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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Día 74 en estado de alarma: he visto cosas que no creeríais

He visto cosas que no creeríais. La calle desde la terraza de Lucre, desde las ventanas nuevas de Olga, el edificio de ladrillo de Néstor, la casa baja de pueblo de Fermín, el patio comunitario de Ale. He visto pasear a todos sus vecinos, los he espiado junto a ellos y a veces (lo admitimos) los hemos criticado. Sobre todo a los que tienen perro.

Me he quemado los ojos teletrabajando con Pilar, siempre a la caza de anunciantes, con el telecole de Javi, con el fitness online, con las clases que imparte Irene, con los puñeteros webinars. He contemplado la ciudad a través del objetivo de Serrano y con él he aprendido a mirar de otra manera. Con más generosidad.

He escuchado el silencio con muchos ecos distintos. También he oído saltar a unas gemelas, a Rodrigo saliendo al patio como un miura, al impaciente Mario. Incluso a niñas que jugaban al escondite por teléfono. He tocado el piano con Miles Davis y saltado junto a Luque con Barón Rojo a todo trapo. Me he levantado con el canto del mirlo que trae frito a Luis y con los gorriones de la calle Feria.

He sentido el roce de las manos de María, secas de tanto usar gel hidroalcohólico. El arañazo de la barba crecida del conviviente. El clic del cortaúñas de quien –preguntádselo a él- al mirarse los pies se acordaba de Parque Jurásico. Le he sacado las bolitas a muchos pijamas y me he cansado de todos los chándales.

He saboreado el atún encebollado de Ávila, el salmón a la naranja que disfrutaba Lola, el cocido de Antonia la de Gerena, las naranjas de Cantillana. Un día le desenchufé la termomix a Cabanillas cuando no miraba.

He visto doblegarse la curva y curvarse el espacio-tiempo. Minutos que duraban meses. Manos que podían tocarte desde kilómetros. He recorrido los dos metros más largos del mundo.

A través de mi ventana, de todas estas ventanas escritas a lo largo de 74 días, todos nos hemos ido vaciando y llenando al mismo tiempo. Hemos corrido con la lengua fuera y mirado la tele durante horas como momias. No es fácil saber si ahora somos mejores, pero sí que la mayoría hemos crecido. Al menos de ancho.

En un tiempo volveremos a este blog y no sabremos decir si fue un diario real o inventado. Si de verdad vivimos todo esto. Si de verdad pudimos renunciar a tanto. Hemos echado de menos tantas cosas que ahora la lista de tareas pendientes es todavía más larga que antes de encerrarnos. Pero tenemos menos prisa. Eso sí lo hemos aprendido.

Hoy la ciudad que tantos meses hemos casi imaginado comienza a recuperar toda su luz y a veces todavía nos aturde. Cuesta despertar, pero despertamos. Sin embargo, qué paradoja. En lugar de abrir la ventana, la cerramos.