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En clase con Teresa Rodríguez: volver al aula tras la década más intensa de la política

10 de febrero de 2023 22:08 h

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Pocos rostros tan populares de la política reciente como el de Teresa Rodríguez: su protagonismo en momentos decisivos del último ciclo político, su marcado perfil propio, sus intervenciones viralizadas en redes sociales, sus desencuentros con Pablo Iglesias y su cercanía expresiva y carisma le han dado esa popularidad incluso más allá de Andalucía. Por eso seguramente recibió tanta atención mediática su decisión, a finales del año pasado, de dejar la primera línea política y reincorporarse a su plaza de profesora en un instituto de Secundaria. Una atención sorprendente, pues no es un caso excepcional: la llamada “nueva política” nos ha acostumbrado a este tipo de idas y vueltas entre la vida civil y la institucional.

Tampoco es Gerardo Iglesias regresando a la mina, referente ochentero que Rodríguez recuerda bien. Sin embargo, llamó mucho la atención que una política joven y tan representativa de toda una época se despida de pronto y además comience a dar clases de inmediato, sin transición, sin pasar por otros posibles destinos más próximos a la política. Para comprobar cómo es la vuelta al curro de quien ha vivido tan intensamente el último ciclo político, me voy una mañana al Instituto Manuel de Falla, en Puerto Real, localidad gaditana de fuerte historia obrera vinculada a los astilleros. Acompáñenme si quieren conocer a esta profesora de Lengua y Literatura.

Me siento al fondo de una de sus clases, pero en primera impresión me cuesta ver a una profesora. Supongo que es cierto efecto pantalla, esa aura que se le pone a la gente que sueles ver en televisión y no en persona: yo sigo viendo a la líder de Adelante Andalucía, la Teresa mitinera que levantaba a la gente en campaña. Reconozco esa voz enérgica y con cierto magnetismo que hoy gana la atención de los estudiantes como ayer enganchaba a los espectadores cada vez que asomaba en una tertulia televisiva o debate electoral. Una voz fuerte pero cercana, persuasiva sin agresividad, entrenada en una juventud de asambleas y protestas, con orgulloso acento andaluz y que cualquiera reconoce con los ojos cerrados, de tantas veces que la hemos oído.

Nos parece que llevamos media vida viendo a Teresa Rodríguez, pero en realidad no hace ni una década que la conocimos por primera vez: nueve años, los que se acaban de cumplir desde que el primer Podemos se presentó en una rueda de prensa en el Teatro del Barrio, en Lavapiés. ¿Lo recuerdan? Parece que ha pasado un siglo, pero solo son nueve años, nueve intensísimos años. Por aquel escenario asomaron ese día varias mujeres y hombres del grupo impulsor, y entre ellas destacó una joven profesora y sindicalista gaditana que solo era conocida en ambientes activistas del sur, y que pocos meses después se convirtió en eurodiputada. En la histórica noche electoral de 2014, la de los cinco escaños inesperados, Teresa Rodríguez subió al escenario todavía como profesora y sindicalista, con una camiseta de la marea verde: “Escuela pública de tod@s para tod@s”.

Una mili de nueve años

Nueve años, un siglo. Si uno recupera la primera foto de Podemos, sorprende reconocer a muchas personas que ya no están, no al menos en la primera fila, o que pasaron por la política fugazmente y desaparecieron. La “nueva política”, el ciclo frenético de la última década, ha sido una trituradora de carne que ha dejado por el camino a gente valiosa, a veces achicharrados por el fuego interno, consumidos por el torbellino de asambleas organizativas, primarias, candidaturas, elecciones, rupturas y derrotas.

“A mí también se me han ido muy rápido estos años; siento que me han pasado por encima, como una paliza, que he perdido la juventud”, me cuenta luego Teresa, y le digo que un instituto no es precisamente el mejor sitio para recobrarse de una paliza: pocos trabajos más exigentes física, intelectual y emocionalmente que dar clases diarias a adolescentes, quien lo probó lo sabe. Pero ella siente alivio y hasta descanso por el paso dado. “He terminado la mili, así lo llamábamos en casa cuando pensábamos en el futuro: cuando termine la mili…”. Aclara enseguida que no es un adiós a la política, pues seguirá un tiempo como portavoz de Adelante Andalucía y hará campaña por sus candidaturas en las venideras elecciones municipales y generales, para las que su popularidad puede sumar votos. Es un adiós a la política institucional, de la que sale con una mezcla de satisfacción y decepción. “Si regresara a 2014 lo volvería a hacer, claro; pero si pudiera, elegiría que lo hiciera otra en mi lugar. En lo estrictamente personal habría elegido seguir dando clases estos nueve años, y hoy sería mejor profesora”.

