de regularizar defintivamente su situación en España con diverso papeleo. Amparo explica que el programa sirve como tutela institucional para personas, actualmente unas cincuenta de Sevilla II, que no disponen de amigos o familiares con quienes pasar la noche. “Según la etapa en que se encuentre cada interno, según su situación y sus necesidades, adaptamos el proyecto”, destaca.

“No es solo un centro de acogida, porque tratamos que sea lo más hogar posible”, aunque el frío y la lluvia desangela la ya de por sí humilde casa, que se equilibra con el ambiente familiar que se respira. Pastor, otro de los internos de Morón, no se encuentra bien y finalmente tienen que llevarlo al hospital más cercano. “Esto es como nuestra casa, aquí se está a gusto y se nos ayuda”, resume Félix, que sigue apuntando sensaciones. Zaqueo la da pie a “no estar tirado en la calle”, reconoce agradecido.

Justicia restaurativa, otra forma de mirar

Otro de los proyectos en lo que trabaja Zaqueo es el de justicia restaurativa, que este periódico ha tratado de conocer de primera mano durante la impartición de uno de los talleres organizados por la asociación en Sevilla I pero la asistencia ha sido verbalmente rechazada, sin que la propia organización sepa muy bien por qué. A través de charlas, coloquios y tertulias, con la metodología de círculos restaurativos que también se han desarrollado en la casa de acogida, se les ofrece a los usuarios la oportunidad para reflexionar acerca de lo hechos que les han llevado a la cárcel, según explica Adela Robles de Acuña, que detalla los pormenores del programa con ayuda de Elena Becerra, representante de Samu.

Esa justicia restaurativa “responde a las necesidades e inquietudes respecto al hecho delictivo en la víctima y en el victimario pero con un enfoque distinto”, explica la mediadora. “El victmario es el 'agresor' y es clave en esta materia, porque los dos son víctimas”, apunta Elena, que también destaca “la reparación” como factor fundamental, que da pie a determinados beneficios penitenciarios y que supone un “complemento al sistema jurisdiccional, reributivo, de pagar por hacer algo”. “La cuestión es ver las cosas de otra manera y ayudamos a los internos a conocer distintos tipos de realidades para encontrar una resocialización, con enfoques diferentes. Tratamos de mostrar nuevos patrones cognitivos a personas que vienen de un entorno social y cultural muy determinado”, explican.

El perdón, el reconocimiento de las secuelas y la mencionada reparación, que puede ser moral, económica o simbólica, también se trabaja dentro de esta particular casa. La “vida normal” de Julio, la “esperanza” de Félix en cambiar de vida o el “tercer grado a la vista” de Fernando son los resultados del trabajo de ayuda para una reinserción social que no siempre se aprecia dentro de la cárcel, según reconocen los internos participantes en este proyecto de 'casa abierta'. La convivencia bajo el mismo techo durante un tiempo en el hogar de Valdezorras, lejos de sus habituales celdas, suple el vacío de residencia y compañía de personas presas que tratan de prepararse de forma gradual a la vida en libertad.

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