Viéndola en clase no parece que lleve nueve años alejada de los encerados. Y aquí “encerado” no es un tópico, es literal: al entrar en el aula, Teresa ha hecho que todos den la vuelta a los pupitres, dejando al fondo de la clase la pizarra digital y la mesa vacía, para a cambio usar la pizarra de tiza, arrinconada en la parte trasera del aula que ahora convierte en delantera. “Me gusta la pizarra de toda la vida, pero además al darles la vuelta consigo que los de las últimas filas estén junto a mí y no se desentiendan de la clase”. Digo que no parece que lleve años fuera del instituto, y no porque recuerde la materia, sino por la facilidad con que se gana a treinta adolescentes que la siguen con atención, callan, participan cuando lo pide. Y quien ha tenido delante una clase llena sabe que no es precisamente fácil. Un par de crías me confiesan que están encantadas con tenerla de profesora. Saben quién es, conocen su pasado político. El primer día, ante la expectación despertada, Teresa les propuso que preguntasen lo que quisieran, en papelitos escritos anónimamente. Tenían mucha curiosidad por esa profesora a la que antes veían en la tele.

En mi caso, insisto en que me cuesta todavía no ver y escuchar a la líder de Adelante Andalucía mientras explica las partes de un texto teatral, lanzando preguntas, dándoles la palabra, sin parar de moverse pues el dinamismo es parte del éxito de toda docente para estas edades. “Entras con frío en clase y sales sudando, tiene que ser así”, me dice luego. Hace mucho frío en esta mañana de enero, hay estudiantes que mantienen el abrigo y los guantes hasta bien avanzada la mañana. El Manuel de Falla es un instituto con paredes de azulejo blanco que recuerdan a un consultorio médico de barrio. Por sus aulas y pasillos no ha asomado todavía la ley de bioclimatización de los centros escolares que el grupo de Teresa Rodríguez llevó al parlamento andaluz y consiguió su aprobación. “Aunque me habría gustado hacer más por la educación pública, esa ley fue una de mis mayores satisfacciones. Pero nosotras solo la llevamos, el trabajo fue anterior, del movimiento de Escuelas de Calor”, explica, quitándose protagonismo, siempre la insistencia en resaltar lo colectivo y diluir las individualidades. Esa fue su guerra interna en Podemos, la apuesta de su corriente –los Anticapitalistas– por la horizontalidad frente al hiperliderazgo. Apuesta derrotada, pero en la que sigue creyendo. Por eso no le preocupa su marcha de la primera línea, confía en la fuerza colectiva de Adelante Andalucía: “Si una organización política no sobrevive a un liderazgo, es que no es real”.

Volver a tu trabajo como gesto ejemplarizante

Teresa Rodríguez ha sobrevivido a estos nueve años pese a la intensidad, los vaivenes y las tensiones, pasando por el parlamento europeo y el andaluz, disputando la organización en Vistalegre, liderando Podemos Andalucía, dejando Podemos Andalucía para formar un espacio propio, enfrentándose con dureza a ex compañeros y esquivando no pocas polémicas políticas y mediáticas. Ha sobrevivido, y ha sido ella la que después de nueve años, un siglo, ha decidido dar un paso al lado, sin presiones ni derrotas, dice que por coherencia y para respetar la palabra dada: “Era importante cumplir el compromiso de estar solo ocho años, no defraudar a la gente. Tiene mucho de gesto, claro, de demostrar que hay otra forma de hacer política, frente a la desafección ciudadana hacia la clase dirigente”.

Su renuncia al escaño en el parlamento andaluz y la reincorporación a su plaza de profesora de instituto es el último de esos gestos que pretende ejemplarizantes. Aunque era una seña de identidad de Podemos desde su fundación, Rodríguez ha estado siempre muy preocupada por marcar distancias con las prácticas políticas habituales: renunciando a parte de su sueldo para no superar lo que ganaba como profesora, rechazando y denunciando los “privilegios”, presentando propuestas legislativas para eliminarlos, obsesionada con cambiar la política y que la política no la cambie a ella, preocupada por “no perder la toma de tierra, el contacto con la gente, ser gente”. Por eso dice que era importante cumplir su palabra, marchar a los ochos años de conseguir su escaño autonómico, renunciar a una cesantía de 24.000 euros que le correspondía y regresar a la docencia de inmediato, de un día para otro. Ni tiempo ha tenido para aprender el manejo de aplicaciones informáticas que no se usaban cuando era profesora.

Pero volvemos a la clase, donde están leyendo en voz alta 'La niña que riega las albahacas', obra teatral de Antonio Rodríguez Almodóvar a partir de un viejo cuento popular. Un texto muy andaluz, lleno de términos antiguos que la profesora va explicando (los tiempos de Maricastaña, las encajeras, las puntillitas “no de las que se comen, son de bordar”), una obra que combina la cultura popular y asuntos hoy muy vivos y que ella acerca más al alumnado poniendo ejemplos cotidianos, lo mismo el carnaval que los precios del Mercadona, y el apunte feminista para referirse a las niñas que antiguamente esperaban encontrar novio. ¿Soy yo que no dejo de ver a la dirigente política y en cualquier cosa encuentro paralelismos con su trayectoria reciente?

El propio instituto me resulta muy Teresa Rodríguez: hay un grupo trabajando en clave feminista, visible en carteles por las paredes y en los murales del patio (donde coinciden Ana Orantes y Gata Cattana, Inés Rosales y la joven sindicalista gitana Pastora Filigrana); y otro grupo muy activo sobre memoria histórica, impulsado por la profesora Cristina Honorato, otra ex de la nueva política (fue concejala en el ayuntamiento de Sevilla). Recorro un pasillo empapelado con fotos antiguas, recortes, referencias a la guerra y la dictadura en Puerto Real, cartulinas con árboles genealógicos elaborados por alumnos que investigan acerca de represaliados del franquismo en sus propias familias. Pero no, no es que el instituto esté convirtiéndose en un local de Adelante Andalucía, pues Teresa acaba de reincorporarse. Conozco muchos institutos donde el compromiso de parte del profesorado permite llegar a donde no lo hace el temario.

Clases de español a ucranianas en el patio

Ese compromiso es el que además tapa los muchos agujeros que desatiende el sistema educativo. Sé de muchas docentes que exceden sus funciones y horarios para resolver carencias que necesitarían más personal, más recursos, más voluntad política. Lo veo en el Manuel de Falla, donde hasta Lola, la encargada de la cafetería, da de desayunar sin cobrar a menores que sabe que no pueden pagarlo. Y lo veo entre el profesorado con el recurso conocido como ATAL (Aula Temporal de Atención Lingüística) que permite a los menores que no hablan español aprender la lengua y seguir las clases. La falta de dotación hace que el ATAL de este centro no disponga de horas suficientes, y son los propios profesores quienes voluntariamente se organizan para atender a quienes lo necesitan durante sus horas no lectivas.

Teresa es una de las profesoras voluntarias. Hoy le toca una hora con dos adolescentes ucranianas, que llegaron hace poco y apenas hablan frases sueltas en español. En vez de sentarse en la fría biblioteca, coge a las chicas y las saca al patio, al sol. Otro día se llevó a una de ellas al Mercadona de enfrente, para que aprendiese los nombres de las frutas pidiéndolas allí. Se confiesa frustrada por no tener formación para enseñarles lectoescritura, hace lo que puede. Hoy usa los murales del patio para los colores, les pregunta sus aficiones, las anima a cantar (una de ellas es fan del K-Pop coreano), les señala las partes del cuerpo vocalizando bien, las felicita con cariño cuando construyen una frase. Se muestra siempre muy empática, preocupada por no dejar a nadie atrás. Una compañera profesora recuerda una divertida y conflictiva excursión, años atrás, en que Teresa se empeñó en llevar a un niño problemático, “pero ella siempre ha sido así, quiere que todos tengan el mismo trato, sin que nadie sea menos”.

Ahora le preocupan los chavales que se descuelgan muy pronto, “los que ya en primero vienen dando por hecho que ellos no valen para estudiar, que se irán en cuanto cumplan la edad legal, y el sistema los deja atrás”. Planea traer a clase a una trabajadora social para que les explique la importancia de tener título de Secundaria, “que lo van a necesitar hasta para trabajar en el súper”. Se siente mal cuando ve una clase de cuarto y comprueba cómo ciertos nombres muy comunes en los cursos inferiores desaparecen de golpe, “deja de haber Yeremis”, se quedan fuera muchos de quienes viven en las cercanas 512 viviendas, una barriada humilde de Puerto Real. “Es una mierda, te sientes como una seleccionadora, alguien que ayuda al sistema a seleccionar a unos niños y excluir a otros. Tenemos que cambiarlo”.

En el recreo me cuenta que es nieta de doña Nati, maestra rural que hoy tiene una plaza en su Rota natal, y que le apasiona la docencia pese a que quería ser periodista. Pronto la decepcionó el periodismo (recuerda la criminalización mediática de quienes, como ella, participaron en las protestas contra la LOU a principios de siglo, y que terminaron en una sonada ocupación del rectorado). Fantaseaba con ser corresponsal de guerra y cubrir la guerra de Irak, cuyo primer capítulo está en el origen de su temprana conciencia política, con la base militar de Rota, así que acabó estudiando Filología Árabe. Fueron años de asambleas, acampadas y manifestaciones, militante desde muy joven de las Juventudes Comunistas en tiempos de admiración por Julio Anguita, otro que volvió a dar clase. El 15M (del que también hace un siglo, ¿recuerdan?) la sorprendió ya en Cádiz, en la plaza del Palillero, y ella participó sin asumir protagonismo, como también fue parte de la Marea Verde y de otras movilizaciones de aquellos años agitados.

Los errores internos y la dificultad de cambiar las cosas

El paso a la política lo recuerda como un proceso natural: después de un ciclo intenso de lucha en las calles había que llevar a las instituciones toda aquella fuerza acumulada. Curiosamente, el habitual “síndrome del impostor” lo siente ella ahora como profesora, igual que lo sufrió años atrás cuando daba clases de árabe en la escuela de idiomas, pero no lo experimentó ni en el parlamento europeo ni en el andaluz. No ha dejado de verse como una activista en estos años, aunque le preocupa haber puesto demasiados huevos en una sola cesta, la de la política institucional, y ahora hay que reponer la cesta de la movilización. “Estamos en un momento de reflujo conservador, toca volver a empezar el proceso, como Sísifo con la piedra. Hay que alimentar de nuevo un sentido común alternativo”.

Reconoce errores de estos años, en primera persona plural: “Nos equivocamos, y me incluyo en ese ‘nos’. Fue un error no construir organización política, se puso poco interés en la interna, una organización que dejase aprendizaje para quienes vengan detrás. Pero además, las organizaciones de izquierda necesitan un cambio cultural grande para respetar la diversidad, la pluralidad interna. De todo eso he sido consciente dentro del parlamento, mucho más que cuando estaba a la puerta con un bombo”.

Se refiere a los años previos al salto a la política, cuando fue delegada sindical de USTEA. Recuerda con orgullo la lucha por el colectivo de precarias de las escuelas: más de 900 administrativas y monitoras que fueron despedidas, y desde el sindicato ganaron su readmisión y su conversión en personal laboral. Al instituto ha vuelto hoy la profesora pero también la activista y sindicalista: hacen falta más recursos, se ha encontrado clases más llenas que hace nueve años, treinta alumnos por clase en primero, y siguen pendientes de resolver problemas del sistema educativo que ya estaban cuando se marchó a la política una década atrás.

¿Siente frustración por no haber cambiado esas y otras cosas? “Cambiar la realidad desde dentro de las instituciones es muy complicado. Primero hay que preparar a la gente para que sea capaz de afrontar y resistir las consecuencias de cambiar las cosas, que suelen ser consecuencias muy duras. Recordemos lo que pasó en Grecia, donde se hizo una apuesta grande, salir del euro, pero la gente no estaba preparada para asumir el coste social de una decisión así”. Además ha comprobado que la política es “el templo del cinismo, se imponen la impostura y un uso dañino del lenguaje. No sé si voy a llevar a mis estudiantes de visita al parlamento, no sé qué aprendizaje positivo pueden sacar de un sitio así”.

El futuro

Al final de la mañana la acompaño a la clase de cuarto, para la que hemos preparado una actividad aprovechando mi visita: un taller de escritura sobre el futuro. Un grupo de adolescentes de quince y dieciséis años a los que preguntamos cómo imaginan sus vidas dentro de treinta años. Inicialmente se muestran pesimistas, incluso distópicos, en línea con las películas y series apocalípticas que consumen: virus, catástrofe climática, guerras, zombis. Pero se van animando, al escucharse se dan cuenta ellos solos de que el futuro no está ya escrito y que tiene mucho que ver con lo que su generación haga. Así que empiezan a fantasear con cambios a mejor, transformaciones positivas, avances hoy necesarios. ¿Cómo desea un adolescente que sea el futuro, el mundo en treinta años? Vamos apuntando propuestas en la pizarra: la curación del cáncer. Más naturaleza, menos plásticos. Coches no contaminantes, más transporte público. El fin de la soledad. Trabajo para todas. Igualdad. Prótesis robóticas, baterías sin fin. Y más fiestas y discotecas en Puerto Real, que si no se puede bailar no es mi futuro.

¿Y Teresa, cómo es el futuro que imagina? “Con el clima de incertidumbre que vivimos, es verdad que a veces dan ganas de abandonarse al colapsismo. Ojalá esa sensación de colapso inminente nos convenza de que para sobrevivir necesitamos un sistema diferente, una vida más preocupada por lo que perdura”. Se confiesa más sensible hoy a la lucha ecologista que cuando entró en política, y no renuncia a la esperanza: “Debemos tener memoria y perspectiva, y darnos cuenta de cómo lo que hoy es imposible de cambiar, mañana es una movilización potente que acaba consiguiendo cambios. Lo hemos visto muchas veces en la historia. Siempre hubo y siempre habrá gente insumisa, que se revuelva contra la injusticia, en cualquier época y lugar. Como el surfista, hay que saber estar en la orilla, esperando que llegue la próxima ola”.

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